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Reencuentros

Jorge Quintana.- Después de pasada la vorágine de la pandemia y ante un poco de calma, el tiempo de la reflexión se hace propicio, entrar en un ritmo de vida diferente para dar tiempo y espacio a lo que dejamos a un lado u olvidado, tal vez, rezagado de nuestra vida diaria, por la angustia, la imposibilidad de prever el futuro inmediato.

Ahora es momento de recuperar la capacidad de asombro que no permite valorar aquello que nos hace bien, que nos permite sentirnos, al menos, por instantes, vivos, soñadores, ciertos de un porvenir mejor, aun cuando la inmediatez del torrente de información diaria, que nos llega por diversas fuentes, nos parezca triste o peligrosa o motive nuestra percepción de inseguridad.

Démosle espacio a la contemplación de lo que hemos hecho, lo que logramos en nuestro trascurso por la vida, aprendamos a elogiar el hecho de metas cumplidas por nosotros mismos y aplaudamos la cantidad de aciertos que hemos tenido.

Debemos volver la vista a nuestros seres queridos y agradezcamos su presencia, su constancia en el amor a los demás, admiremos a quienes se han ido, por lo que lograron, dejemos de pensar en nosotros y amemos a aquellos que se esfuerzan por hacernos felices.

Las tragedias seguirán presentándose, los malos gobiernos no se terminarán, ni deben amargarnos el día por sus torpes decisiones, al final pagarán su soberbia y egoísmo. Cada quien es responsable de su vida y sus decisiones, que la vida es finita y todos dejaremos el legado de lo que logramos y lo que nunca debimos hacer.

Por lo pronto, está la vida que tenemos y que hay que llenarla de momentos, de vivencias, de experiencias enriquecedoras, no de vacíos, de impotencia ni de banalidad.

La hora de nuestra felicidad es hoy, este minuto, entonces hagamos el mejor esfuerzo por no enojarnos, por no maldecir, por dejar que cada quien cargue sus demonios y fantasmas. Nadie es perfecto, pero todos somos seres capaces de amar, de dar, de entregar lo mejor de lo poco que tenemos, para hacer de este mundo un escenario habitable, confortable, está en nosotros la capacidad de lograrlo.

Hagamos que las cosas pequeñas sean significativas para todos, que aquello que amenace la paz, la serenidad, el buen juicio, sea parte de un libro que nunca leeremos.

Reflexionemos en lo mucho que tenemos, en lo poco que necesitamos para ser plenos, felices. Nada nos hará sentir mejor que saber que hay muchas cosas en la vida que nunca tendremos, pero que no son necesarias.

Quienes ya cumplieron su tarea en esta vida, nos han dejado una lección muy importante, esta vida se vive con decencia y plenitud, con generosidad hacia nosotros y a los demás, lo más satisfactorio es terminar lo que empezamos y terminarlo con decoro.

A vivir sin miedo, con la convicción de que debemos ser mejores personas, para que el día que ya no estemos, dejemos un legado de amor.

Reencontrémonos con aquello que olvidamos y que nos hacía felices en nuestra juventud, en la niñez o adolescencia, porque la adultez nos ha traído envueltos en la ambición, en la indiferencia; reencontrar el adulto sensible, sencillo que está dentro, es lo que importa ahora. ¡Es tiempo del reencuentro!