Soc. Omar Jesús Gómez Graterol.- Es muy difícil no generar polémica cuando se trata el tema de los pueblos originarios en América con relación a la colonización europea. Múltiples personajes, agrupaciones y gobiernos debaten sobre esta candente cuestión tenazmente, interpretando y reinterpretando la historia a partir de las perspectivas de los actores involucrados en los hechos de la época, así como de los sobrevivientes a éstos.
Asimismo, se han buscado opciones para resarcir el daño que se les hizo a los grupos étnicos que residían en el continente antes de la llegada de los españoles, portugueses, ingleses y franceses, entre otros. A lo largo de Latinoamérica se han levantado voces exigiendo que se pida perdón por la barbarie que empañó estos episodios históricos e incluso se demanda reparación a los afectados por los mismos.
El problema es que no es tan sencilla una solución a lo que se considera una deuda ancestral ya que se tendría que definir: ¿Qué es lo que hay que saldar? ¿Cómo se haría para que verdaderamente fuese efectiva dicha indemnización? ¿Cuándo se realizaría? ¿Dónde se procedería con ello? ¿Para qué habría de efectuarse? ¿Con qué se desagraviaría a los perjudicados? ¿Quiénes constituirían los destinatarios de la compensación que se estime? Y, por último, establecer el árbitro idóneo para resolver tan complejos asuntos.
Por lo que la evidencia y la tendencia nos señala se puede concluir que, de no producirse este evento pretérito, estos antepasados hubiesen continuado refinando sus saberes, sorprendiéndonos con la comprensión cada vez más aguda de su entorno. De igual manera, con sus avances en las ciencias y conocimientos e inclusive el dominio sobre hechos y acciones donde la naturaleza les deparaba un desafío. Sin embargo, no deja de haber una cierta dosis de candidez en asumir que seríamos poblaciones más avanzadas, con facultades y sabiduría propia sin nada que deberle a los colonizadores.
Claramente, un seríamos no cabría en esta discusión porque, nos guste o no, somos producto o resultado (como quiera llamársele) de los procesos sociales, políticos, económicos, culturales, espirituales y biológicos que se produjeron para ese entonces. Esto fue lo que ocasionó nuestra existencia, así como presencia actual y a ello se lo debemos.
Un precedente irrebatible es que hubo un mestizaje donde es muy complicado –y si acaso no imposible– determinar qué de tanto tenemos de cada uno de los protagonistas de aquel encuentro. Simplemente lo ignoramos, pero sí poseemos la certeza de que hay algo de todos estos en nuestra conformación.
En otro orden, hay que superar esa explicación tan dicotómica y romanticista de malos contra buenos o al revés. Esta apuntaría a una lectura muy reduccionista de estos acontecimientos. En el caso de México, por ejemplo, varias tribus aborígenes se aliaron con los conquistadores para vencer a otros indígenas que los explotaban y sometían a prácticas que hoy se clasificarían como inhumanas.
En efecto, se trató del conflicto de culturas distintas, donde cada una reaccionó con los recursos que tenía, entendiendo los sucesos desde sus cosmovisiones particulares y de acuerdo a sus intereses. Cada bando actuó pensando en algún momento que la razón lo asistía y que sus motivos eran legítimos. Al final, uno o unos, por su capacidad militar, se impuso a otro u otros.
No se niega que la crueldad estuvo presente y que no se valoró la erudición de los prístinos habitantes de estas tierras, pero, hasta donde se ha comprobado, el pasado no se puede cambiar, se intente lo que se intente. Por otro lado, comenzar o desarrollar gestiones gubernamentales pidiendo a otras naciones actos de contrición implicaría también pedir a los imperios contemporáneos excusas por su accionar en todo el planeta. Por lo que cabe preguntarse: ¿lo que desean los primeros pobladores de este territorio es una disculpa u otro tipo de iniciativas? Quizás conviene canalizar mejor las energías y esfuerzos, reivindicando a las comunidades oriundas del suelo americano en aquello que realmente es viable apoyar.