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Un guardián llamado pudor

Padre Eduardo Hayen.- Serena Fleites era una estudiante sobresaliente de 14 años que se enamoró de un muchacho algo mayor que ella. Nunca había tenido novio y el chico le pidió que se tomara un video desnuda y se lo enviara. Ella se sintió halagada, se tomó el video y se lo envió. Su vida cambió dramáticamente.

En su clase sus compañeros comenzaron a verla con rareza; y es que el muchacho había compartido el video con otros de sus amigos. Uno de ellos subió las imágenes a uno de los sitios web de pornografía más grandes del mundo, del cual fue imposible retirarlo. Serena cayó en drogas y en una fuerte depresión, y pensó: “Ya no valgo nada porque ahora todos han visto mi cuerpo”.

¿Por qué Serena se sintió tan afectada, hasta el punto de sentirse sin valor como persona? Por la sencilla razón de que el cuerpo humano no fue creado para que los demás lo vieran con ojos perversos. Todos tenemos un instinto que se llama “pudor”. Se trata de una vergüenza natural por exhibir las partes íntimas del cuerpo a otras personas, o por escuchar a otros hablar con detalles sobre sexualidad.

También el pudor tiene que ver con los secretos de nuestra alma que no queremos revelar a cualquiera. De esa manera el pudor es un don que Dios nos ha dado para custodiar nuestra dignidad de personas. Al saber Serena que su cuerpo lo habían visto miles de personas vio caer hasta el suelo su dignidad de mujer.

Años antes de entrar en el Seminario tuve un compañero de trabajo, soltero, que se jactaba de ser sexualmente muy activo. Sus aventuras que tenía con diversas mujeres las narraba con soltura y proporcionaba detalles que, personalmente, me hacían sentir incómodo. En otros ambientes laborales también conocí personas que solían hablar de cuestiones sexuales con desvergüenza. Me preguntaba si yo estaría equivocado al experimentar malestar mientras escuchaba cosas que sentía que pertenecían a la esfera íntima de la persona y que, a mi juicio, no se debían compartir.

Nadie debe sentirse mal por sentir incomodidad al hablar de temas sexuales. Es natural que venga el pudor como defensa de algo íntimo porque, en realidad, el sexo es una realidad sagrada y digna de respeto. Lo que es sagrado siempre se coloca en un lugar aparte y debe ser custodiado como algo muy especial.

En la antigua ciudad de Jerusalén estaba el templo y dentro del templo había una cámara sagrada llamada “El Santo de los Santos”, donde estaba la presencia de Dios simbolizada en el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley. No cualquiera entraba en ella sino solamente el sumo sacerdote, una vez al año. Así también las hostias consagradas se reservan en el tabernáculo después de la Misa y ahí se coloca una lámpara ardiente para indicar que ahí está la sagrada presencia real de Jesús.

Así también el sexo es algo sagrado. Dios lo creó para unir al hombre y a la mujer en intimidad. Es sagrado porque a través de él, Dios llama a las personas a la existencia. Dios quiere que lo tengamos como algo especial y muy importante en nuestras vidas, y no que se hable de sexo como se habla de futbol o de cocina. Para proteger ese instinto que Dios nos ha dado, es mejor evitar ver imágenes sexuales explícitas o discutir sobre ello.

Cuando cultivamos el pudor en la manera de vestir, tapamos esas partes de nuestro cuerpo que no queremos descubrir, para que la mirada de los demás se dirija hacia nuestro rostro y ojos. De esta manera estamos indicando a qué nivel queremos relacionarnos en nuestra comunicación interpersonal, no a nivel de deseos carnales sino a nivel de personas espirituales.

San Juan Pablo II, en sus catequesis sobre el amor humano explica que cuando la otra persona se reduce a puro “objeto para mí” –cuando la miro con ojos únicamente de deseo–, ahí se marca el inicio de la vergüenza o pudor, que viene a la defensa de la intimidad de la persona. El otro nunca debe ser una cosa u objeto, sino que merece el respeto como persona que tiene una altísima dignidad. Cubrimos nuestro cuerpo, no porque nos avergoncemos de él, sino porque no queremos que nuestra parte sexual se vea como algo independiente de los demás valores que poseemos.

Es importante entonces que los niños vayan desarrollando el sentido del pudor. Cuando son pequeños no lo tienen, pero en la medida en que van creciendo deben ser educados en cubrir su cuerpo y en no permitir que nadie extraño toque sus partes íntimas. De esta manera los adolescentes y jóvenes podrán ser capaces de juzgar los eventuales atentados a su propia intimidad.

Educarlos en la custodia de su propia intimidad no es transmitirles la idea de que el sexo o el cuerpo es algo negativo, sino enseñarles a integrarlos en su personalidad. De esta manera se podrán evitar muchas experiencias dolorosas como la de Serena Fleites que, por falta de pudor con un chico que le atraía, acabó siendo pasto de miradas lascivas.

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