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La pasión política como devoción popular

Dr. Arturo Castro.- El reconocimiento público viene del conocimiento de las acciones de los hombre y mujeres, de las instituciones y los gobiernos que transforman la mirada en un diálogo sin palabras, pero con imágenes sugerentes.

Nacen las emociones, los sentimientos y la identificación, primero con la obra y después con los actores; cuando coinciden estos factores se despierta la pasión por conocer más de cerca a los protagonistas.

La experiencia en el campo político ha marcado muchos ejemplos, existen reseñas para bien o para mal, los momentos vividos muestran construcción y destrucción que llevan a la deducción de que la historia es la misma de siempre.

La pasión política despierta alegría, melancolía y rencores, se adueña de las sensaciones de los individuos, convierte la razón en una protesta desencadenada, cambiando los estados de ánimo existentes en todo momento.

El sistema político mexicano tiene su base en los partidos inscritos en el Instituto Nacional Electoral, en el gobierno en turno produciendo una gobernabilidad igual que la de ayer. El PRI, el PAN y MORENA al frente del país han hecho lo mismo con absoluta certeza.

Los políticos son los mismos de décadas pasadas, los que mueven los hilos del poder, los nuevos rostros son espectadores de lo que diga el jefe, la sospecha es creer que se edifica algo que no ha iniciado.

La corrupción, dice el presidente de México, es un lastre para el país, la duda es porque la ley la ha hecho selectiva a la hora de reconocer los casos, léase el ejemplo de Don Manuel Bartlett o del hermano Pío López.

La culpa la tiene el pasado por no denunciar y solapar, diría un gobernante que se filtra públicamente como puro e inocente, que dice que construye un nuevo país; en el discurso parece cierto, en los hechos no.

El enojo de la sociedad es la cooptación de los recursos económicos y materiales de la nación por un grupo de notables y aplaudidos políticos, lo que aleja su posible exclusión del entorno público es la negación de los casos en la realidad.

La culpa la tiene un sistema político infiltrado de vivales, de complacencia pública y social, del abandono en el interés por exigir respeto y lealtad a las instituciones, esas que mandó al diablo nuestro señor presidente de la Republica.

Lo ridículo es hablar sin sustento, sin políticas públicas claras de desarrollo, gobernar con ocurrencias que implica la desaparición de guarderías infantiles por corruptas, sin acusación alguna en lo particular.

Lo ridículo es tirar el dinero cambiando grandes obras de lugar, para el aeropuerto de Santa Lucía, un segundo piso es la solución para su acceso frente a tal ocurrencia, regalando dinero en forma universal a quien no lo necesita y decir que se va por el buen camino aunque se esté mal parado en este momento.

La pasión política obliga a no tener escenarios existencialistas sin sustento, debe dársele sentido a un gobierno que se dice popular, no solo por aquel voto en determinado momento, sino por sostener una visión popular de apoyo continuo.

Al presidente López Obrador, a César y Javier Duarte, a Rosario Robles los eligió una sociedad confiada en que su capacidad haría los cambios necesarios para un mejor desarrollo, la sociedad se ha sentido defraudada, la obsesión personal es creerse la última gota de agua en el desierto.

La meta es cruzar ese desierto y llegar vivo, el presidente Andrés Manuel López Obrador dice que es de las aves que cruzan el pantano y no se mancha, igual reconoce ser el presidente más cuestionado en los últimos cien años.

La pasión política como devoción popular premia y castiga a los políticos a través de los partidos representados en la boleta electoral, tachandolos con una espantosa X y en forma sublime su desprecio a los gobiernos actuales por uno nuevo que termina siendo igual de ineficiente, por no decir mayormente peor.

Trabajo es la imagen que la sociedad desea ver, redimensionar la hechura de las políticas públicas es el mayor reto por venir sin la presunción de la idea de dominación queriendo ser un dios en este paraíso terrenal.

Cuando se tienen resultados, viene el reconocimiento público en forma general. Tirios y troyanos celebran por igual, las demandas y carencias se coinvierten en productos de trabajo y la causa-efecto se vuelve un progreso nacional.

El título de presidente no es de Tlatoani, hoy se tiene un desprecio del actuar de expresidentes, la forma de gobernar actualmente tiene una vocación desenfrenada de amenaza, castigo y toma de decisiones por consulta pública al pueblo sabio de México.

Es fácil comprender que el poder es para ejercerse, no se necesita un genio, solo un buen presidente para este gran país.