
Omar Jesús Gómez Graterol.- En referencia a la conflagración de Rusia contra Ucrania deseo compartir algunas reflexiones sobre el tema y a la luz de ciertas reacciones que se están presentando a nivel mundial. Lo anterior, tratándose dicha cuestión de la forma más objetiva posible y evitando caer en parcializaciones.
En primer lugar, lo que está pasando entre los dos países en conflicto afectará internacionalmente y sus secuelas terminarán repercutiendo el planeta en el corto, mediano y largo plazo. Ciertamente no es una idea original, pero no por ello hay que dejarla de mencionar. A partir de esta coyuntura la totalidad de los estados deben repensar sus políticas exteriores para que en su interactuar no ocasionen eventos lamentables que a la final terminan pagando las poblaciones, aunque estas últimas hayan estado en desacuerdo con las gestiones de sus mandatarios.
Tristemente nos hemos habituado en los últimos años a líderes y presidentes que manejan los asuntos externos, de sus territorios, de manera visceral, lo que con frecuencia deriva en resultados de esta naturaleza.
En segundo lugar, la división del problema entre buenos y malos. En las ciencias sociales se ha logrado precisar, con pocas excepciones, que hay una tendencia en cada grupo humano a percibirse a sí mismo mejor que los demás. Esto se puede observar desde conjuntos de dos personas, hasta colectivos étnicos, en relación al otro o los otros. En tal sentido, limitar las explicaciones de lo que está sucediendo a una simple situación dicotómica es una visión muy reduccionista y sesgada.
Por lo tanto, al intentar hacer una interpretación aproximada de la realidad, entre diversos factores, hay que tomar en cuenta el contexto, pero también las autopercepciones de los actores involucrados. La generalidad de la ciudadanía de ambos bandos en combate seguramente está convencida de que los asiste la razón para conducirse del modo en que lo han hecho y están haciendo.
En tercer lugar, hay que evaluar también desde los intereses de cada quien. Las relaciones entre naciones, a diferencia de la mayoría de las humanas, no se establecen en función de simpatías o antipatías, sino más bien de conveniencias. Por ello, cuando se perjudica la seguridad y beneficios de un determinado país éste reaccionará movilizando los recursos o cuotas de poder de los cuales dispone.
En el caso ruso un potencial cerco de la “Organización del Tratado del Atlántico Norte” así como la afectación del proceso de venta de su gas a los europeos, entre otras causas, desencadenó esta serie de consecuencias llevando la peor porción la población civil atacada. Evidentemente, había diferentes alternativas, pero esta fue la que eligieron los rusos por estar conscientes de que las probabilidades de victoria en una confrontación armada están a su favor, aunque haya el rechazo de gran parte de la comunidad internacional a este acto.
Por su parte, y posiblemente, la dirigencia ucraniana percibió en un convenio con la OTAN la manera de mantener a raya a un vecino incómodo y peligroso (tal vez suponiendo que potencias y organizaciones mundiales aliadas los respaldarían con ejércitos ante una tentativa de invasión a su patria).
En cuarto lugar, y para culminar, el máximo perdedor en cualquier disputa bélica va a ser perpetuamente la humanidad. En efecto, cuando una sociedad aniquila a otra está suprimiendo culturas con saberes que, frecuentemente, se pierden y no se vuelven a reemplazar. Igual pasa con la gente, jamás llegamos a conocer los potenciales aportes que las víctimas del conflicto bélico pudieron realizar pues sus luces fueron apagadas antes de llegar a su fin su ciclo de vida. También hay que destacar el daño ecológico cuando vegetación, animales y ecosistemas son eliminados.
En conclusión, las guerras son un fenómeno complejo al que hay que tratar desde diversas perspectivas y que invariablemente acaban dañándonos a todos, aun si se libran en regiones muy alejadas de las que habitamos, pero a pesar de su carga negativa, se tiene que convenir en aprender lo más que se pueda de ellas para tener la posibilidad de reducir este flagelo que ha acompañado a los humanos como especie desde sus inicios (y en caso de que sea imposible eliminarlas).