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Confesión sacramental

Alejandro Cortés González Báez.- Estoy convencido de que uno de los mejores lugares en todo el mundo es un confesionario. Ya sé que para quienes carecen de la fe, y de la voluntad de saber sobre todos los temas en relación con ella, este es el clásico tema para atacar con furibunda violencia a los sacerdotes, sacando a relucir toda la asquerosa y nauseabunda podredumbre que se haya hecho presente en ese lugar a lo largo de los siglos. 

Soy consciente, por lo mismo, de que tocar un tema así es como arrojar un venado herido a un valle de lobos hambrientos. Ahora bien, en mi papel de editorialista y con mi experiencia de más de 40 años de sacerdocio, tengo los argumentos que me permiten hacer este tipo de afirmaciones con la plena certeza de lo que digo.

Resulta evidente que no todas las personas que he podido atender en confesión, se hayan ido contentas, satisfechas y alegres, pero de lo que estoy seguro es de que en mi caso, como en el de muchos miles de sacerdotes hemos procurado ayudar en la formación de las conciencias de la gente para que puedan responder a las exigencias de una doctrina enseñada por el mismo Jesús y recogida en las Sagradas Escrituras.

Hay quienes acuden a confesarse buscando un recurso psicológico para descargar aquello que sus conciencias les reclaman; sin embargo, la confesión no es un medio relajante, sino un sacramento donde Jesús —a través de sus ministros— (cfr. Juan 20. 23) absuelve los pecados dejando el alma limpia y otorgando de nuevo la Gracia Santificante que se había perdido al cometer pecados mortales; aunque también es cierto que todo ello suele producir, como efecto secundario, una tranquilidad muy especial en las almas de los penitentes.

Cuando Moisés se acercó a la zarza que ardía sin consumirse escuchó la voz de Yahvé que le dijo: Descálzate, pues la tierra que pisas es tierra santa. Con lo cual queda claro aquel adagio latino que dice: “Sancta sancte tractanda”: Las cosas santas han de ser tratadas santamente. Pues bien, los sacerdotes no hemos de perder de vista que las almas ante la presencia de Dios en el confesionario deben ser tratadas así, pues estamos ante una realidad sagrada: El encuentro del alma con su Creador, y permítaseme decirlo así: Los confesores somos simplemente el teléfono para que Ellos dos se comuniquen.

En ocasiones nuestra labor no es sencilla, pues algunas personas se sienten heridas cuando —como debe hacerlo un médico honrado— les presenta un diagnóstico certero y claro de los padecimientos y las causas de sus males. Qué importante es conjugar la prudencia y la verdad para decir lo correcto sin herir; pero, nuestra labor no es la de quienes buscan caer bien como lo puede hacer un actor o un cantante, sino un maestro o un padre de familia, que enseñan o refuerzan aquello que consideran conveniente para poder corregir los posibles errores.

Además, no perdamos de vista que la absolución de los pecados siempre lleva consigo una gracia sacramental para sanar y fortalecer el alma del pecador.

www.padrealejandro.org 

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