Carlos Villalobos.- De acuerdo con la Real Academia Española, un municipio es una “entidad local formada por los vecinos de un determinado territorio para gestionar autónomamente sus intereses comunes”; sin embargo, ¿cuántas veces hemos reflexionado realmente sobre lo que esto significa en la práctica? Porque aunque la definición suena clara y contundente, lo cierto es que, en el día a día, los municipios parecen estar perdiendo la fuerza y el poder que históricamente se les ha conferido para responder a las necesidades más básicas de las y los ciudadanos.
Desde 1994, con la reforma constitucional en México, que reconoció por primera vez en mucho tiempo un nuevo papel para los municipios, dentro del sistema jurídico y político mexicano, al otorgar mayores y mejores campos de actuación autónoma a las entidades locales. Fue un momento histórico; un parteaguas que debería haber marcado el inicio de una nueva era para los gobiernos locales, consolidándolos como verdaderos actores en el escenario federal. La importancia de los municipios en nuestra vida diaria sigue siendo crucial, ya que son el primer nivel de respuesta frente a las necesidades ciudadanas, al menos en teoría.
El problema es complejo, porque el “achicamiento” de los municipios no es inmediato ni espectacular, sino que se va desarrollando lentamente, como una enfermedad que erosiona poco a poco la capacidad de respuesta de los gobiernos locales. Y es que, a pesar de la relevancia de los municipios, tanto en el ámbito jurídico como en el político, la descentralización efectiva de funciones, recursos y responsabilidades parece estancada.
Si bien es cierto que, en teoría, las elecciones locales son cada vez más disputadas y atractivas para diversos actores políticos, eso no ha evitado que, en muchos casos, los gobiernos municipales pierdan protagonismo en la toma de decisiones clave y aquí radica la paradoja: a pesar de que los municipios debieran ser el centro neurálgico de atención, donde se resuelvan las principales demandas de la población, hoy se perciben más como organismos ineficaces ante las necesidades ciudadanas de toda índole.
Lo que estamos viendo es una desconexión entre la teoría y la práctica porque, en los hechos, los municipios han sido relegados a una especie de “trámite burocrático” más y, con ello, su capacidad para ejercer una verdadera gobernanza local se ve disminuida.
El achicamiento de los municipios afecta directamente la calidad de vida de los ciudadanos, ya que si un municipio no busca contar con los recursos, la infraestructura o la autonomía suficiente para gestionar los servicios más básicos, es la población la que resiente la ineficacia de un sistema que debería responder rápidamente a sus necesidades. Al final, el ciudadano se encuentra con una administración débil, incapaz de gestionar las problemáticas que le afectan de manera cotidiana.
En segundo lugar, este proceso erosiona la democracia local, esto debido a que los municipios son, en teoría, las instancias de gobierno más cercanas a la gente, debería ser también donde se exprese con mayor claridad la voluntad ciudadana. Pero cuando los municipios pierden su capacidad de decisión y ejecución, la participación ciudadana se reduce a un ejercicio electoral vacío de poder real. Se eligen autoridades, sí, pero estas autoridades tienen un margen de maniobra cada vez más limitado, muchas veces provocado por su inacción.
Esto nos lleva a una peligrosa tendencia: los municipios que deberían ser actores clave en la gestión de los intereses comunes de la comunidad, se están transformando en simples observadores pasivos y si los ciudadanos no sienten que su voto local tiene un impacto directo en su vida, el desinterés y la desafección por la política local se incrementan. Esto, a largo plazo, debilita las bases de nuestra democracia.
Aunque desde la opinión pública y desde ciertos intereses se busque colocar que todos los problemas tienen origen en el gobierno federal o los gobiernos estatales, lo cierto es que el debilitamiento de los municipios explica la gran mayoría de las agendas públicas. Esta disminución en el rol de las autoridades locales, no es un problema que se resolverá de manera automática, se necesita una revalorización del papel de los municipios, pero, más importante aún, es fundamental que los cambios comiencen desde lo local. Porque si el municipio es la instancia más cercana al ciudadano, es precisamente en el ámbito local donde debe comenzar la resistencia a este proceso de reducción.
Es necesario promover una cultura de participación ciudadana activa en el ámbito local, las elecciones municipales no deberían ser vistas como “elecciones de menor importancia,” sino como espacios fundamentales donde la ciudadanía puede incidir directamente en su entorno inmediato. Para lograr esto, se requiere educación cívica y una comunicación constante entre las autoridades municipales y la ciudadanía.
Desde lo local, y con un esfuerzo conjunto entre la ciudadanía y las autoridades, es posible revertir este proceso y devolver a los municipios el papel que les corresponde: el de ser los gestores autónomos y responsables de los intereses de la comunidad.
Es hora de tomar conciencia de la importancia de los municipios y de luchar por su fortalecimiento, porque, al final del día, es en lo local donde se construye el país que queremos.
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