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Primero los pobres

Héctor Molinar.- Con tantos años de corrupción en el país, crecieron las familias políticas acostumbradas al poder desde el balcón presidencial, de generación en generación. Se acostumbraron a dominarnos con mentiras.

Cada familia fue creciendo con servidumbre en todo el país y a través de los partidos políticos, ante el mal ejemplo del azul y del oficial que sigue utilizando los colores patrios, fueron aniquilando los valores esenciales que todo ser humano necesita para crecer sano.

Durante años hemos sido engañados con nombres de héroes falsos, historia distorsionada y adaptada a la conveniencia de los grupos multimillonarios que controlan el capital en el mundo. Incluso la misericordia de Dios se ha manipulado a favor de intereses perversos. Haciendo creer que solamente los pobres llegarán al cielo.

Esta vez, llegó como seguramente hubo en otras épocas, una epidemia que logró colarse por muros y fronteras cerradas, esparciendo en todo el mundo su poder fatal. Se convirtió en pandemia y como consecuencia nos tomó por sorpresa. Esta vez los más pobres son los que menos expuestos están de este virus, pues al parecer lo transportaron personas viajeras que recorren el mundo como diversión y/o negocios.

Ningún país es más poderoso que la pandemia conocida como coronavirus. Ningún millonario tiene el suficiente dinero para salvarse si es contagiado, de acuerdo a su edad y padecimiento. Nuestra natural debilidad ante las enfermedades y la manifestación de la naturaleza contra las arbitrariedades humanas que han desestabilizado al medio ambiente, se manifiesta claramente ante el mundo.

La corrupción que en todo el mundo origina la ambición del poder por el poder, ha transformado a la humanidad en cuanto al respeto y el amor que deberíamos sentir los unos a los otros.

Las clases sociales bien marcadas y separadas según la condición social, raza, religión, nacionalidad y costumbres, se manifiesta por encima de la sociedad y de las religiones que en el mundo profesan la fe en un Dios amoroso y Todopoderoso.

El crimen organizado, está estructurado con piezas fundamentales en la vida política del mundo entero. Disfraza su gesto humanitario con perversidad y crueldad, para quitar a todo aquel que estorbe en su camino rumbo al poder político y económico. Somos solamente títeres del sistema, utilizados para beneficiar a los diversos grupos ramificados, con propósitos de mantener el equilibrio de su riqueza material.

¿A cuál Dios le rendimos culto realmente? ¿A cuántos despreciamos por no seguirnos la corriente? ¿Qué significa para nosotros el amor? ¿Estamos dispuestos a dar nuestra vida por el Dios Rey del Universo que concebimos?

Sin duda la pandemia del coronavirus nos hace reflexionar que no somos nada. Que la vida vale más que todo lo que tenemos. Que conservar la vida implica esperanza, fortaleza y grandeza espiritual. Que no necesitamos más de lo necesario para vivir sin tratar de imitar a nadie, ni por encima de nadie y sin envidiar a nadie. Que vivir sanos es mejor que cualquier cuenta bancaria ya que la salud no tiene precio.

A través del virus y la obligación de quedarnos en casa, nos revela la realidad de que no estamos unidos, ni preparados para predicar con el ejemplo lo que tanto rezamos y pedimos en nuestros cultos religiosos. “Amaos los unos a los otros” es una frase sin valor ni fuerza en la sociedad, es una frase que solamente nos infla el ego.

Mientras los pobres trabajan para no morir de hambre, los ricos se enojan porque tienen que dejar de ganar dinero y repartir un poquito de lo mucho que han recibido por herencia, pues la mayoría de las corporaciones en el mundo se han transmitido de familia en familia y aunque generan empleo, nunca se compara con lo que reciben en ganancias, que durante generaciones no les dará tiempo para gastar su fortuna.

En México sabemos que tenemos multimillonarios gracias a infinidad de concesiones y favores que otorgó el gobierno, y que esos políticos de siempre, también están gozando de cabal riqueza mal habida. Sabemos que no pagaron impuestos durante décadas y que disfrazan el verdadero rostro del egoísmo con patronatos y fundaciones de ayuda social.

Por ser la mayoría de los mexicanos pobres, nos distingue como un pueblo generoso, lleno de fe, porque siendo creyente vive en Dios y con Dios. El Dios de los pobres que los ama por encima de los ricos. Un pueblo que sufre y llora, que ríe y siente el dolor de sus hijos. También los pobres merecen vivir, amar y ser amados. Este México noble que nunca jamás nada lo ha derrotado, porque se levanta con fortaleza, fuerza y esperanza.

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