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Casa del migrante

Alejandro Cortés González Báez.- Hoy visité la Casa del Migrante San Agustín. He de aclarar que no es la única institución de este tipo en la ciudad. Como su nombre lo indica es para la atención de personas en contexto de movilidad. Esta obra humanitaria es una iniciativa de la Arquidiócesis de Chihuahua. 

Siendo la primera vez que asisto a un lugar así hubo varios temas que llamaron mi atención. Para empezar, el lugar —a pesar de su tamaño— está muy limpio, la alacena y el almacén de ropa en perfecto orden, pero sin duda lo mejor es el trato personal. Aquí no me refiero a cómo me atendieron a mí, sino a todos aquellos que se acercan a esta institución, pues además de un exquisito respeto se les trata con esmero y cariño, y a diferencia de lo que podemos encontrar en hoteles o restaurantes donde el personal se esmera en la atención de los huéspedes y comensales, aquí nadie está esperando recibir una propina, sino todo lo contrario.  

En este lugar cada persona, cada familia, y cada grupo deciden si solamente se asean, comen algo y después de descansar unas horas siguen su camino hacia adelante o de regreso; o piden quedarse a dormir y comer uno o tres días más, pues tienen dormitorios para hombres, otro para mujeres, y uno más para familias. Un grupo de voluntarios visita a los migrantes para convivir con ellos y ayudarlos a pasar el tiempo de forma serena y sana. Hay juguetes para los niños que pueden llevárselos. El centro tiene servicio médico y asesoría psicológica, pues este tipo de travesías suelen ser muy desgastantes. Además, a veces llegan personas que han sufrido vejaciones y secuestros. 

He de confesar que la idea que tenía de los migrantes, aunque positiva, estaba muy lejos de esa tremenda realidad que supone recorrer miles de kilómetros en busca de un sueño indefinido. Encontré a un grupo de jóvenes campesinos centroamericanos entre los cuales menos de la mitad hablan español. Fueron rescatados en el desierto y después de casi un mes decidieron regresar a sus casas. 

Sabemos que quienes toman la decisión de buscar un mundo mejor no lo hacen por el amor a la aventura, sino para tratar de encontrar un trabajo y un ambiente menos violento, es decir que salen de sus casas por el hambre y el miedo ante graves injusticias. No son turistas, sino muchas veces víctimas. Tristemente corren el peligro de caer en las garras de delincuentes sin escrúpulos dispuestos a todo comerciando con seres humanos. 

Qué maravilla conocer esta iniciativa donde también colaboran sacerdotes, religiosas y muchos fieles de la Iglesia, con trabajo directo, o aportando ropa, alimentos y otros medios para ayudar a quienes no pueden valerse por sí mismos. Aquí se ve la solidaridad de muchos héroes anónimos. Pude constatar una actividad demasiado intensa en quienes organizan, preparan alimentos, lavan la ropa, hacen la limpieza y coordinan su labor con otras instituciones oficiales para que todo sea dentro del marco legal y del respeto a los derechos humanos.

www.padrealejandro.org

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