Antonio Fernández.- ¿Qué significa el misterio de la Santísima Trinidad? Es el misterio de un solo Dios en tres personas que son el Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el misterio central de la religión cristiana católica; es verdad revelada por Dios.
En efecto, la Santísima Trinidad es creer que son tres personas distintas en un solo Dios verdadero, siendo cosa inaccesible a la razón del ser humano, debe ser objeto de fe, esto es creer que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, los tres no son más que un solo y único Dios, iguales en todo porque no tienen sino una sola y misma divinidad.
Pasando al Sacramento del Bautizo, el nombre de la Santísima Trinidad se desglosa en las palabras sacramentales que el Sacerdote pronuncia al aplicar la fórmula del bautismo: “Yo… te Bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Sacramento instituido por Jesucristo Nuestro Señor que comunica la gracia y la salvación por Él; Dios adopta a todo bautizado como Hijo suyo, el Espíritu Santo descenderá sobre cada hijo la gracia, por lo que todo bautizado se convierta en heredero del reino de los Cielos.
San Agustín, refiriéndose al Amor a Dios, da por decir una campanada para atraer los corazones al valor trascendente que para la salvación del alma son los bienes que vienen de Dios, entrega el punto a meditar: “Contempla con qué distribución tan copiosa te ha venido todo por todas partes. Tú no tenías nada, y te lo dieron; lo habías perdido, y te lo devolvieron; nunca te abandonaron, para que conozcas el amor tan grande del que te ama.
“Él no quiere que te pierdas, por eso te espera con infinita paciencia, y te concede piadosamente que, si tú quisieras, puedas reparar una y otra vez lo que has perdido con tu negligencia”. Dice: “No quiere que te pierdas”, “por eso te espera”.
En efecto, siempre ha sido en Dios este deseo, “no perderse el alma”, “Siempre espera”, es aquí donde el cristiano católico da el paso adelante cada día de su existencia terrena, precisamente para que su alma no se pierda porque el Señor desea y espera.
Quiere y anhela que al iniciar su hijo cristiano católico sus actividades del día, su primer acto sea invocar a la Santísima Trinidad ofreciéndole las obras a realizar santiguándose: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Iniciar el principio del día con el orden que pide Nuestro Padre al despertar, al tomar los alimentos y concluir las actividades del día, tal invocación no queda solo en eso, cuando se afirma con verdad que lo anterior es la introducción a un buen día en que se pide a Dios su asistencia para la realización de nuestras obras y trabajos en todos los órdenes de la vida diaria.
Esta invocación debe estar presente en la vida del cristiano católico, en los éxitos y realizaciones, esfuerzos o sacrificios, sobresaltos y tentaciones, temores o turbaciones, dolores y lágrimas o en peligro de muerte siempre solicitar la asistencia de la Santísima Trinidad.
Siendo clara la enseñanza de esta invocación al iniciar y terminar la Santa Misa, al rezar el Sacerdote su Oficio Divino, las oraciones personales, el libro de la sana lectura, al rezo del santo rosario, al iniciar y terminar la meditación, la frecuencia de sacramentos, al pasar por una Iglesia y santiguarse, siempre tenemos ante el alma a la Santísima Trinidad, donde la deseamos esté a nuestro lado al iniciar y concluir un viaje.
De la misma forma en el trabajo, oficina, taller o estudio, en el rezo de los salmos en una palabra siempre es poner que el alma en estado de gracia se le invoque, teniendo siempre presente en el alma y corazón, en la memoria, entendimiento y voluntad, palabra obra y pensamiento.
El auxilio omnipotente de Dios Nuestro Señor, consagrando nuestro obrar para su mayor gloria: en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, así rendir honor y gloria a las tres divinas personas, por lo que es bueno aprender de San Pascual Bailón que bailaba de alegría en presencia de Jesús sacramentado y se quedaba extasiado de amor.
Del Proceso apostólico de su beatificación y canonización extraemos una enseñanza perdida al paso de los tiempos por apatía o negligencia de los padres y de los hijos, qué bueno sería tomarla y serán gracias para padres e hijos, amigos y superiores el acto de caridad que cumple el mandamiento de Jesucristo Nuestro Señor.
Reza el texto; “Cuando salía (el fraile Pascual) del convento a pedir limosna por los pueblos, lo primero que hacía era pedir la bendición al Superior y después iba a arrodillarse ante Jesús sacramentado para pedir también su ayuda y bendición. Al regresar, iba al encuentro del Superior y arrodillado, avanzando un poco pidiéndole la bendición”. ¿Y qué palabras decía el Superior? Nada menos que el mandato divino; “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Bendecir los Padres a sus hijos y éstos buscarla es revivir el mandato de Dios Nuestro Señor en el alma bautizada. ¿Qué se pide a Dios Nuestro Señor? Su asistencia, que Él convertirá en obra de su misericordia atendiendo con gozo la solicitud de su hijo en sus actos cotidianos.
¿Y de dónde viene esta invocación que se ha ido sucediendo de generación en generación y en algunos cristianos católicos no se ha perdido? Es el cumplimiento al mandato de Cristo Nuestro Señor al Ascender a los Cielos; “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
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