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El acto sublime de la fe es creer en Cristo

Antonio Fernández.- ¿Dónde está la fuerza sobrenatural para transformar el alma? San Pablo lo da conocer: “La fe viene, pues, del oír por la palabra de Cristo”, de donde surge la pregunta: ¿Quién pudiera negarse de no haber tenido oportunidad en ahondar la realidad que vive su alma en su relación con Dios Nuestro Señor?

Unos pocos afirmarán que sí lo hacen, pero la inmensa mayoría molestos dirán: ¿Por qué han dejado de hacerlo o más bien no quieren hacerlo? En esa inmensa generalidad sí atraviesa por su mente la palabra de Cristo Nuestro Señor.

Pero con disimulo haciéndose de lado cree que escondiéndose en las cosas del mundo evitará meterse en lo que considera no encontrarle sentido, por lo que esquiva y justifica para evitarle, sabiendo que su realidad es injustificable teme verla, teme comprender su propósito de enmienda porque en él nada hay de fe.

Todo ser humano posee por obra de Dios Nuestro Creador a nuestro favor la conciencia, esto es, el conocimiento que tiene de la propia existencia, por ella conoce y define el bien del mal estando enterado del estado de sus actos y lo que hace.

Detalla la responsabilidad de todo acto que realiza y se guarda en sí mismo cómo llevar su existencia con el mundo; la conciencia enjuiciará las acciones de acuerdo a la moral y buenas costumbres de los hechos particularmente personales.

Tenemos conocimiento, nada de lo que hagamos puede eludirse, porque la conciencia no atenta al bien del alma sino que reclama e incita a mantener y conservarse en la verdad, pero cuando la rebeldía es no escucharla, la persona cierra sus sentidos para dar paso a los impulsos de la pasión.

Es entonces cuando inician los problemas, la acción de la conciencia no tiene tiempo de descanso ante las actitudes del mal que se obra, persiste y atrae recuerdos pasados: ¿Por qué hice esto? ¿Por qué dejé aumentar el problema? ¿Por qué me metí en esto?

Al aparecer la agravación de la problemática, ésta recrudece en extremo, atribula la persona que comprende lo difícil e imposible que es resolver lo hecho, viene a su memoria el recuerdo de cuando inició y la ocasión que pudo haberlo resuelto y no lo hizo.

Por eso hoy vive una situación desesperada y agobiante que trasciende a todo lo que le rodea, no hay a la vista solución a lo que hizo y no debió hacer, en su momento vino a él la alerta que espoleó agudamente al corazón para frenarse que se pregunta: ¿Dónde está el motivo de mi desgracia?

Está en el alejamiento que por sí mismo ha hecho de la misericordia del Señor y se ha impedido adherirse al acto sublime de la fe que es creer en Cristo Nuestro Señor: ¿Por qué he dejado que esto sea así?

La persona envuelta en la problemática de las cosas del mundo vive abstraída dejándose llevar a primera línea del querer, obtener y disfrutar, en el dejar hacer y dejar pasar, de tal forma que su confort es disfrutar la vida temporal.

Es satisfacerse con las cosas del mundo para quedar bien en él, hacerse de la vista gorda para no ver el mal que hace a su persona tolerando la perversión, inmoralidad y maldad con las que busca componer las cosas malas en buenas sabiendo que están mal y son malas. Lo importante es obtener lo que la escondida intención le dará, está es nuestra realidad con el mundo.

¿Y con Dios Nuestro Creador que para bien del alma entregó hasta la última gota de su preciosísima sangre pagando con ella nuestros pecados? ¡La realidad es que se teme pensar en ello!

Para no buscar palabras dejamos al Obispo de Hipona ilustrar a los siglos y al mundo de hoy que nos rodea la esperanza caritativa que motiva a despertar a la realidad: “Quién no se aplica a oír en su interior la palabra de Dios se haya vacío”. Enterados de nuestra situación con Dios Nuestro Señor queda a cada uno responder cómo es el vacío de su alma.

A través de su evangelización a los hebreos, San Pablo enseña al cristiano católico conocerse a sí mismo y arraigar el confort de su alma en Cristo Nuestro Señor: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que cualquier espada de doble filo y penetra hasta dividir alma de espíritu, coyunturas de tuétanos, discierne entre los efectos del corazón y los pensamientos”.

Porque la palabra del Señor es toda fuerza y toda sabiduría divina que en ella se encuentra: ¿Y cómo se va encontrar el bien del alma? Por el acto sublime de la fe que es creer en Cristo Nuestro Señor.

hefelira@yahoo.com

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