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Las dictaduras y totalitarismos parecen irreconocibles en los tiempos actuales

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Las dictaduras y totalitarismos parecen irreconocibles en los tiempos actuales

Omar Jesús Gómez Graterol.- En la época que transcurre estamos siendo espectadores del resurgimiento de totalitarismos que están funcionando como reinados en el mundo y en países que se suponían de tradiciones democráticas sólidas.  Regímenes, tanto de derecha como de izquierda, están tomado el poder y asumiendo prácticas, además de posturas, que se suponían execradas por los daños que en el pasado y en el presente han ocasionado a sus poblaciones. Pero lo más triste es observar cómo los mandatarios de algunas naciones insisten en aplicar fórmulas que sus homólogos, en periodos recientes, han intentado y han resultado un rotundo fracaso.

Sin embargo, llama poderosamente la atención que las dictaduras actuales se enquistan en el poder e inexplicablemente, son casi “imperceptibles” o “difícilmente identificables” por la ciudadanía, por los grupos intelectuales que se autodenominan democráticos e incluso por muchos de los organismos multilaterales e internacionales que contribuyen al fortalecimiento de la democracia en todo el mundo y se presumen defensores de la libertad. Lo cierto es que estos estados o administraciones se están comportando como esos virus o bacterias mortales que infectan a un organismo, pero el sistema inmunológico es incapaz de detectarlos y combatirlos a pesar de los graves estragos que hacen en la salud de su huésped.

¿En dónde se perdió el camino? Pareciese que cada día son menos los que quieren apostar a la forma de gobierno sujeto a la voluntad de la mayoría.  Hasta hoy, con todos los defectos que este sistema tiene, no ha habido otro mecanismo más ventajoso para que las naciones y países funcionen con la mayor pluralidad de actores posible y sin los excesos que se producen en las tiranías.

Esta incapacidad quizás se deba a muchas imprecisiones y mitos que en torno a los autócratas y sus mandatos se han ido construyendo. Por ello, es necesario superar esa imagen de Estados arrebatados por la fuerza, así como regidos por líderes toscos y bruscos que careen de soportes, además de bases sólidas para sostener sus proyectos particulares sobre los del colectivo. 

En primer lugar, en la historia contemporánea, la mayoría de las dictaduras tienen su génesis mucho antes de la toma el poder de sus representantes. A diferencia de épocas pretéritas éstas van planificando y cimentando sus bases en la conciencia colectiva de manera que cuando asumen la administración de una nación ya han realizado su trabajo con la ciudadanía. Superan la improvisación para ejecutar su gestión.

En segundo lugar, se esfuerzan por darle un barniz de democracia a todas sus acciones, por lo que muy fácilmente se puede interpretar que sí respetan la voluntad popular. Por ejemplo, suelen promover múltiples elecciones pero con la particularidad de que lo hacen en los momentos en los que las mismas les son más favorables, o; cuando pueden aplicar mecanismos que les aseguren su triunfo y por lo tanto su continuidad en el tiempo.

En tercer lugar, tienen un respaldo con cierto peso en parte de la ciudadanía y en este basan sus maniobras políticas para dar la impresión de que “la gente está con ellos”. Se ha sugerido por ciertos estadistas que a una cantidad de la población –de alrededor de un 15%- les gusta de vivir bajo la férula de regímenes que les indiquen hasta la forma en la cual deben caminar. Este grupo simplemente no sabe qué hacer con cierta libertad y por ello prefiere que alguien ajeno a ellos les señale cómo vivir sus vidas.

En cuarto lugar, no están solos. Otra falacia es creer que estos gobiernos se encuentran aislados totalmente y no cuentan con el apoyo de otros actores o países. A pesar de las múltiples organizaciones internacionales que condenan y critican sus formas de gobierno, estos sistemas logran forjarse alianzas ventajosas aun a costa del bienestar de sus ciudadanos (casi siempre por razones económicas o afinidades ideológicas). Lo más sorprendente es que pueden llegar a hacerlo incluso con aquellos entes que se supone promueven las formas democráticas. Por ello, en confrontaciones internacionales es difícil conseguir la unanimidad entre todos los países para promover acciones que depongan un gobierno catalogado como dictadura.

En quinto lugar, buscan trabajar en la consciencia de los ciudadanos reinterpretando la historia particular y colectiva de los individuos para legitimar su presencia. Asimismo, persiguen hacer natural su existencia creando en la población una sensación de que “están así porque así debe ser”, como si una suerte de destino fatal determinara que su existencia es una suerte de resultado natural e incluso divino. Muchas veces se autentican a través de la educación pública y privada presentándose como una consecuencia histórica derivada y necesaria ante las malas praxis de los predecesores, por lo que perderlos significaría un retroceso y un volver a un terrible pasado que gracias a ellos fue superado.

En sexto, la propaganda es otro recurso que se emplea por los sistemas totalitarios para legitimarse.  Contradiciendo lo que pudiera pensarse, la opinión pública (especialmente la poca erudita) no es tan difícil de manipular cuando se dispone de los medios para ello. Si se incide sobre la totalidad de las masas parte de ésta tiende a dejarse influir por montajes bien armados. De esta manera, los Estados despóticos generan matrices de opinión que les son favorables y así capitalizan personas que erróneamente les siguen.

En séptimo lugar alguien siempre se beneficia. Aunque se les atribuyen rasgos negativos a estos modos de gobernar, siempre habrá quienes saquen grandes ventajas de estos sistemas. Por ello constantemente habrá alguien dispuesto a jugarse incluso la vida para promover y mantener estas formas de sumisión de la ciudadanía.

En octava y última posición (aunque quizás debía ser la primera característica) establecen líderes de carácter sacro, infalibles o mesiánicos. En tal sentido, todo lo que estas personas indican debe ser seguido sin cuestionamiento y cualquier falla que se produzca por una mala política o decisión no puede imputárseles a ellos sino a “la gente que los rodea”, a quienes se les oponen o a enemigos externos con intereses contrarios a la nación.

En síntesis, hay que definir bien lo que es la democracia y ejercerla, no siendo esta una labor sencilla, lo que aprovechan las dictaduras para disfrazarse como gobiernos que interpretan, defienden y representan los intereses del “pueblo”. La línea que divide a ambas formas de gobernar es muy frágil, por ello tenemos que entender que construir lo democrático es un  proceso continuo y permanente que debe efectuarse con esmerada atención para evitar que con falsas promesas se descuide su aplicación y se reemplace por absolutismos. Asimismo, es necesario evitar el desencanto o confusión de la población con este sistema, pues inefablemente se terminará cayendo en estas tristes prácticas que luego no son fáciles de corregir pues salir de un despotismo no es nada fácil.

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