Inicio ENFOQUES Y PERCEPCIONES Utopías, distopías y la irreverencia e inconformidad del ser humano

Utopías, distopías y la irreverencia e inconformidad del ser humano

Soc. Omar Jesús Gómez Graterol.- Hace unos años leí el resumen de una tesis universitaria cuyo argumento, por lo polémico, me pareció excepcional. Por infortunio, no apunté los nombres o apellidos de su autor, de quién solo sé que efectuó este trabajo de grado para optar al título de licenciado en Filosofía en una Universidad Latinoamericana. 

Dicho ponente sugería que si la condición del ser humano hubiese sido eterna y habitase nuestro planeta tal cual lo conocemos, con seguridad, habría inventado el concepto de MUERTE. Lo anterior, como un atributo liberador al que se tiene que aspirar para salir de los padecimientos que aquejan a la especie humana y donde todo cesaría irrevocablemente.

En tal sentido, quizás se producirían obras en torno al tema y hasta se fundarían iglesias, religiones o congregaciones que orientarían a sus feligreses a tan ansiada meta. En este contexto, sin duda, contarían con multitudes de seguidores esforzándose por alcanzar ese estado de finitud para no seguir sufriendo. Por lo tanto, el morir no sería una desgracia sino un bien a perseguir.

Por siglos se ha asumido que la ambición de los mortales es la inmortalidad, por lo cual un planteamiento que contravenga este anhelo si no se vuelve controversial por lo menos termina siendo incómodo. De hecho, posiblemente se consideraría una blasfemia pensar o pretender algo distinto. Pero lo innegable es que, sin la presencia de una inteligencia superior, el gozo o la asistencia de la Divinidad, una existencia inmortal pudiese convertirse en un perpetuo sufrimiento y no en una bendición.

Algo similar a lo indicado ocurre con las ideologías. Con el avance de la razón, de la ciencia, la tecnología y el conocimiento se han realizado grandes esfuerzos para conseguir un orden social definitivo, exitoso, incluyente, justo y válido para todos. Se han creado utopías con el convencimiento de que los que participen en éstas lograrían su felicidad, identidad, su lugar en el mundo, además de su desarrollo pleno dentro de estas formas de convivencia.

Por este motivo, y con mucha frecuencia, individuos y grupos han invitado a las personas a entrar en su redil y cuando éstas se han resistido las han obligado a introducirse en el mismo con la certeza de ser lo conveniente para ellas, aun si esto implica imposibilitarles la opción de ejercer su derecho de libre albedrío.

Pero estos ideales casi siempre culminan naufragando o requiriendo de un proceso continuo de análisis que les exija ajustarse a cada desafío sobrevenido a la humanidad, según las diferentes etapas por las cuales transite. Aunque ciertos modelos de organización social han perdurado más que otros en el tiempo, de modo inexorable cambiarán.

Lo más constante que se ha observado es el cambio y por muy avanzada que estimemos alguna iniciativa para regir los destinos de los ciudadanos, ésta en determinado momento será cuestionada y confrontada por pensadores disconformes o las generaciones predecesoras. El hombre tiende a objetar su entorno y a ejercitar su libertad, razón por la cual, aquello que trate de limitarlo o encasillarlo acabará por hastiarlo dando ocasión de revelarse contra ello.

Por lo señalado, si se concibe una opción de vida se debe percibir no como un decreto rígido e inmutable sino como algo fluido y perfectible que garantice la posibilidad de examinarse, superarse e incluso reemplazarse. Al aferrarnos a maneras de concebir e interactuar con la realidad, y negamos a los demás la oportunidad de que incorporen aportes o rectificaciones; se construye una suerte de prisión que, si bien no es física, resulta tan aprehensiva como si de paredes sólidas se tratara.

Por ello, es necesario que toda sociedad permanezca activa, evaluando lo mejor, así como lo peor de sí misma, para aprender de sus errores y revisar alternativas que faciliten modificaciones encaminadas al beneficio general.

De allí que cabe una exhortación a los líderes de las naciones, sus equipos y a los partidos políticos que los respaldan para que eviten establecer sus propuestas ideológicas como verdades dogmáticas.  Cuando esto sucede provocan angustia y amargura para sí mismos y para los demás, logrando que lo que inició como un sueño finalice en una pesadilla. La recomendación aplica a agrupaciones políticas de derecha y de izquierda, quienes deben cuidar que sus proyectos utópicos no se transformen en algo distópico, dañando así a la ciudadanía a la cual desean gobernar.