Inicio Perspectiva La señal de la higuera

La señal de la higuera

Antonio Fernández.- La palabra de Cristo Nuestro Señor es de salvación eterna, en ella muestra las consecuencias de las debilidades humanas al decir “¡Quien tenga oídos oiga!” Nuestro Señor usa esta expresión para llamar nuestra atención sobre algo especial que desea se grabe en el corazón.

Nuestra realidad es que teniendo oídos no se quiere escuchar la espiritualidad que Nuestro Señor enseñó, pero esos oídos sí que están atentos a escuchar y seguir los cantos veleidosos y palabras zalameras y engañadoras que atentos aceptan las mentiras que presentan como verdad y nadie discute por ignorancia o miedo de los hipócritas que exaltan sus embelesos seductores de falsos cristos y falsos profetas.

Esto y más hay en la perversión amoral de los pueblos, a pesar de señalar y desmenuzar, analizar y explicar el error humano de negar la divinidad de Cristo Nuestro Señor, persistiendo en la actitud contraria al bien sin valorarlo, no se acepta la enseñanza de Nuestro Señor en su doctrina, evangelio y mandamiento.

En este mundo de modernidad, el ser humano ha olvidado que ha sido creado para gozar eternamente de Dios; ha olvidado y dejado de lado que el fin primordial de su existencia es salvarse.

¿Entonces, por qué no lucha por conservarse en el Señor? ¿Por qué no tomar en su verdadero valor la imperiosa necesidad de que se ha venido al mundo a buscar y obtener la salvación de su alma? Necesidad a la que no se da importancia y hasta es causa de malestar. No se quiere dar el valor a la razón y motivo de haber nacido, vivir y morir en este mundo.

Veamos la actual recomendación de San Pablo: “Velad; y estad firmes en la fe” y lo reafirma: “Todas vuestras cosas se hagan con amor” significa cumplir el mandato divino: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”.

El mundo pragmático cree lo que ve y toca. Y como lo espiritualidad no lo ve, obra en sentido contrario a como debiera ser su conducta, ir al bienaventurado gozo de Dios en los cielos.

Por eso cuando escucha que lo divino y celestial es buscar los bienes del alma que redundarán en la salvación del alma, surge de la maleza del camino la espina que hiere y despierta la soberbia maligna que  reclama al oído “tú no tienes nada que hacer ahí”.

Su envilecimiento y corrupción no advierte el riesgo de perder la existencia eterna atraído por las tentaciones que están en todo momento para envolverle en el pecado, no ve ni oye a pesar de saber que se niega el valor y seriedad que requiere en vida conquistar los bienes del alma.

Juzga y critica, pero como no quiere hablar de ello solo piensa salir de esa conversación dando por terminado el ofrecimiento; sabe que su vida pecadora le niega ser merecedor de la promesa de Cristo Nuestro Señor que previene la condenación cuando el pecador se asemeja a esos bastardos que en la agonía del Hijo de Dios le gritaban:

“De igual modo los sacerdotes se burlaban de Él junto con los escribas y los ancianos, diciendo: A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel: baja ahora de la cruz, y creeremos en Él”. Es el escarnio que perdura como un eco a través de los siglos en el corazón de todo pecador reacio que persiste en cerrar sus oídos no escucha.

Quien niega al Señor se escuda en la broma y sarcasmo, la mofa, ironía y con sátira intenta desvirtuar la obra de redención en las almas, conoce su interior pecador y vive en temor porque se sabe culpable.

Obra Jesucristo Nuestro Señor infinidad de formas para entregar bienes espirituales y vivir su doctrina, siendo importante creer de corazón en su divinidad de Hijo de Dios, descubrir por sí mismo la fe en Él.

Así como entre la gente de Israel manifestó su misericordia, de igual forma lo continúa y continuará haciendo con cada alma que pasa por el mundo; en su peregrinar alertó y previno la persistente sutileza del demonio a perder el alma. También dejó clarificada la existencia del infierno, el que, queramos o no, existe.

Ha dicho: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno; preparado para el diablo y sus ángeles”, palabra que sentenciará a los condenados en el día del juicio, aunque hoy poco importa a los incrédulos negarlo.

Quizá muchos digan que lo anterior es una canción antigua que se repite y enfada oír lo mismo que ya no se pone atención, cuando el aparato de música se descompone dirán: bueno fue descomponerse, ya no escucharemos esa música enfadosa.

Es cierto que esa música, diga lo que diga, su letra no se escuchará, pero la veracidad de su contenido no se escuchará, mas llegará el tiempo en que se deseará volver a escuchar la melodía con atención.

Refiriéndose al inicio del artículo es la misma idea con sugerentes comentarios que de hecho, es una constante repetición, porque la palabra de Dios es una sola y no cambia.

En ella revela ser Él camino de salvación y quien no acepte a sí mismo tendrá su propia condenación; tampoco es perecedera y lo expuso a los tiempos: “El que escucha mi palabra y cree en Aquel que me envió, tiene vida eterna”. Su palabra fue, es y continuará hasta la eternidad.

hefelira@yahoo.com

Artículo anterior¡Regresa a la música! Vicente Fernández estrena álbum “A mis 80’s”
Artículo siguienteLucrar con la salud, el gran negocio