Soc. Omar Jesús Gómez Graterol.- Para aquellos de nosotros cuyas creencias espirituales y religiosas se nutren de raíces judeocristianas, es complejo realizar un análisis objetivo de los acontecimientos suscitados a partir de la guerra entre Israel y los habitantes de Gaza. La tendencia, al observar dicha conflagración, es a simpatizar con el Estado Israelí en relación a sus rivales porque, según lo narrado en la Biblia o demás textos sagrados, involucra al pueblo elegido de Dios en disputa con otro cuyos credos, al parecer, distan de las del primero y no son de la complacencia del Señor. Asimismo, por el temor a que una imprecación hacia los israelíes atraiga sobre quien la genera un castigo divino o la ira del Creador.
Aunque las tensiones han permanecido latentes desde la primera mitad del siglo XX, en la actualidad, el detonante de la ofensiva fue la operación bélica ejecutada, el pasado del 7 de octubre de 2023, por HAMAS. La referida agrupación efectuó un ataque a un poblado vecino, lo que dejó un saldo de alrededor de 1,200 muertos, en su mayoría civiles. Como consecuencia provocó una reacción de la nación agredida que a la fecha ha costado la vida a miles de palestinos y amenaza con la aniquilación de un grupo étnico que por años ha sido circunscrito a un reducido espacio geográfico de aproximadamente 365 kilómetros cuadrados que, al día de hoy, se conoce como la Franja de Gaza.
Por lo señalado, no es conveniente ni posible quedarse impávido frente a lo que está sucediendo en esa parte del planeta puesto que de prolongarse estos enfrentamientos tendrán repercusiones a nivel mundial (ya más países se han incluido en la confrontación y la propensión es a que se sigan sumando). De esta manera, hay que abogar por una salida pacífica, pero es necesario tener presente que lo que la comunidad internacional está condenando son las acciones excesivas del Estado de Israel y no a su gente ni al aparato estatal como tal.
También se tiene que distinguir entre las voluntades institucionales y de los mandatarios con respecto a la de la ciudadanía. En otras palabras, no tomar como regla general que los gobernantes y gobernados siempre coinciden en sus posturas en torno a la marcha que debe seguir la patria. Indudablemente, la mayoría de los israelíes demandarían respuestas de su gobierno a la afrenta experimentada, pero difícilmente todos están apostando a un genocidio.
Por otro lado, el “Movimiento de Resistencia Islámica” (catalogado de terrorista por pluralidad de naciones del bloque occidental y que, de acuerdo a su razón de ser, persigue la liberación de su linaje y defender los derechos de éste) fue el artífice del atentado. Y si bien esta actuación evidencia la participación de miembros de la colectividad palestina, no abarca a la totalidad de la misma. De esta forma, no se puede afirmar que es una arremetida de los palestinos a los israelíes sino de un sector de cierta población a la otra.
Al final, es imperioso superar la dicotomía entre malos y buenos para abordar el conflicto y determinar la más sana posición ante el mismo. Los perdedores de la batalla no terminarán siendo ni Palestina ni Israel, sino la humanidad, la cual será mutilada si se pierde una sociedad o cultura de saberes ancestrales. Lo dicho, sin mencionar que se consentirían injusticias contra los moradores inocentes en Gaza, cuyo pecado es residir en la zona que ahora es escenario recurrente de la lucha armada.