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Glorioso el que comerá Pan en el Reino de los Cielos

“Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín”. (Lc 14, 24)

Antonio Fernández.- Para afirmar, fortalecer y vigorizar nuestra fe y confianza en Cristo Nuestro Señor, Hijo de Dios vivo, debemos tener los sentidos del alma y cuerpo en el conocimiento del Plan Divino que redime a todas las almas mediante el sufrimiento y la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo.

Con este pensamiento nos adentramos a la promesa de Dios Nuestro Padre que es la parábola del gran banquete.

Se encuentra una entusiasmada y numerosa muchedumbre a la espera de que salga Nuestro Señor de la casa de un fariseo, espera motivada para escuchar su palabra y por ella descubrir en sí mismos sus pensamientos demasiado humanos ya que prevén que la palabra de su Maestro está cimentada en la verdad.

A través de su paso por el mundo, el Señor estuvo cercado por dos clases de corazones: los deseosos de conocer su enseñanza para resolver sus pecados y los no deseosos que estuvieron y permaneciendo en los siglos del mundo continúan asechándolo.

Esos sí que están atentos a escuchar de Dios un error, lo cual es una actitud risible e ilógica como inconcebible y absurdo e inexcusable es creer que Dios se equivocará, si fuera así no sería Dios, pero obligados por la mentira en que están envueltos, escuchan no deseando escucharle.

Cierto que al paso del tiempo sigue siendo escuchado por sus enemigos, los incrédulos vacíos de fe escuchan, pero no para aprender de Él, sino para criticarlo y rechazar su enseñanza, con lo cual pierden bienes espirituales de incalculables riquezas de salvación que vienen de su infinita misericordia.

El cristiano católico cuando escucha la palabra de Dios, lo hace con el corazón y precisamente eso sucedió a uno de los que escuchaban al Señor, que motivado por la palabra del Maestro exclamó: “¡Feliz el que pueda comer en el Reino de Dios!”.

Entonces comprendemos que el Pan en el Reino de Dios es Dios mismo que se da en alimento a la inteligencia, al corazón y toda la vida del ser humano. Lo que obliga la pregunta: ¿Quién podrá decir seré admitido en el Reino de Dios?

La respuesta es consecuencia de la fe que es en pocos, porque muchos la desconocen, otros tantos evitan interiorizarse en la palabra de Dios, pues afirman que es pérdida de tiempo.

En todos su “criterio” les dice no tener fundamento ni explicación eso de ¿Quién comerá pan en el Reino de los Cielos? Para el incrédulo es ambiguo, ilógico e irreal, entonces la inclinación es rechazar de Jesucristo Nuestro Señor su doctrina, su enseñanza como su mandamiento, oponiéndose a creer que los bienes del alma son obra de Dios.

Sin embargo, cuando la ocasión se presenta, refutan atacando sin prueba, negando que derramó su preciosísima sangre para la salvación de las almas. Esto y más es lo que surge de la mente maligna, mas no en el crédulo, esto es, el que cree en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.

El punto central de todo acto es hacer de las virtudes teologales la fe, esperanza y caridad, un hábito de vida y de conducta, hábito de actitud y de vida espiritual, ello implica estar atento a evitar las caídas que arrastrarán a perder los bienes, dones y la gracia.

Aunque pueden recuperarse para retornar a la vida de la gracia, el verdadero dolor de los pecados es la garantía de salvación que Jesucristo Nuestro Señor ha enseñado.

“Pedro le dijo: “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?” Jesús le dijo: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

Para recibir el perdón es condición indispensable arrepentirse las almas que desean ganar su lugar para comer Pan en el Reino de los Cielos, reconocerán y aceptarán haber ofendido a su Salvador, Creador y Redentor, pedirán perdón por no corresponder al pago que dio con su propia sangre por los miserables pecados que a diario se cometen y desear con limpieza de intención retractarse acudiendo al sacramento de la confesión y cumpliendo la penitencia.

Se pondrá en orden el alma para con Dios, consolidando el alma a recibir la Sagrada Eucaristía y perseverando en Cristo Nuestro Señor.

¿Qué he venido a hacer al mundo? A ser la obra de Dios Nuestro Señor, aunque diga el incrédulo que vino al mundo no porque hubiera querido, sino que vive obligado en el mundo con responsabilidades que no le importan, pero que le cansan y enfadan, porque eso de la salvación del alma es idea fútil.

Debiera ese incrédulo olvidarse de ello, porque en el actuar de su vida diaria se propone tener lo que quiere, entonces cae en contradicción; al disfrutar las cosas del mundo reniega estar en él.

¡Claro que las goza!, pero de mala forma, esa actitud muestra al incrédulo que su recelo no está fundamentado, puesto que si no quiere estar en el mundo nada de él debiera serle agradable, lo que le hace propenso a la sospecha y desconfianza de si la duda sea real o lo que dice que vive.

Para ello tendría que ahondar para pensar viéndose a sí mismo expulsar de su corazón la rudeza, sequedad y dureza que su palabrería que le tiene en una pose absurda y extravagante, consecuencia del ego.

La realidad es que en el fondo de su alma teme creer en Dios, porque bien sabe cómo se ha expresado de su divinidad, tiene miedo a no ser perdonado y continuará en este círculo vicioso, porque desconoce que la misericordia de Dios perdona en vida del pecador arrepentido, a pesar de los males de incredulidad puede obtener la gracia santificante, solo tiene que reconocer lo santo y sagrado.

Ilustra el Doctor de la Iglesia San Cirilo de Alejandría: “Este hombre era todo carnal, no comprendiendo lo que Jesús había dicho y creía que los premios de los santos eran materiales.”

Los premios del Cielo son la consecuencia que por sí misma cada persona ha atesorado en el cielo y enriquecido por las buenas obras anotadas en el libro de la vida que cada quien tiene.

Ese libro lo abrirá la mano de Dios, por lo escrito y acumulado en él, conocerá si obtiene el derecho de ser comensal en el Reino de los Cielos o el rechazo es ser lanzado del gran banquete dispuesto por Cristo Nuestro Señor.

Solo podrá comer Pan en el Reino de los Cielos aquella alma que hizo suya la promesa de Cristo Nuestro Señor: ”Díjoles, pues, Jesús: “En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tenéis vida en vosotros.”

hefelira@yahoo.com