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El “buenismo” actual

Juntóse el lobo a la oveja y le comió la pelleja (Sabiduría popular)

Padre Eduardo Hayen.- Las últimas manifestaciones del movimiento antirracista en protesta por la muerte de George Floyd en manos de un policía tomaron dimensiones internacionales dejando una estela de vandalismo y saqueos por todas partes.

En Ciudad de México vandalizaron edificios públicos y tiendas de comercio en Reforma y Polanco. Estos hechos se suman a los de la marcha feminista del 8 de marzo pasado que dejó una gran cantidad de daños materiales, no solo a monumentos y comercios, sino también a más de 30 templos católicos y algunas catedrales.

Ambos movimientos sociales disfrazados de “buenismo” saben adherir a su causa a innumerables simpatizantes de todas partes porque saben aprovechar una injusticia que ha herido y lastimado a toda la sociedad. Difícilmente alguien no repudiará un abuso policiaco como el que se hizo contra Floyd, contra Giovanni López o la violencia contra las mujeres.

De hecho, son tan manipuladores estos movimientos que utilizan frases como “Ser indiferente es ser cómplice” y otras por el estilo para presionar a los ciudadanos a apoyar sus ideales. Y como todos queremos ser buenos con todos, muchas veces por la necesidad de sentirnos aceptados por los demás, fácilmente y sin discernir, nos entusiasmamos con cualquier bandera. Fácilmente caemos en el “buenismo”.

Sin embargo, quienes por su “buenismo” en un primer momento aplauden el antirracismo, el feminismo o la ideología de género, quedan desconcertados cuando miran el rostro oculto y violento de estos movimientos que, lejos de servir a los ideales nobles que enarbolan, en realidad están al servicio de otras agendas políticas para desestabilizar a los gobiernos, derribar el orden social y traer el caos.

Lo más desconcertante es que los mismos gobernantes, que no quieren ser catalogados como fascistas, temen a estos colectivos y los dejan hacer lo que ellos quieran, abandonando a la ciudadanía a la indefensión.

En el fondo de estos fenómenos está la lucha de clases que promueve la envidia y el victimismo como los generadores del progreso social. Hoy los opresores de la sociedad son los varones, los heterosexuales, los cristianos –especialmente los católicos– y los blancos.  Los oprimidos, por el contrario, son las mujeres, los homosexuales, los musulmanes y las demás razas.

Aquellos que no están de acuerdo en apoyar a estos movimientos son catalogados como machistas, racistas, homófobos y, en otros países, islamófobos. Y cuidado con tener una etiqueta como estas. Dios nos libre; es como estar contagiado de Covid: todos te sacan la vuelta.

La Iglesia Católica nos enseña a cuidarnos de los falsos maestros de la prosperidad social y de sus “fatuas teorías y fantasías de bienestar futuro”. Así los llamaba Pío XII. “Tales falsos pastores quieren hacer creer que la salvación tiene que venir de una revolución que cambie la consistencia social y revista carácter nacional”.

La violencia no se combate con la violencia, ni con la anarquía o la revolución. Estas solo han causado destrucción, han encendido las pasiones y acumulado odios. La armonía social está en el diálogo entre todos los grupos que conformamos la sociedad democrática para vivir en el respeto a las diferencias, en la fraternidad y la convivencia pacífica.

Seamos buenos, eso sí, pero evitemos ser “buenistas”.