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Desterrar la corrupción es imposible

Daniel Valles.- El presidente Andrés Manuel López Obrador insiste en afirmar que la corrupción es algo que se puede erradicar, desterrar, borrar de la vida diaria de la administración federal. Loable su deseo, pero no deja de ser eso, un deseo. No tiene base real alguna.

A menos que lo que quiera decir sea el encarcelar y exhibir a algunas personas que hayan cometido delitos en el desarrollo de su actividad como empleados o funcionarios de las administraciones pasadas, pero nada más.

Pero erradicar o desterrar la corrupción es imposible. El declararlo no solo es demagógico, sino una verdadera estolidez, pero así es nuestro presidente.

En noviembre de 2017 -como le he comentado antes- tuve la oportunidad de platicar con él en privado. Se lo dije, le sugerí que dejara de asegurar que iba a terminar y a erradicar la corrupción porque es imposible, pero ya le conocen. No hay persona alguna en el universo que le haga cambiar de opinión. Aunque la suya esté claramente equivocada.

Para entender el porqué de esta imposibilidad, se debe tener en claro qué es la corrupción, lo que no creo que tenga el presidente. Él tiene la propia.

La corrupción como se entiende en el mundo no es solo la acción de una persona que se roba bienes del gobierno, que desvía recursos destinados a realizar una obra en beneficio de la gente, del “pueblo”, como gustan de llamar los demagogos a la sociedad civil.

La corrupción es el abuso de poder otorgado a una persona, para beneficio propio. Así la define Transparencia Internacional.

La corrupción tiene las “mil y una caras”, infinidad de manifestaciones, de acciones que a diario comenten decenas de miles de personas. No solo en la administración pública sino en todos los ámbitos que componen la vida profesional, de servicio, de gobierno, empresarial, institucional y familiar a lo largo y ancho del país.

La corrupción subestima, socava, mina al ciudadano en su confianza en el bien común. Puede inclusive destruir la legitimidad del sistema político.

Transparencia Mexicana indicó que: “la corrupción es un factor arraigado en la economía nacional, lo cual es preocupante porque, según los expertos, es un factor que se elimina de manera lenta y complicada. Los datos de Transparencia Mexicana arrojan que 14% del gasto de los hogares mexicanos se destina a pagos extraoficiales”. A mordidas.

Es sabido que para que la corrupción se dé, requiere de al menos dos personas: Quien corrompe y quien es corruptible. Ambas igualmente corruptas. El detener a una persona implicada no significa que se está dando un golpe mortal y definitivo a la corrupción. Se lo dije claramente al entonces ciudadano, Andrés Manuel López Obrador.

“La corrupción no se destruye, solo se controla. Y la única que puedo controlar es la propia, la personal”.

Esta es una definición que he acuñado después de años de escribir sobre el tema y de llevar a cabo el programa nacional pro integridad Avanza Sin Tranza, un programa de capacitación que busca controlar la corrupción en los diferentes ámbitos de la sociedad.

¿Cómo se hace? ¿Cómo se logra? Mediante una decisión libre, consciente, meditada, voluntaria y que genere hábitos sanos para no involucrarse en actos de corrupción de cualquier índole.

Se han de desarrollar por medio de la activación de un conjunto de principios éticos, morales y espirituales que provoquen un cambio en los marcos de referencia por los cuales se dirige la vida de la persona diariamente. Lo que debe de conducir a la persona a dejar atrás el mantra de que: “el que no tranza no avanza”.

Y como la persona no se puede quedar en el vacío, la renuncia o el cambio de marco de referencia se debe sustituir por otro. Uno que vaya en contracorriente directa al primero. Lo que sería: “Avanza Sin Tranza”.

El concepto se ha de adquirir, reforzar y practicar. Así y solo así, se puede llegar a controlar la corrupción personal y sanear un ambiente plagado de prácticas viciadas que alientan la corrupción en todos sentidos.

Haciendo de ella, la corrupción, un sistema que se alimenta y sostiene a sí mismo, que contagia como una enfermedad. Es decir, la corrupción es sistémica y endémica. Para controlarla se han de desarticular los elementos que causan y la alimentan la “enfermedad”.

Por otro lado: si el presidente adecuara su discurso y se refiriera a combatir la impunidad, entonces su mensaje sería no solo creíble, sino posible y, por ende, aceptable. Y eso de qué es primero, si la corrupción o la impunidad, no tiene caso discutirlo. En mi opinión son dos caras de la misma moneda.

Más allá de quién es la hermana mayor o qué es primero, si no hay una, no existe la otra y para que exista la primera debe de haber lo segundo. Una misma moneda. La que como todas tiene dos caras.

Esto sí puede combatir el presidente. La impunidad, lo que desalentaría la corrupción. Pero no solo del tipo al que el presidente siempre se refiere. Al que cometieron sus adversarios de las administraciones anteriores a la suya, sino la que a diario cometen millones de empleados de diferentes niveles en el aparato burocrático. Y su hermano, Pío.

Esa que es la que también repudiamos los ciudadanos, la que practican inspectores, secretarias, cajeros, empleados diversos que, por una torta de pavo, detienen un expediente o hacen que se mueva primero que los demás.

También a todo tipo de mordidas que se dan en oficinas de gobierno, sea federal, de los estados o de los municipios. A la que ofrecen empresarios y comerciantes. En escuelas e instituciones.

La que vimos en la Cámara de Diputados, pero no solo en los votos a favor de una reforma. Como la que dice y señala el presidente: la energética del Peña Nieto.

¿O no se dio cuenta de las maniobras que se dieron por parte de diputados “chapulineando” para llevar a Gerardo Fernández Noroña a tratar de quedarse con la presidencia de la Cámara de Diputados? Vil y corriente corrupción oficial.

La corrupción se puede controlar, no erradicar. Sobre todo, cuando desde las altas cúpulas del poder se desobedecen reglas tan sencillas como usar un cubrebocas ante una pandemia como la que estamos viviendo.

Menos cuando actos así de nimios no son considerados como corruptos. Que sí lo son, pero que son menospreciados como tales.

Estos sientan o establecen las bases para que se dé, para que exista y se alimente esa gran corrupción que dice el presidente querer erradicar.

Lo que no podrá hacer, mientras no cambie su manera de pensar.