Antonio Fernández.- San Agustín revela en la parábola del Buen Pastor cómo el Señor manifestó a todos los siglos su divinidad de ser el Hijo de Dios; “Hemos oído al Señor Jesús que nos encarecía el deber del buen pastor. En ese encarecimiento nos ha hecho saber —como es dado entender— que hay buenos pastores. Y, sin embargo, para que no interpretemos de modo equivocado esa muchedumbre de pastores, dice: Yo soy el buen pastor.”
En efecto, Jesucristo Nuestro Señor es indiscutiblemente el Buen Pastor que cuida sus ovejas, examinando su proceder reconoceremos que el punto fortificado de nuestra salvación está en Él y solo en Él.
Ahondando en la ilustración del Obispo de Hipona, es comprender que el Señor al impartir su Cátedra de misericordia, da a conocer a las almas ser creadas por Dios y todas sin excepción son suyas, vino al mundo a salvarlas del pecado, por eso ve y verá por ellas desde su nacimiento hasta su muerte.
Lo valioso de la vida terrena del ser humano está en luchar por la salvación de su alma, entre esos dos hechos de obligada participación es el principio y el fin de nuestra existencia.
Para el Señor es punto valioso el tiempo entre uno y otro para que el paso de vida terrena en toda persona se desarrolle con todos los bienes, gracias y dones que no cesa en ningún instante de ponerlos a la voluntad de cada persona, para que por sí mismas forjen su salvación.
Que si se cae en pecado ahora, mañana y cada instante, tiene los bienes espirituales que se derivan de la frecuencia de sacramentos a su alcance, donados gratuitamente por el Buen Pastor que vela constantemente por sus ovejas.
Confirma la realidad profética del obrar para que el pecador vuelva a obtener la gracia perdida: “Él ama la misericordia y la justicia”, dos virtudes que en Dios son infinitas.
Caritativamente las pone en el corazón de cada alma a valerse de ellas en su retorno a Él reafirma en la profecía anunciada en el libro de los Macabeos; “Único liberal, único justo, omnipotente y eterno; salvas al pecador de todos los males.”
Se refiriere a los males del alma, no del cuerpo. Quede claro al cristiano católico que la justicia es cosa de Dios porque Él es la fuente de toda justicia y santidad.
San Juan esclarece la justicia del Señor: “No os venguéis por vuestra cuenta, amados míos, sino dad lugar a la ira (de Dios) puesto que escrito está: Mía es la venganza; Yo haré justicia, dice el Señor.”
Adelanta cómo será su proceder divino hacia aquellos que arrebaten la vida, mutilen, engañen, roben, mientan y humillen, menosprecien y ultrajen al prójimo, lo malo es que la inmensa mayoría obra causando males creyendo que nada pasa.
Pero el Buen Pastor que vela por sus ovejas es paciente en salvarlas y hacer justicia. ¿Cuál es el mejor camino para todo hijo de Dios? Ser dócil al Buen Pastor que se presenta a toda alma de cada siglo: “Yo soy el pastor, el Bueno.”
No solo es reconocerlo, sino que tenerlo será mérito, porque conoce a sus ovejas y será de ellas corresponder perseverando en ser las ovejas que siempre reconozcan del Buen Pastor su voz en el corazón.
Cristo Nuestro Señor da a conocer que la primordial predilección del corazón de su amado Padre está en la primacía de su amor paternal, mismo que lo predispone hacia los más necesitados, no de las cosas temporales del mundo que coinciden con la mezquindad humana, sino con las necesidades espirituales en todos los preceptos de la vida.
Bien es profundizar en el sentido que Jesucristo Nuestro Señor imparte su enseñanza valorar el celo de su protección, pregunta que extiende a cada generación de personas que han pasado por el mundo cada siglo: “¿Qué hombre entre vosotros, teniendo cien ovejas, si llega a perder una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el desierto, para ir tras la oveja perdida hasta que la halle?”
Repasando la conducta humana, ¿Qué encontramos en el mundo? La incomodidad de que sea preferible no tener misericordia hacia el prójimo y para justificar la injustificable tacañería se dice: “¿Por qué he de ayudar? Mal pagan queriendo más, su interior pregunta: ¿Y este cómo me va a pagar “mi favor”?
Divulga sobre el prójimo críticas y falsedades, pisotea su honor, aviva el fuego con mentiras, intriga porque le exacerba la envidia, celo y resentimiento que han convertido al mundo en una olla de grillos, en una selva donde habitan no animales hambrientos, sino seres humanos crueles y despiadados.
Por eso le va al mundo como le va, y ¿Cómo le va? Basta volteando en estos días a todos lados encontramos rostros temerosos de morir, dibujado en su semblante el temor, mirando con ojos de muerte a las personas mayores. En realidad se manifiesta cero paz interior, cero fe, cero confianza en Dios y un inmenso océano de alejamiento para con su Creador.
No hay ánimo ni convicción ni arrepentimiento, menos buscar en la palabra del Señor el consuelo y confort del alma, no se quiere escuchar lo que el corazón no cesa de oír: “¡Hijo mío Yo soy el buen pastor que pone su vida por sus ovejas! Tú, una de mis ovejas descarriadas eres mi oveja preferida.”
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