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Religiosidad de México prehispánico

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Religiosidad de México prehispánico

Padre Eduardo Hayen.- A 500 años de la evangelización de México, conmemoramos la llegada de aquellos primeros “Doce apóstoles”. Fueron 12 frailes franciscanos que Hernán Cortés solicitó a Carlos V, rey de España, para la conversión de los indígenas.

Cortés no quería obispos sino misioneros, y así en 1524 desembarcaron en las costas de Veracruz aquellos primeros religiosos mendicantes. En 1526 llegaron 12 dominicos y en 1533 arribaron siete frailes agustinos. Estos hechos fueron de gran importancia ya que permitieron el inicio de una evangelización metódica y ordenada.

El panorama religioso que encontraron aquellos frailes estaba marcado por un politeísmo de variedad extraordinaria ya que los aztecas adoptaban a los dioses de las tribus dominadas. Los grandes dioses presidían los fenómenos naturales, pero además existía el nahualismo, es decir, la práctica de transformarse en animal por medio de ritos de brujería.

La vida de los pueblos indígenas estaba sometida a una gran cantidad de ritos y ceremonias, la mayoría sangrientos. Divinidades como Huitzilopochtli reclamaban víctimas humanas. Los sacrificios humanos y la antropofagia se practicaban dentro y fuera del imperio azteca.

No es posible tener una idea clara de la manera como los aztecas concebían a Dios. Su religión no estaba ligada a un sistema moral. Ellos creían en la inmortalidad del alma la cual, una vez dejado este mundo, continuaba viviendo en el cielo o en el infierno. Pero la vida eterna no era resultado de una elección moral.

No importaba la clase de vida que se había tenido, lo importante eran las circunstancias de la muerte. Los aztecas conocían también la cruz como símbolo de las cuatro direcciones del universo. Creían que su gran dios Huitzilopochtli había nacido de una virgen, la diosa Teteoinan.

Practicaban también una especie de comunión. Al comer carne humana sacrificada, la absorción del corazón los asimilaba a la sustancia del dios. Además, dos veces al año comían imágenes hechas de pasta de alimentos que representaban a Huitzilopochtli.

Pero también había en ellos una especie de bautismo. Al nacer un niño la partera vertía agua sobre la cabeza del bebé haciendo una especie de exorcismo para alejar maldiciones y toda clase de espíritus malditos. El agua servía para engendrarlo de nuevo.

Aztecas, totonacas y zapotecas se confesaban con un confesor que representaba a la divinidad, pero su concepto de pecado era peculiar. La confesión tenía un carácter moral en dos tipos de pecado: la embriaguez y los desórdenes sexuales. Había que estar arrepentido y hacer una penitencia.

Por su parte, el confesor debía guardar riguroso secreto. La embriaguez era castigada con pena de muerte, pero si el ebrio se confesaba, quedaba libre de la pena y solamente debía hacer una penitencia sangrienta.

Lo mismo sucedía con el adulterio. El pecado, para los aztecas, no era una mancha de orden espiritual en el alma, sino una intoxicación fisiológica que se borraba con la confesión y con la penitencia.

A muchos evangelizadores del siglo XXI, aquellas prácticas religiosas indígenas nos pueden parecer “semillas del Verbo”, gérmenes de verdad que los frailes pudieron aprovechar para anunciar a Jesucristo y que, sin duda, era necesario purificar. No fue así para aquellos evangelizadores del siglo XVI. Ellos pensaron, horrorizados, que aquellas costumbres eran parodias diabólicas de los sacramentos.

Los religiosos, venidos de Europa, habían conocido la condena de la Iglesia a la herejía protestante de Martín Lutero. Eran hijos de un pueblo que amaba la ortodoxia católica y que le tenía pavor a la herejía. Pensaban que, al tomar algunos elementos de los cultos indígenas, podrían terminar deformando el cristianismo.

Comprendemos así, porqué los primeros evangelizadores no propusieron el catolicismo como la plenitud de las religiones indígenas, sino que lo presentaron como algo totalmente nuevo, rompiendo absolutamente con las prácticas paganas de los indios.

En su propósito de fundar la Iglesia en México, los frailes mantuvieron el pasado indígena, conservaron aquellas lenguas, sus usos y costumbres cotidianos, se adaptaron al temperamento de los indios, pero combatieron siempre contra todo lo que oliera a paganismo.

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