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Septiembre, temporada de incendios

Alejandro Zapata Perogordo.- Previo a la toma de posesión de la primera mujer presidente de México, el país está que arde. Lo deja el saliente con un enorme grado de conflictividad. Las turbulencias son la principal adicción del inquilino de Palacio; sin embargo, la situación nos indica excesos inusitados, nunca habíamos padecido tantos problemas de esa magnitud en un mismo momento.

Difícilmente en el corto plazo se podrán revertir los perniciosos efectos heredados, el desmantelamiento de las instituciones trae como consecuencia desequilibrios de muy diversa índole que invariablemente se ven reflejados en una debilidad del Estado al verse impedido a cumplir con eficacia sus funciones.

Los problemas económicos, de seguridad, salud, políticos y sociales se aprecian desbordados ante la falta de capacidad oficial para atenderlos adecuadamente; por el contrario, las malas decisiones tornaron por evidenciar el fracaso, se vieron completamente rebasados y, la gente, padeciendo los errores del gobierno.

Si a ello le sumamos la confrontación entre poderes y la crisis constitucional por la que atravesamos, el diagnóstico se agrava, el pueblo queda a merced de su suerte, en la inteligencia que, de no cambiar el rumbo, el destino nos va a alcanzar ineludiblemente.

Por si ello fuera poco, nos vendieron la idea de que la militarización de las instituciones policiales era la solución para combatir el crimen. La realidad dio la razón a todas aquellas voces que rechazaron la estrategia en la materia, vivimos en medio de una guerrilla urbana, los enfrentamientos son habituales: desapariciones forzadas, ejecuciones al por mayor, robos, feminicidios, violaciones, extorsiones, derecho de piso y un largo etcétera, que alteró la tranquilidad, armonía y paz social.

Un verdadero lastre que desde hace décadas tenemos es la corrupción, que junto a la impunidad es un verdadero flagelo que corroe la vida pública y lastima a la Nación. Esta administración tampoco fue la excepción, pese a una gran cantidad de evidencias se privilegió el amiguismo, el compadrazgo y la complicidad, rasgando la bandera moralina que enarbolaron, en ese renglón la 4T todo lo justificó.

Han roto los más elementales principios democráticos, de forma atroz integraron la Cámara de Diputados con una mayoría que no obtuvieron en las urnas y, a su vez, utilizaron toda la fuerza del Estado al estilo huertista para obtener bajo coacción los votos suficientes en la Cámara de Senadores y modificar así el Pacto Social.

El único poder que hace labor de contrapeso es el Judicial, por esa razón van en su contra, quieren desmantelarlo y controlarlo por completo, lo que implica un cambio hacia un régimen autoritario.

A la presidente electa le dejan la víbora chirriando, las mayorías parlamentarias son personas afines y leales a su jefe; el gabinete en buena medida es gente del tabasqueño; en el partido le deja a su hijo y tiene a cuestas la revocación de mandato, por lo que su margen de maniobra, por decir lo menos, está limitado.

Mientras, por otro lado, tiene a cuestas dar resultados con el reto de recomponer el tiradero que hereda, hacerla de bombero o echarle más gasolina al fuego. ¡Ya veremos!