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La fe viva es la que salva

Antonio Fernández.- La profecía del Libro de los Salmos reza: “Oh Señor, Tú eres de generación en generación”. Obvio, Dios Nuestro Señor es desde antes de todos los tiempos que nuestra mente pueda imaginar, lo que debiera importar es agradecer, que siempre ha sido nuestro refugio.

Aun antes de nuestra venida al mundo la omnipotencia de Dios al que nada se esconde a su infinita sabiduría, conocía de cada una de las almas su presencia en este mundo de paso para su salvación o condenación.

Lo anterior tiene un punto único de apreciación: la fe viva es la que salva, es el llamado que el profeta David nos manifiesta para ir con fe desgranando la profecía, de la misma forma como se reza el Santo Rosario al repasar las cuentas de las Aves María.

Así igual repasar en la conciencia los medios para ganar, conservar y avivar la fe en Cristo Nuestro Señor, preguntarnos: ¿Qué hacer para tener una fe viva, acaso no solo basta la fe? ¡Claro que no basta solo la fe! ¡No basta decirlo, pensarlo, imaginarlo o expresarlo en la Iglesia o en la Santa Misa en el momento de Consagración del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor! ¡No basta comentarlo a los hijos o a los amigos!

Detenidos por San Pablo en la misericordia de Dios, llama a dar un paso atrás a escuchar su ilustración sobre los débiles en la fe: “Pero el que es débil en la fe, acogedlo sin entrar en disputas sobre opiniones.” Lo que basta para tranquilidad de ese timorato cristiano católico ser del agrado de Dios Nuestro Señor.

Primero, creer en Jesucristo Nuestro Señor, en su palabra, su doctrina y su Evangelio; segundo, cuando ya se crea es porque la fe nació en el corazón que lo dispone manifestarla por las obras, porque la fe sin obras es nada y no será camino a la salvación eterna.

Aclarando que al decir quiero hacer obras, haré muchas y valiosas o las voy a hacer, nada vale sino se realizan, si no son convertidas en hechos reales porque decir “voy a hacer”, “coopero”, “ayudo” son palabras que se las lleva el viento si no se les da el significado con hechos.

De otra forma será explayar el egocentrismo que hace girar en el “yo” comentarios y de las miradas de los demás ostentar una fe que no existe en el corazón, pero sí está su ”Yo” interior guardado en las cosas del mundo y su conveniencia, placer y disfrute personal.

Sería bueno y saludable a su persona en función de su alma esforzarse en razonar si existe en él espiritualidad en su corazón, si bien dice “creo” engañará a muchos, pero a Dios imposible porque conoce lo profundo del alma y de no existir obras “ese” perderá lo que no pudo conservar, para comprensión de lo anterior atraemos aquel dicho del pueblo: “nadie sabe lo que tiene sino hasta que lo ve perdido”.

Por ello, decir creo en Cristo Nuestro Señor, en su divinidad de Hijo de Dios es buen principio pero no califica tener una inquietud de intención formal, es para que por propia decisión “ese” tome tiempo para meditar, reflexionar, sacudirse y reconocer en conciencia que vive en el error.

Por lo tanto, el ser humano carente de fe viva alejado del Señor, alejado de la gracia, también lejano de perseverar en el Señor, es imperioso que valore asimismo su propia conducta y luche contra la inclinación que le tiene atado.

Sea su arrepentimiento sincero ir ante Jesús Sacramentado suplicando le conceda la inspiración que lleve su voluntad al deseo noble y sublime de su corazón contrito aflorar de sus labios la oración suplicante: “¡Creo en ti Señor, Tú eres la salvación de mi alma, ayúdame! Creo en ti y obro porque deseo obtener la fe viva.”

Al suceder este cambio en el interior del alma pecadora surgirán obras fruto de la fe viva que salva, partiendo primero del corazón: creer que Jesucristo Nuestro Señor vino al mundo enviado por Dios su Padre a salvarnos del pecado, ya que nosotros por sí solos no podremos con solo decir creo.

Así, pues, las obras buenas desde amar y servir al prójimo con todo lo que se disponga para mayor gloria de Dios en palabra, obra y pensamiento; que la enseñanza de la palabra de Dios gire en torno a los actos de la vida diaria.

Al creer brotará la fe que vislumbra el camino a la salvación; la misericordia que Dios Nuestro Señor nos concede en Cristo su divino Hijo, muestra el Padre amoroso su corazón a cada alma por Él creada.

La perseverancia final en el cristiano católico es cultivar hasta el último segundo de su vida terrena, la fe viva por ser la que salva, creer que el perdón de los pecados viene a Cristo Nuestro Señor de Dios Padre; creer de todo corazón que solo en Cristo Nuestro Señor está la salvación; aceptar sin dudar que la palabra de Cristo Nuestro Señor es la palabra de Dios mismo y permanecer en ella.

hefelira@yahoo.com

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