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Los orígenes de la violencia 

La precarización del trabajo que trajeron las reformas neoliberales dan cuenta de una parte esencial de este desastre social, pues implantaron un régimen laboral que creó un nuevo sistema de intercambio en el mercado de trabajo

Juan Carlos Loera.- Cuando se vuelve la mirada atrás, a los años en la que los índices de la violencia medidos en tasas por cada 100 mil habitantes nunca rebasaban los dos digitos, cuando lo homicidios eran una noticia extraordinaria que cimbraba de pies a cabeza a las ciudades o pueblos, no podemos más que sentir una profunda melancolía por aquellos años de paz, concordia y solidaridad en que vivimos por tantos años en la inmensa mayoría de las barriadas y comunidades mexicanas.

Todos recordamos que vivíamos en la pobreza, porque eran pocas la familias que dependían de un empleo estable, muchos los que trabajaban en actividades informales y una gran proporción quienes de plano estaban desempleados; pero a pesar de ello vivíamos en paz

¿Porqué en México y en otros muchos países latinoamericanos perdimos nuestra capacidad para vivir en paz para resolver nuestros conflictos sin recurrir a la violencia ? Pero en especial a esa violencia destructiva y homicida que extingue la vida y hunde en el dolor y la desesperanza a las familias de las víctimas.

No hay consenso en torno a las causas que han provocado este extenso ciclo de inseguridad y  atentados sistemáticos en contra de la integridad física de las personas.

Solamente se coincide en un punto: un fenómeno tan complejo por necesidad tiene múltiples factores que lo explican, pero es todo, a partir de ello las causas últimas de esta amenaza contra la sobrevivencia de las personas sigue siendo un tema sin resolver.

Sin embargo, es claro que la precarizacion del trabajo que trajeron las reformas neoliberales dan cuenta de una parte esencial de este desastre social, pues implantaron un régimen laboral que creó un nuevo sistema de intercambio en el mercado de trabajo en el que, por un lado, aumentaron las cargas laborales y por el otro se desvalorizaron, sin límite, las remuneraciones y prestaciones que recibían los trabajadores.

Las exigencias de este régimen en materia laboral obligaron a los trabajadores a laborar jornadas diarias muy superiores a las ocho horas; a sumar todo el tiempo extra que les fuera permitido; a trabajar cuando aparecía la oportunidad los fines de semana; todo ello bajo nuevos sistemas de control y supervisión que incrementaron la monotonía e intensidad de las operaciones realizadas.

En el otro lado, a cambio de estas jornadas extenuantes, los salarios y prestaciones legales, en una primera etapa descendieron hasta la cuarta parte del nivel que habían alcanzado y en una segunda fase se mantuvieron estancados, generando una tragedia perfecta: por un lado debía laborarse con mayor intensidad, con jornadas más extensas y vigiladas y, por el otro, además de todo esto, el nuevo sistema lo único que ofrecía eran salarios que no alcanzaban para pagar ni la tercera parte de la canasta básica.

No obstante, eso no fue todo. Para sobrevivir las familias debieron recurrir a sumar al mundo del trabajo remunerado una proporción más elevada de sus miembros, con lo que se incrementó extraordinariamente el trabajo de las mujeres en todas las edades y condiciones, el de los jóvenes y muy notablemente el de los adultos mayores, que en ausencia de un sistema de pensiones solvente, debieron posponer el momento de su jubilación.

Asi, este régimen laboral supuso la combinación de dos fenómenos que nunca se habían presentado simultáneamente: una profunda pobreza generalizada entre las clases trabajadoras y la incapacidad de las familias para disponer de recursos materiales y humanos para atender y vigilar el cuidado y desarrollo de los infantes, adolescentes y jóvenes.

Hablamos de una escasez de medios, al alcance de las familias trabajadoras, que dieron lugar a una crisis en la crianza de las nuevas generaciones.

De esta manera, el cuadro para desembocar en una catástrofe familiar y social que se convirtiera en caldo de cultivo de todas las formas de violencia ya estaba completo y solo faltaba sumar muchos de los factores que aquí, por conocidos, deliberadamente no hemos considerado, porque pensamos que son elementos importantes, pero coyunturales, que no tienen el valor que tiene la pobreza de millones de familias, que por más de cuatro décadas, sufrieron una profunda incapacidad material para sufragar los gastos de sus familias y para organizar el trabajo doméstico, que posibilitara una crianza digna, como la que las familias mexicanas habían otorgado a sus familias en otros momentos de nuestra historia.

En suma, aquí solamente nos hemos acercado al fondo del problema de la violencia; en la siguiente oportunidad revisaré con mayor detalle el resto de los factores que tantas menciones merecen en la prensa local y nacional.