Inicio FRASEARIO Si la biodiversidad sufre, la humanidad también: El efecto dominó

Si la biodiversidad sufre, la humanidad también: El efecto dominó

Aída María Holguín Baeza.- Cada 22 de mayo, el mundo se detiene –al menos simbólicamente– para recordar algo que, paradójicamente, olvidamos con frecuencia: que nuestra existencia está íntimamente ligada a la vida que nos rodea.

El Día Internacional de la Diversidad Biológica no es una simple efeméride ambiental; es un recordatorio urgente de que sin naturaleza no hay futuro. Es decir, que pese al avance tecnológico, seguimos dependiendo de los ecosistemas para sobrevivir.

El agua que bebemos, los alimentos que cultivamos, los medicamentos que utilizamos, la ropa que vestimos y la energía que consumimos provienen, directa o indirectamente, del mundo natural. Sin embargo, esta dependencia esencial ha sido ignorada en nombre del progreso económico, causando un deterioro alarmante de la biodiversidad en todo el planeta.

La pérdida de especies no es un fenómeno aislado. Es como dar el primer empujón a una ficha en una fila de dominós: una sola basta para que las siguientes tambaleen y caigan. Así pasa con los ecosistemas formados por redes interdependientes donde plantas, animales, microorganismos y seres humanos coexisten y se influyen mutuamente. Cuando desaparece una especie, los efectos se propagan en cadena y a menudo de formas inesperadas y devastadoras.

Frente a este escenario crítico, en 2022 el mundo adoptó –en teoría– el “Plan de Biodiversidad”, que establece metas claras para 2030, como restaurar el 30% de los ecosistemas y reducir a la mitad el desperdicio de alimentos, con el objetivo de revertir la pérdida de biodiversidad. Pero ahora, con tan solo cinco años para cumplir estas metas, el tiempo apremia, pues sin una protección efectiva de la biodiversidad, los ODS serán inalcanzables.

El caso es que, más allá de las decisiones globales, urge un cambio desde lo cotidiano. La conservación de la biodiversidad no puede depender únicamente de políticas y acuerdos internacionales; también exige una participación real y comprometida de las personas, porque nuestras decisiones diarias –al consumir, desplazarnos, cultivar o desechar– tienen un impacto directo sobre los ecosistemas.

Por ejemplo, si elegimos productos locales y de temporada, reduciríamos la huella de carbono, apoyando prácticas agrícolas sostenibles que preservan los ecosistemas. Además, reducir el uso de plásticos de un solo uso, consumir menos carne y evitar productos derivados de especies en peligro son acciones sencillas pero efectivas para proteger la biodiversidad. Así, desde la educación hasta la conversación cotidiana, hay formas concretas de aportar a esta causa global.

Por eso, la educación y la conciencia pública son aliadas indispensables, ya que muchas personas aún no dimensionan que la degradación ambiental está ligada a problemas graves como la propagación de enfermedades. Al invadir hábitats naturales, nos exponemos a virus antes confinados a especies silvestres, con consecuencias que ya enfrentamos. Este es el tipo de impacto que sufriremos si no alcanzamos las metas para 2030. El tiempo se agota y la acción ya no puede esperar.

Entonces, el Día Internacional de la Diversidad Biológica no debería ser una simple fecha en el calendario. Debería ser un punto de inflexión; una oportunidad para reconfigurar nuestra relación con la vida que nos rodea, para actuar con urgencia y determinación, porque si la biodiversidad desaparece, no solo se extinguen especies, sino que comienza un efecto dominó que diluye la posibilidad de un futuro habitable para nosotros. En definitiva, si la biodiversidad sufre, la humanidad también lo hará.

A modo de llamado a la acción, finalizo citando lo dicho por el ambientalista y activista estadounidense Paul Hawken: La diversidad biológica es caótica. Camina, se arrastra, nada, se lanza en picado, zumba. Pero la extinción es silenciosa y no tiene más voz que la nuestra.

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