Jorge Quintana Silveyra.- La forma en la que hemos vivido, nuestras vivencias, nuestras experiencias, la vida familiar, la vida en grupos, en comunidades, nos ha permitido aprender que la vida comunitaria tiene enseñanzas fundamentales para el género humano.
En diferentes épocas, filósofos como Platón, Aristóteles y otros pensadores han podido clasificar y en algunos casos, sistematizar estas experiencias para crear conceptos y definiciones que, desde tiempos remotos, permiten conocer y caracterizar la convivencia, a través de lo que hoy conocemos como virtudes y valores fundamentales. Elementos integradores de la razón humana de la sociedad, que nos enriquecen la convivencia diaria, con modelos y patrones de relaciones humanas.
Así, la templanza, la prudencia, la fortaleza, la tolerancia, la libertad, la justicia, van tomando un espacio determinante en la conducta humana y van moldeando la forma de comportarnos en sociedad.
Por desgracia, cada día el sistema político y económico van apoderándose de las decisiones fundamentales del quehacer humano y las virtudes y valores se van relegando en las decisiones personales, más en las sociales.
La educación que hemos recibido en el hogar, el reforzamiento de la misma a través de la instrucción escolar y, en algunos casos, de la vida religiosa, debe tener como finalidad fundamental enseñarnos a ser sociales y responsables, respetuosos de los demás, sobre todo, a ser seres útiles y benéficos para la comunidad a la que pertenecemos.
Sin embargo, el sistema de vida consumista e inmediatista nos va alejando de la consecución de los valores fundamentales, de las virtudes humanas y estamos destruyendo nuestro propio medio ambiente y, sobre todo, erosionando la naturaleza humana.
Lo que en antaño construyó la humanidad, tanto social como espiritualmente, se cae a pedazos, sin remedio, sin reflexión, con un desprecio evidente al esfuerzo de nuestros antecesores.
Retomar el sistema de valores y virtudes en el desarrollo de la humanidad es una tarea urgente, improrrogable. Para que podamos encontrar la conciliación y la concordia en las decisiones más importantes para el futuro inmediato, tarde será para todos el postergar nuestro deber ser social, por enrolarnos en el devenir avasallador de la superficialidad de la vida actual.
La prudencia para pensar, reflexionar, antes de actuar, de tal manera, que pensemos en el impacto de nuestros conceptos en la esfera individual de los demás, para que aquello que opinamos, tenga una verdadera trascendencia, para que sembremos buenas voluntades, no rencores y antipatías.
La fortaleza para mantener claras y firmes nuestras aspiraciones y metas, siempre pensando en el bien, en la verdad. La templanza para enfrentar con entereza e integridad los retos de la convivencia y poder convencer con razones, con hechos, más que con palabras huecas o mal fundadas expresiones.
La justicia, que nos permite corresponder socialmente con los demás y reconocer que cada quien merece su espacio y su retribución, correlativa a su lugar social, a sus propias aspiraciones, que son tan legítimas como las nuestras.
La tolerancia, que nos hace posible la convivencia armónica, respetando la forma de ser y el pensamiento de todos, más aun, de aquellos y aquellas que no piensan como nosotros.
Hagamos un esfuerzo, el más sincero, para que la sociedad pueda seguir por el camino correcto, para todos, sin pensar en imponer nuestro personal concepto, colaborando todos, para vivir con mayor humildad, con mayor calidad humana, esta realidad que hoy nos aqueja de problemas, al parecer, las más de las veces, sin soluciones.