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El presidente está enfermo de poder

Dr. Fernando Antonio Herrera Martínez.- Hay dos síndromes que parecieran el mismo. Uno es el de Hubris y otro es el de Hibris, pero estos síndromes tienen que ver con sentirse mesías, megalomaníaco, tienden a la grandiosidad, a perder el piso, a creer que son infinitamente amados, que son adorados y se pierde totalmente la proporción de la realidad porque el narcisismo y la egolatría dominan completamente el poder.

Hay entonces una transformación completa en las personas que, de alguna forma, democrática o no, comercial incluso, como propietario de empresa o como ejecutivo, que pierden la dimensión y, como luego dicen de manera sencilla, pierden el piso, se marean al subirse en un ladrillo o se vuelven locos de poder.

Creo que últimamente hemos visto con este tipo de actitudes al señor presidente, Andrés Manuel López Obrador: de narcisismo grandioso, de victimización subliminal, de ser la persona que ostenta el poder y, sin embargo, se tira al piso diciendo que nunca se ha insultado tanto a un presidente como a él y que la víctima es él, pese a que el país no camina bien.

Es decir, el presidente es objeto de los síndromes de Hubris e Hibris y, desde luego, esta borrachera de poder conlleva muchos abusos, entre ellos las violaciones constantes a la Ley Electoral: a mí no me vengan con que la ley es la ley; aquí el presidente soy yo y yo mando; a mí no me vengan con que no puedo decir públicamente datos personales porque hay una ley que lo prohíbe, yo lo digo porque mi pecho no es bodega y digo lo que pienso.

Ese tipo de expresiones en el presidente, obviamente son destructivas porque pone en el ojo del huracán a la persona que él mencione y puede haber gente que, creyendo que lo respalda o que lo apoya, pretenda o pueda hacerle daño a quienes él señala.

Es muy importante entender que el poder de un presidente es inmenso y poseído por estos síndromes, pues se vuelve sideral, totalmente, con lo máximo de poder que usted se pueda imaginar, a grado tal que el presidente está creyendo que él va a nombrar a su sucesora y que él va a seguir al mando después de que su sucesora, si es la que él quiere, tome posesión; si es la otra, estará en el entendido de que no va a mandar, pero, obviamente, hará todo lo que esté a su alcance para no reconocer los resultados.

Insisto, el presidente está enfermo de poder.

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