Antonio Fernández.- El Santo rey profeta anuncia a los siglos: “En el Señor se gloriará mi alma; oigan los afligidos y alégrense”.
David, poseedor del don de la profecía, pide ser escuchado no solo por el afligido o el pecador, pues la obra de misericordia con el que Dios Nuestro Señor y su Santísimo Hijo socorren es para que el pecador encuentre en ella la tabla de salvación ante la necesidad espiritual.
Encontrarán las generaciones venidas al mundo el conocimiento de cómo su misericordiosa voluntad del Señor auxilia y conforta al desvalido y vapuleado, maltratado, golpeado y fustigado por los pecados y los males del mundo.
Así, todo hijo confiando en su misericordia la inclina a compadecerse de los sufrimientos y miserias humanas cuando las pasiones atribulan el alma, sea la confianza en Él dejar atrás los impulsos de la obstinación y todo aquello que la desconcierta por la amargura y sufrimiento.
El punto esencial es la virtud de la Caridad, esto es, dar de corazón misericordia al prójimo como Cristo Nuestro Señor enseña desde su nacimiento hasta este momento de tiempo de vida al concedernos tantos bienes que la inmensa mayoría rechaza.
La parábola del Buen Samaritano legisla para que seamos misericordiosos como su Padre. Según estudiosos del Nuevo Testamento, lo conocido en el Evangelio de San Lucas como Infancia Espiritual y parábola del Buen Samaritano van a demostrar a sus discípulos, al pueblo judío y a la posteridad en cada siglo quién es nuestro prójimo.
Entendido su contenido se deducirá entre otras muchas cosas que Jesucristo Nuestro Señor revela en esta Cátedra a modo de reflexión la enseñanza para conocer y aplicar en nuestro actuar de la vida diaria las virtudes Teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad.
De ellas algunos dirán ¿A caso son esas? Otros dirán: ¡Ya las conozco! Otros más, he escuchado de ellas al sacerdote los domingos. Entonces viene la pregunta directa surgida de la observación interior de nuestros pensamientos: ¿Las practicas? ¿Las valoras en el quehacer de tu existencia?
Muchos hay que titubeamos al responder; otros en silencio piensan: ¡vaya pregunta! Algunos, justificándose injustificadamente afirman no sé cuáles son; por allá los temerosos dirán no me acuerdo de ellas; el desidioso dirá, recuerdo que lo aprendí cuando chico asistía a la doctrina.
Al menos en todos algo supieron, pero hasta ahí quedaron las virtudes Teologales, en todos fue pasajero. La realidad es que muchas almas las desconocen porque no existe interés por tener relación con Dios Nuestro Señor.
Para ellos es escuchar que se habla de alguien desconocido, pero eso sí, viven atentos y preocupados por las cosas del mundo, están al tanto de noticias y actualizadas las novedades para los “negocios” olvidando que el único destino en esta vida de todo ser humano es la salvación de su alma, olvidando que a eso hemos venido al mundo.
La parábola del Buen Samaritano muestra a Cristo Nuestro Señor misericordioso, por lo que su deseo es que seamos misericordiosos como lo es Él con nosotros, a ser igual o más con nuestro prójimo, pero la inmensa mayoría prefiere dejar de lado eso de ayudar al prójimo y alejarse por no querer responsabilidades ni meterse en vidas ajenas.
Se aparta de aquel que se acerca para hacerle reflexionar y se molesta porque no quiere que nada le impida hacer lo que le gusta, evita a quien le diga: “estás mal, ayúdalo, tú puedes hacerlo”.
¡Claro! Se anteponen los bienes del alma a los efímeros del mundo, sobre todo aquellos que dan placer y deleite, satisfacciones y éxitos, porque los espirituales no dan eso, al contrario requieren de la penitencia, del ayuno, de las obligaciones a cumplir como cristiano católico.
Esas obligaciones son el sacrificio de las tentaciones, entrega, oración, frecuencia de sacramentos y lo que la piedad y devoción requiera para que el pecador venza sus inclinaciones perversas, hábitos y costumbres perjudiciales.
Cuando se está en lucha incesante por evitar ser atraído por la tentación, es cuando con tesón logra el pecador modificar su conducta, no le importa ir cuesta arriba pues va con gozo, domina su cansancio y el enfado que convierte en alegría.
Por eso, quien no desea seguir a Cristo Nuestro Señor se dice a sí mismo: “Eso no es para mí”, así es la conducta humana para con Dios, su Creador, en las generaciones que vienen y se van del mundo.
Como están hoy las cosas en el mundo, es imperioso ser misericordioso con el prójimo, punto vital de salvación es hacer de la caridad el medio a perseverar hasta el fin en Dios Nuestro Señor.
La misericordia que Cristo Nuestro Señor da a conocer en la parábola del Buen Samaritano a todos los siglos posee el valor espiritual que trasciende en el convencido que cree en la divinidad de Cristo Nuestro Señor; que cree en su palabra, mandamiento, doctrina y Evangelio.
Es el convencido que el Señor es el camino, la verdad y la vida por lo que se dispone a ganar la gloria, atesorando en su favor las gracias derivadas de la fe, esperanza y caridad.
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