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Estuches de monerías

Alejandro Cortés González-Báez.- El ser humano siempre tendrá la oportunidad de asombrase de lo que es capaz (para bien y para mal). Los ejemplos de ello son innumerables. Hoy podemos ver a hombres tirándose de grandes alturas y volando a alta velocidad gracias a trajes especiales con membranas como si fueran murciélagos. 

A artistas callejeros que interpretan asombrosamente piezas musicales con instrumentos elaborados a base de materiales de desecho. Otros, en cambio, usan su ingenio, y todo su ser, en fabricar y usar armas para morir matando.

El ser humano puede pasar de lo sublime a lo perverso y viceversa. En nuestra naturaleza —que supera por mucho a la de los animales— tenemos una inteligencia que nos permite acceder a verdades que no conocíamos partiendo de las ya conocidas. En esto radica propiamente la capacidad de razonar. Por si fuera poco, tenemos una voluntad libre capaz de superar los reclamos de nuestros instintos.

En los últimos años ha prosperado una corriente de carácter ecologista que procura la protección a los animales, lo cual es muy loable. Sin embargo, en sus esquemas quedan rendijas por las que se escapan temas importantes. 

Por ejemplo: De los seres humanos podemos afirmar que todos tenemos la misma dignidad, y por lo mismo, todos han de ser respetados en sus derechos fundamentales. Ahora bien, los defensores de los animales ¿podrán, acaso, afirmar que los delfines y los perros tienen la misma categoría de las cucarachas, los piojos y los cisticercos? De ser así, se debería penalizar a quienes usen insecticidas, repelentes contra insectos, matamoscas y antibióticos.

En este orden de ideas, convendrá distinguir entre los sentimientos que manifiestan algunos animales —siguiendo sus instintos— y la capacidad de decisión que tiene el ser humano para actuar libremente. Si bien es cierto que muchas veces los animales nos sorprenden por su lealtad y nobleza al ayudar y defender a gente necesitada, no podemos deducir que tienen la misma dignidad del ser humano.

Por otra parte, observamos que muchos animales son capaces de caminar por sí mismos a las pocas horas de haber nacido. En cambio los bebés tardan un año para poder caminar erguidamente. 

Sin embargo, el hombre es capaz de seguir aprendiendo, en infinidad de temas a lo largo de toda su vida, y así vemos a personas de avanzada edad que aprenden a tocar instrumentos musicales, o diversos idiomas e, incluso, que obtienen títulos académicos estudiando con compañeros que podrían ser sus nietos.

Qué alegría da encontrar en tantos lugares a personas de cuna humilde, quienes, a base de esfuerzo, se han abierto camino trabajando y estudiando hasta alcanzar posgrados académicos y destacando por su afán de aprender.

Reza el refrán popular: “Todos los días se aprende algo nuevo”. Sin embargo, corremos el peligro de perder nuestro tiempo dejando escapar oportunidades para crecer en conocimientos y capacidades siendo cada día más útiles a la sociedad.

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