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Militarización

Raúl Ruiz.- Una fresca pero luminosa mañana, desayunaba yo con la extraordinaria Ikram Antaki; otoño del 94. Disfrutábamos del variado bufet del Sanborns Perisur en la Ciudad de México. Era un punto medio entre los dos, pues ella vivía en un pequeño departamento por Vaqueritos y yo, por las Fuentes Brotantes.

Desayunábamos regularmente una vez por semana para intercambiar ideas sobre el vaivén político, económico y social de nuestro país. Ella salía de su cápsula  radiofónica “El Banquete de Platón”, que emitía diariamente en el programa de Gutiérrez Vivó, a las siete de la mañana; yo, después del desayuno me iba a mi trabajo como asesor del entonces director general del ISSSTE, Gonzalo Martínez Corbalá, ambos finados ya.

Todavía se podía transitar sin temor a los levantones y ejecuciones que hoy son cotidianos a lo largo y ancho del país, y se podía beber buen café en el Sanborns, también a lo largo y ancho del país en todas las sucursales. Ahora ya no.

Yo me nutría con el razonamiento de Ikram en diversos temas de aquella actualidad que me servían para acercarle de vez en vez un par de tarjetas informativas al ingeniero Martínez Corbalá. Esa mañana, me arrojó una pregunta muy salida sobre el rostro: ¿Qué piensas tú sobre la militarización de México?

¡Ah cabrón! Define militarización. “No te hagas, bien que sabes”, me dijo, con una sonrisa sardónica, característica de su persona, mostrando su irregular dentadura. “Hablo de la utilización de estrategias de control y uso de armamentos propios del ámbito militar en otros ámbitos. Mecanismos para el control de las fronteras y para la protección de los intereses de las empresas transnacionales”.

Nomamespancho. Le respondí. Bueno, algo parecido, porque esta expresión la acuñé acá en la frontera apenas cinco o seis años atrás.

No veo cómo, le dije. El control interno a través del CISEN es inexpugnable, tendría que haber una fisura que fracture el Status Quo y si se diera, pienso que no sería pronto. En perspectiva serían como veinte años adelante.

Tus cálculos son muy conservadores, Raúl, la militarización avanza con mucha más rapidez de la que te imaginas, me respondió sin perder su cáustica sonrisa, mientras fileteaba simétricamente una servilleta hasta conseguir extender una tira de papel sobre la mesa. Era una manía recurrente en sus conversaciones.

Hoy, casi treinta años después, no me sorprende lo que ocurre, ni me sorprenderán los alcances que este fenómeno pueda lograr. El tema venía dándose desde la década de los 80, pero en el otoño del 94, no era motivo de análisis todavía. La capacidad de Ikram Antaki para vislumbrar escenarios futuros, era impresionante.

La pulverización del CISEN, ordenada por Vicente Fox, amputó los cables de seguridad que tenía el gobierno mexicano sobre un terrible dragón asesino conocido vulgarmente como EL NARCO. La militarización cobró vida en el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) con la llamada “guerra contra el narcotráfico” y se mantuvo en el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018).

Hoy, con la Guardia Nacional, la militarización ha alcanzado una profundidad legal jamás vista. Un informe del Centro Prodh señala que en solo dos años, la Guardia Nacional ha “profundizado” la “militarización” de la seguridad pública.

En el informe denominado: ‘Poder Militar. La Guardia Nacional y los riesgos del Renovado Protagonismo Castrense’ , elaborado por la organización civil Centro Prodh, a dos años del inicio de operaciones de la Guardia Nacional (GN) y a siete años de la matanza extrajudicial en Tlatlaya, Estado de México, así lo consigna. (Julio de 2021).

Una variable más  peligrosa aún, en esta metamorfosis de lo que Ikram vislumbraba desde el 94.

Como comandante supremo de las Fuerzas Armadas de México, el presidente López Obrador obstinadamente ha manifestado que la responsabilidad de lograr la disminución de la violencia en el país es casi totalmente suya y que las decisiones relevantes en esta materia deben de contar con su consentimiento. Centralizar la fuerza castrense en su persona.

Y aunque de facto así lo es, pues nuestra Constitución le concede esa facultad; la intención presidencial de ostentar la fuerza de este modo, se percibe como una pequeña reacción al mordizco de hybris a la que todo hombre en el poder es sujeto en su trayecto dentro del ejercicio del poder.

El tema no es sencillo de desmenuzar, es un animal muy peligroso, difícil de sujetar si no se tiene una visión política de largo alcance y un plan de contingencia por si se suelta el dragón. Por lo pronto, la filtración de los militares en el entramado de la política nacional, es muy expuesta, arriesgada, y pronto… perniciosa.

El reciente discurso del secretario de la Defensa Nacional, Luis Crescencio Sandoval, en el aniversario de la Revolución Mexicana para pedir adhesión al “proyecto de nación que está en marcha”, es una víbora de dos cabezas: Por un lado, parece ser una inocente expresión de lealtad al presidente, pero por el otro, se percibe como una intromisión en el ámbito político. Presencia que no le corresponde.

Hasta aquí este primer acercamiento al tema de la militarización en México. Y sirvan estas letras para honrar la memoria de Ikram Antaqui y Gonzalo Martínez Corbalá, dos personajes que incidieron en mi formación de analista político.