“En verdad, en verdad, os digo, vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”. (Jn 16, 20)
Difícil para el corazón incrédulo, para el corazón perverso y para el corazón posesionado por la soberbia maligna, para el corazón de fe es comprender que por la oración alcanzará, si así lo desea, la fusión que une vivir en intimidad con Cristo Nuestro Señor y el cristiano católico.
Para ello se tendrá la condición espiritual de comprender: la fe es un don de Dios Padre que profundiza la condición primordial de creer en la divinidad de Cristo Nuestro Señor como Hijo de Dios. Ello tiene el valor del mérito de la fe por la que se dispone a la acción y efecto de conformidad hacia Él.
Fácil será para aquel que tiene voluntad bondadosa, caritativa y misericordiosa ser indulgente con el prójimo, no se pondrán justificaciones injustificables, viendo en el prójimo que vive el agobio y la aflicción del dolor al mismo Cristo Nuestro Señor disponerse a robustecer la fe.
El mandamiento de Dios Nuestro Señor que el Primado de la Iglesia orienta a encontrarnos donde está el medio para vencer las tribulaciones que agobian el alma a la que no se le deja en una idea, sino que siendo la palabra verdad eterna de Dios en el pecador, será convertirla por sí mismo conservar al interior del corazón la enseñanza que San Pedro instruye: “Respetad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios”.
Regla sencilla a cumplir, pero cuando las miserias de la vida convierten en tribulaciones lo que en verdad es prueba de fe, se puede perder la luz de la esperanza no descubriendo el camino de la vida que principia y termina en Jesucristo Nuestro Señor.
La verdad entre uno y otro momento se manifiesta en cada alma que recibe múltiples testimonios de que ha sido, es y será el Cristo Nuestro Salvador incansable buscador de la fe en los corazones de las almas creadas por Dios su Padre.
¿Qué hacer para que la encuentre dentro de Mí mismo? Aprendamos lo que el Evangelista imparte sobre la Cátedra del Señor. Veamos. Llevan ante los discípulos del Señor a uno que está poseído por el demonio, no saben qué hacer para expulsarlo, los familiares de este hombre exponen ante Nuestro Señor Jesucristo las condiciones del hijo que el Divino Maestro conoce.
Mas los familiares le dicen que han pedido a sus discípulos lo expulsen y no han hecho nada. “Entonces, Él les respondió y dijo: ¡Oh raza incrédula! ¿Hasta cuándo habré de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!”.
¿Comprenderían los discípulos la ira divina? Es un reclamo justo que si bien lo sintieron, no supieron qué hacer ni qué decir, teniendo los poderes que el Señor les entregó podían haber obrado la expulsión, pero se quedan pasmados.
¿Por qué titubearon y se confundieron? Como todavía su fe no era suficiente, temieron hacerlo. Quizá sea repetitivo lo que se expone, pero el punto vital de la existencia humana en todo aquel que quiera salvar su alma y ganar la gloria eterna, es creer en Cristo Nuestro Señor, en su obra, en su divinidad, en su resurrección y en su mandamiento.
Ello significa cumplir su voluntad en convertirse y vivir de acuerdo a su mandato: “Y Jesús les respondió y dijo: “¡Tened fe en Dios!”
Estamos ante la reprimenda y censura por incredulidad, temieron aplicar los poderes que entregó el divino Maestro a sus discípulos, por lo que es de comprender que el vacío de la fe aumenta las tribulaciones que la vida envuelve por el dolor, la pena y soledad, angustia y mucho más.
Eso no quiere decir que Dios abandona al doliente. Él está a su lado sufriendo y padeciendo mucho más de lo que padece el pecador, pero mientras la fe no fluya del corazón a los labios, limpia y sincera, Él permanece en espera, y de nuestra parte el corazón atado a la incredulidad.
¿Qué difícil es no vernos a nosotros mismos padecer sin entender por qué se padece? ¿Qué difícil es sufrir el dolor y la pena sin verse en el espejo de nuestra realidad? ¿Qué difícil es entender que lo que se padece es la prueba de fidelidad que el Señor dispone? ¿Qué difícil es no comprender que falta lo primordial para salir del cerco que por nuestras negligencias estamos encerrados, y entre más se busca la salida más se cierra el círculo del agobio?
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