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¿Producción petrolera en riesgo?

Rafael Espino.- México está en riesgo real de convertirse en importador neto de petróleo hacia el final de esta década. Enfrentamos el mayor colapso petrolero proyectado a nivel global.

Según datos de la Agencia Internacional de Energía (AIE), el país podría perder hasta 680 mil barriles diarios de producción entre 2024 y 2030, más que cualquier otro país petrolero en el mundo, si no se revierte el manejo de Petróleos Mexicanos (Pemex), la empresa pública de hidrocarburos.

Pasaremos de exportadores estratégicos tradicionales a importadores de crudo. Careceremos del crudo necesario para satisfacer por cuenta propia la dieta diaria del sistema nacional de refinación que nos permite producir nuestras propias gasolinas, fundamento en el que se sustentó el concepto de “soberanía energética”, tan pregonado recientemente en el ideario político gubernamental.

Según el más reciente informe Oil 2025 de la Agencia Internacional de Energía, para el 2030 la plataforma productiva se reduciría en 680 mil barriles hasta tocar un techo de apenas 1 millón 300 mil barriles por día. Si la demanda interna continúa su trayectoria ascendente, el país podría estar importando hasta 500 mil barriles diarios para 2030. Sin duda, lo anterior representa un vuelco histórico.

Esta pérdida de capacidad no se debe a escasez de reservas de hidrocarburos en nuestro país, sino estrictamente al mal manejo de Pemex, guiada por criterios políticos más que por aquellos que privilegian la eficiencia operativa, lo que se ha traducido en malas inversiones y en una muy pobre planeación presupuestal y financiera.

El informe documenta que Pemex canceló o aplazó inversiones clave durante la pandemia, guiado por instrucciones gubernamentales sin rigor técnico, priorizando extracciones rápidas en campos terrestres y de aguas someras, por encima del desarrollo a mayor horizonte de reservorios de aguas profundas.

Esa estrategia generó una burbuja temporal de producción entre 2021 y 2023 (gracias al campo Quesqui), pero el crecimiento fue efímero. Desde entonces, la producción ha entrado en un pronunciado declive estructural. Tan solo en la primera mitad de este 2025, la caída en la producción anual fue de aproximadamente 160 mil barriles diarios.

La AIE señala que más de la mitad de la producción nacional proviene hoy de solo 7 campos, dentro de un portafolio total de 240. Esta concentración implica que cualquier falla operativa o atraso en mantenimiento puede tener efectos devastadores.

El horizonte de nuevos proyectos no mejora el panorama. Solo el campo Trion, operado por la empresa Woodside y programado para iniciar producción en 2028, tiene inversión aprobada. Otros dos desarrollos estratégicos, Zama y la expansión de los campos Koo-Malob-Zaap aún no reciben autorizaciones definitivas, por lo que la AIE advierte que, ante esa falta de ejecución, la ventana para que estos campos aporten producción significativa antes de 2030 se cierra muy rápidamente.

Aunado a todo lo anterior, la crisis de pagos a la proveeduría contribuye al desplome de la actividad de perforación, al estancamiento en la incorporación de nuevos desarrollos y al aceleramiento en el declive de los campos actualmente en producción.

La parálisis operativa por la que atraviesa nuestra industria nacional de hidrocarburos no requiere discursos sino decisiones. El colapso de la actividad de perforación, la pérdida de producción documentada por la AIE y el riesgo de que México se convierta en importador neto de petróleo en esta misma década no son proyecciones, sino como ya se señaló, consecuencia directa de una falta de planeación y ejecución asertivas y de operar a la empresa pública bajo criterios ideológicos que riñen con la eficiencia operativa.