“Os excluirán de las sinagogas; y aun vendrá tiempo en que cualquiera que os quite la vida, creerá hacer un obsequio a Dios” (Jn 16, 2)
Antonio Fernández.-
Es cosa natural que cuando uno se manifiesta, se tiene que ser preciso al mostrarse en favor de aquel o aquello que se ama.
Para hacerlo propio no es solo decir quiero, sino lograr hacer realidad el significado de esta aspiración que surge de la nobleza del ser humano a ganarlo, y no sea pasajero propósito sino permanente en todos los órdenes de la vida, para ello se tendrá que ir contra la corriente superando toda adversidad u obstáculo.
Conociendo la realidad del mundo que nos rodea sabemos que la conducta humana se mueve de acuerdo al interés que lo impulsa, pero en el amar son los sentimientos sinceros los que contribuyen a lograr lo que se ha propuesto.
En todo ello se encuentran la forma lícita y la ilícita de amar. Del primero para obtenerlo se lucha, se superan obstáculos y adversidades, no importa superar infortunios, desdichas y tropiezos, sufrir reveces, caídas y sentirse fracasado, lo motivante y satisfactorio es levantarse y obtener lo que se cree y se ama.
Esa tenacidad conducirá a la satisfacción de poseer el amor por el que se entregó, que si se hubiera dejado de lado ante los tropiezos, la persona quedaría vencida y derrotada.
La segunda es la desconfianza en el temor de amar, detestar ser amado como corresponder, despreciar lo que se anhela o supone que se quiere, escabullirse de una realidad a la que el miedo acobarda, prefiriendo llevar una vida tranquila y sin compromisos.
Aunque se diga que se anhela amar, en el fondo de su ser nada hay de ese propósito ni de ese compromiso, lo que hay por hacer, es buscar la oportunidad de obtenerlo mientras la situación lo permita, no jugar con el sí y el no, eso es hipocresía y cinismo, a nadie le gusta ser engañado y menos saber que se le dice amar para quedar bien u obtener un “algo”.
Quien va por la vida jugando con los sentimientos ajenos se divierte como si estuviera emocionado subiendo y bajando un bimbalete, diversión peligrosa donde un ligero movimiento puede hacerle caer y lastimarse, se indigna y viene el coraje de una caída de la que el único responsable es el que se cayó.
Así es el ser humano cuando juega con los sentimientos del prójimo, crea conflictos espirituales, morales, familiares, económicos y más, porque en su momento rechazó lo que hubiera sido un acto de amor.
Todo lo anterior es la vida del ser humano en sus relaciones en el mundo, lo expuesto es una pequeña parte de toda la parte que escuchamos, conocemos o hemos vivido en carne propia.
¿Y cómo queda el estado de ánimo del afectado? Desilusionado de la vida, humillado en su interior, burlado en su sinceridad, engañado; se siente estafado, pero también hay la alegría y contento, felicidad y satisfacción cuando las obras muestran cumplir ese deseo de amar.
Como apreciamos, la vida entre los seres humanos tiene buenos momentos para entenderse, pero malos momentos cuando las intenciones son engañar. En los primeros el premio es vivir en armonía, en los segundos es vivir en sobresaltos.
No es la razón de estar en este mundo, cada persona hemos sido traídos por Dios Nuestro Señor al mundo, la razón de su amor a nosotros está en su misericordia, su benevolencia, su doctrina, mandamientos y todo lo que creó el Hijo de Dios enviado al mundo por Dios su Padre.
Entendamos comprendiendo que su obra fue por amor a cada persona, su amor paternal entrega gratuitamente infinidad de medios, siendo tantos que el alma del cristiano católico no las vislumbra, pero están depositados para cuando sea necesario superar la resequedad del corazón.
Son los medios para que por sí mismo cada quien los aplicara para salvar su alma, para ello Cristo Nuestro Señor siempre está al lado de cada alma para que sea buena, justa o pecadora.
Por lo que es de hijos reconocer el corazón amoroso de tan amoroso Padre, por lo que estamos obligados a corresponder a su amor con amor dando testimonio a Cristo Nuestro Señor, pensando como Él, hablando como Él y obrando en todos los actos de nuestra vida diaria como quiere que pensemos, hablemos y obremos, en una palabra imitarlo, lo que no es difícil cuando se vive en estado de gracia.
De ello ilustra San Pablo: “La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios (Padre) y la comunicación del Espíritu Santo sea con todos vosotros”.
Este medio es la gracia que mueve la conciencia, el alma y corazón arrepentido de la vida pecadora a cumplir el mandamiento dado por Nuestro Señor, que se alimenta con la frecuencia de sacramentos y por ello recibirá los bienes del alma que vienen de la benevolencia del Señor, de la que en los Proverbios reza: “El alma benéfica será saciada”.
Introducida la persona en buscar el bien del prójimo y por consecuencia el suyo, reflexiona y medita la perfección de su alma que vislumbra la comunicación del Espíritu Santo que el Evangelista San Juan adoctrina a los siglos: “El Padre es amor; el Hijo, gracia; el Espíritu santo, comunicación”. Él habitará en nosotros y estará siempre con nosotros.
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