Inicio ENFOQUES Y PERCEPCIONES Venezuela como lección para México

Venezuela como lección para México

Soc. Omar Jesús Gómez Graterol.- Si las naciones, aparte de su historia, optaran con empeño por aprender de las experiencias de otras repúblicas, seguramente, se ahorrarían cantidad de recursos, contratiempos y sus autoridades gobernarían de mejores maneras. Las nociones sobre desarrollo, progreso, calidad de vida, bienestar, derechos humanos y los principios de garantías de protección inherente de los Estados hacia sus ciudadanos no se verían comprometidos con seudo interpretaciones. Asimismo, se evitaría la acumulación de oportunidades fallidas por no comprenderse adecuadamente los hechos pasados o de reciente acaecimiento.

Sin embargo, los actores presentes en las diversas regiones parecen ignorar que un gran porcentaje de los senderos que pretenden recorrer han sido ya transitados por sus homólogos con resultados funestos.  Ni siquiera hace falta trasladarse hasta esos sitios, con un seguimiento en fuentes confiables por internet podrían enterarse de eventos que los ayudarían a tomar decisiones más acertadas para regir los destinos de sus patrias.

El calvario venezolano arroja valiosísimas lecciones de lo que no es conveniente hacer, pero no exclusivamente por sus gobernantes sino también por sus opositores, ciudadanía en general, además de su estamento militar.  Salvando las particularidades de cada país y si bien en diferentes momentos, hay ciertas similitudes sociopolíticas pasmosas entre México y Venezuela. 

Cuando Hugo Chávez asume el mandato en dicho territorio, coincidió con una época donde el barril de petróleo llegó a superar los CIEN DÓLARES (Dls. 100.oo) lo que le posibilitó disponer de un ingente capital.  La nación sudamericana se perfilaba como una de las que tenía mayores opciones y ventajas para convertirse en potencia, así como de las más influyentes en el contexto mundial.  No obstante, todo eso se disolvió, traduciéndose, entre otras cosas, en la pérdida de la capacidad adquisitiva del sector civil, masivas migraciones forzadas, el deterioro del marco jurídico o de derechos básicos y la degeneración de los cuerpos de seguridad.

Un importante período de la gestión del presidente (arriba referido) y sus seguidores, con el apoyo del “Partido Socialista Unido de Venezuela” PSUV (organismo que terminó encarnando todos los vicios que criticaba a sus adversarios, a la par de sumarle los de su autoría), se concentró en incrementar el poder que detentaban, además, de perpetuarse en este. Cuestionar cualquier directriz del mandamás era impensable y en un lapso pudo gobernar sin contrapesos (la Asamblea Nacional estuvo compuesta por diputados afines, otorgándole facultades plenipotenciarias, así como respaldo a todas sus iniciativas) lo que derivó en innumerables vejaciones y errores donde el control que aspiraban culminó siendo un anhelo ficticio signado por la anarquía. 

La oposición, por su parte, fue incapaz de articularse en un frente único para maniobrar desde los reducidos espacios donde se desenvolvía y así recuperar terreno. No pocas veces sus integrantes se dedicaron a sabotearse unos a otros, a cambiar de agrupación sin la más mínima vergüenza o coherencia ideológica con las asociaciones políticas de donde provenían. Tampoco lograron forjar una propuesta de gobierno alternativa a la populista aún vigente a la fecha.  En resumen, intentaron abordar novedosos desafíos con viejas recetas y tácticas obsoletas. (El caso de María Corina y Edmundo Chirinos lo consideraremos como atípico y la excepción).

En cuanto a la población, un segmento de esta, sacralizó la figura del primer mandatario contemplando en él a un mesías infalible, convencidos de que el camino señalado por este personaje era el indiscutiblemente correcto, aún siguen sus consignas, aunque la realidad les eche en cara sus yerros.  Se conformaron con las dádivas gubernamentales para subsistir. Mientras un significativo número se limitó a decir que la política es sucia y que ellos no tenían vínculos con nada de eso, que si no trabajaban no comían, que no estaban con “ni uno ni otro” bando porque todos eran más de lo siempre. Lo anterior, como si estuvieran en una especie de burbuja y lo que sucedería no les afectaría.  En tanto que, los no simpatizantes del sistema en alguna medida fueron perseguidos, acosados, acorralados y privados de su libertad cuando no eliminados.

Para finalizar, el órgano castrense se enajenó de su función vital como defensores de la democracia y sus instituciones para transformarse en el brazo armado donde se sustenta la revolución -erradamente designada bolivariana. Se extravió en su vocación de servir a la sociedad acoplándose a una ideología y sometiendo a sus conciudadanos para impedir que se revelaran a las disposiciones estatales. Permitió que en su interior se posicionaran representantes de la milicia de la isla caribeña allegada y mentora de las ideas del régimen, arriesgando la soberanía nacional. Lo que implica una dura advertencia de los peligros que corren otros ejércitos latinoamericanos si se ciñen a la ruta de la corrupción institucional.

Lo curioso es que miembros de los mencionados grupos (oficialistas, civiles, opositores y militares) han huido de su tierra como consecuencia de las posturas adoptadas, situación que se ha denominado con el nombre de éxodo venezolano.  Apenas una porción salió indemne y beneficiada de las calamidades, ansiando otros, residir preferentemente en los Estados Unidos de Norteamérica, suelo al que antes acusaban de imperialista y de múltiples injusticias.

Es muy aventurado tratar de sintetizar este ejemplo suramericano en un artículo de opinión (muchos elementos que deberían contemplarse quedaran por fuera).  Por otro lado, probablemente se da la impresión de estar deseando el mal a la nueva administración mexicana.  Pero, lo que se procura es llamar la atención a cada agente reflejado en esta suerte de tragedia griega para que se revise a sí mismo y pueda optimizar sus estrategias en el ejercicio gubernativo buscando aquellos procedimientos que en efecto redunden en la prosperidad colectiva.  La apuesta no debe ser nunca por el fracaso de algún funcionario porque inexorablemente los electores saldremos perdiendo si caemos en episodios históricos como los del hermano pueblo de la zona sur del continente.

Solo esforcémonos por no darle la razón al refrán que dice: “nadie escarmienta en cabeza ajena”.   No esperemos a tener que matarnos el “piojo en nuestras propias cabezas”, como prevenían mis maestras de primaria, para instruirnos de las equivocaciones de terceros.