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Educación laica

Alejandro Cortés González Báez.- Al hombre de hoy solamente le duelen la cabeza y el bolsillo. Hace apenas dos generaciones también le dolían el honor y el corazón. Nuestros antepasados tenían religión. Si, un Dios en el que creer, y al cual poder amar, y quien daba sentido a todo lo que hacían. Pero ese Dios, si bien no ha sido eliminado, sí ha sido archivado por la “libertadora” educación laica. 

Personalmente amo y defiendo la libertad de todos como uno de los dones más valiosos, puesto que gracias a ella tenemos la capacidad de elegir los medios que nos perfeccionan como seres humanos. Sin embargo, no deberíamos caer en el error de considerar a la libertad como “aquello que nos convierte en hombres”. Aquí está el error básico del liberalismo: Afirmar que la esencia humana es la libertad. Según esta ideología, para llegar a ser hombres, es necesario no tener limitaciones de ningún tipo. Asunto que, desde todos los puntos de vista, es absolutamente absurdo.

No perdamos de vista que, la libertad —al igual que el dinero— es para gastarla comprometiéndonos en realidades nobles como el matrimonio, los hijos, el trabajo, la patria… y no para conservarla temerosamente. Por su parte, algunos consideran que Iglesia Católica, ataca al hombre porque le impone cómo ha de portarse, e incluso, cómo debe pensar.

De ahí se desprende que, a partir de la Revolución Francesa, se hayan introducido en las constituciones de varios países leyes que limitan la acción de la Iglesia. Por ello los hombres le prohibieron a Dios que se asome a la calle y lo quieren someter a arraigo domiciliario.

Seguramente algunos me objetarán que siempre se “permitieron” las clases de religión en las escuelas católicas. A lo cual protesto en dos puntos: 1º. Para ese tipo de actividades, no se tienen que conceder, ni pedir permisos, sino simplemente reconocer el derecho de los ciudadanos a educar a sus hijos en su religión, y 2º, más del 90% de los niños mexicanos (los que cuentan con menos recursos económicos) estudian en escuelas oficiales. Además, en la práctica nunca ha estado prohibido hablar de religión; lo que estaba prohibido era hablar “bien” de religión; pues hablar mal se le ha permitido siempre a cualquier profesor, en todos los niveles.

Durante más de medio siglo, a los mexicanos se nos ha enseñado a “portarnos bien” en base a un civismo sin bases sólidas ni fundamentos firmes, y cuando mucho, en un decadente sentimentalismo moral, supuestamente patriótico. Que lástima que el verdadero amor a nuestra patria, a nuestras tradiciones, a nuestra historia, no se nos haya transmitido —por culpa de un falso respeto a la libertad— como se podría haber hecho; con lo cual nuestros males no serían tan extensos y tan profundos. La educación académica no cambia la esencia del hombre, pero indudablemente sí influye en su crecimiento como persona, y el estudio serio de la religión —la que cada quien profese— favorece, entre otras cosas, el conocimiento de la propia dignidad, como la estima y el respeto por los demás. 

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