Alejandro Zapata Perogordo.- Los debates también sirven para rendir cuentas y en el celebrado el pasado 28 de abril entre las dos candidatas, eso fue precisamente lo que ocurrió: una a otra sacaron a relucir aquellas acciones durante sus etapas como servidoras públicas; además se exigieron respuestas.
En esta ocasión hubo un consenso general en que Xóchitl obtuvo un contundente triunfo contra su rival, se le vio relajada, combativa, bien preparada, documentada y manejando sus intervenciones de forma clara, concreta, entendible y administrando sus tiempos.
Mientras que Sheinbaum se presentó con la misma estrategia que en el primer debate, se le apreció nuevamente calculadora, sin salirse del guion, con evasivas y aportando datos falsos, ocasionando que su contrincante le pusiera repetidamente el mote de “la candidata de las mentiras”, frase que fue utilizada permanentemente grabándose en el colectivo.
Así, en varios momentos se vio a una Claudia descontrolada; Xóchitl con sus ataques la sacó de su área de confort que había planeado, obligándola a dar respuestas para las que no iba preparada e inclusive les daba vueltas a los planteamientos consumiendo un valioso tiempo con explicaciones que solo le sirvieron para exhibirse.
La puntilla estaba clavada, algunos de los puntos que salieron a colación, en realidad son indefendibles y, por lo mismo, Claudia decidió evitarlos, como el colegio Rébsamen, la Línea 12 del Metro o la fortuna de su compañera Nahle, que son verdaderos escándalos de corrupción y negligencia, terreno demasiado pantanoso al que no se metió y prefirió callar.
Se puso en los zapatos de López Obrador, presumiendo las obras y acciones de éste; en principio para agradarlo, pues la vez anterior fue regañada. Cabe agregar, además, que ese es su soporte, pues a diferencia de Xóchitl, que tiene luz propia, Claudia se alumbra con la figura de su jefe, por lo tanto, está obligada a cobijarse con la manta del tabasqueño.
No obstante, existen en esa parte rubros oscuros, que fueron ocultados dando cifras alegres y falsas, como el crecimiento del PIB o la baja en feminicidios, en los que, francamente y sin ningún rubor, presumió como grandes logros, cuando en realidad se encuentran con números preocupantes.
Precisamente de esa actitud se desprende que se le haya bautizado como “la candidata de las mentiras”, pues con gran facilidad las dice, cae en un juego perverso con el afán de engañar, es la escuela de su jefe.
Esa costumbre, cuando apenas es candidata, nos obliga a pensar si como ciudadanos no tenemos derecho a conocer la verdad, máxime cuando son cuestiones públicas que nos conciernen a todos.
Rendir cuentas es enfrentarse a la realidad, hablar con la verdad, poner sobre la mesa un diagnóstico y presentar alternativas de solución, saber dónde estamos parados y cuál es la propuesta para caminar hacia un porvenir de progreso y desarrollo, es ser congruente con uno mismo: pensar, decir y hacer.
Hablar con mentiras significa engaño, rehuir a la realidad, esconder la responsabilidad, temor al escrutinio público, menosprecio a los ciudadanos y a la rendición de cuentas.
Tenemos cinco años de escuchar mentiras y nos ofrecen continuidad. ¡Seamos congruentes, despertemos!