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Un país descontrolado

Alejandro Zapata Perogordo.- El cambio de timón ha sido sombrío, pues a pesar que le dejaron con todo detalle la hoja de ruta a seguir, le ha costado mucho trabajo adaptarse al guion; mientras, por otra parte, ante las eventualidades, se vio forzada a improvisar dejando en claro que esa faceta no la domina todavía y, también, algunos miembros del elenco se han salido de las líneas encomendadas.

Teniendo todo a su alcance al contar con mayorías calificadas en las cámaras, congresos locales y gobernadores alineados, podía sacar sin dificultades lo que le venga en gana sin necesidad de hacer grandes aspavientos, prefirió el camino pedregoso, atropellando todo a su paso.

En realidad, no tenía necesidad de acudir a esos métodos abruptos, era innecesaria la brusquedad. La opción para conseguir los resultados sin tanta aspereza estaba al alcance de su mano, lo que le permitía bajar el nivel de confrontación. La terquedad se impuso, ni siquiera revisaron por las prisas y desaseo parlamentario, el contenido de las reformas; las pifias y los errores dejaron huella imborrable ante la falta de oficio y cuidado.

Dar los primeros pasos del sexenio auspiciando un clima de confrontación y de gran polarización, me parece un verdadero despropósito, es una carta de presentación con tachaduras, que nada tiene que ver con mano firme, más bien da la impresión de ser una fachada, un escudo protector que esconde la carencia de formas políticas y la cerrazón.

Es un indicador de que tendremos nuevamente una administración que impone sin escuchar, dialogar, debatir ni reflexionar. Un gobierno que no soporta a los adversarios ni las críticas: insulta, descalifica, ignora, calumnia, sin motivo alguno. No obstante, cargar sobre sus espaldas los grandes y graves problemas heredados por su antecesor, busca otros.

Sumar más conflictos a los ya existentes, sin ninguna necesidad, implica acercarse a mayores dificultades dedicando tiempo y esfuerzo para atender problemas donde no había, su obsesión por destruir la pluralidad es mayúscula.

Al descuidar el flanco a las particulares condiciones que tiene el país, se han ido perdiendo los controles, sin que a corto plazo puedan recuperarse y si a ello le sumamos dificultades políticas, inclusive de carácter doméstico y dentro de la casa, como es el pleito público de los coordinadores parlamentarios, significa que las cosas van de mal en peor.

En el exterior no nos toman en serio, nos mangonean y amenazan; mientras que hacia adentro hay desorden. Se ha permitido la ley del más fuerte, las normas que regulan las conductas se quedaron atrás, la sociedad está atrapada entre la corrupción y la violencia.

Resulta curioso que ahora muchos piensan que con la llegada de Trump a la Presidencia de Estados Unidos, las cosas en México se podrán componer, al obligar a nuestro gobierno a cumplir con sus obligaciones. ¡Hasta dónde hemos llegado!

Sin acceso a la salud, medicinas ni atención médica; con un presupuesto insuficiente; un país prácticamente en guerrilla; sumidos en la injusticia social y jurídica; las carreteras intransitables; las gasolinas más caras y la corrupción creciendo.

La tierra prometida: el caos y descontrol.