Inicio LA OTRA NORMALIDAD La obra pública y la obra moral

La obra pública y la obra moral

Jorge Quintana Silveyra.- Toda administración pública está obligada a emprender en su gestión dos tipos de obra para demostrar su interés en cumplir los fines fundamentales del orden jurídico.

La obra pública, que es la manera de tratar de resolver los problemas de infraestructura y de servicios públicos, y la obra moral, que es la suma de las estrategias para mejorar la convivencia social, en aras de mejorar día tras día, la paz, la seguridad ciudadana y lograr el ambiente de tranquilidad que todo pueblo se merece.

Los dos tipos de política pública que se encaminen en este sentido, deben estar planteados congruentemente, de tal manera que cada obra pública persiga, como propósito fundamental, mejorar la convivencia y aportar al bien público, a la mejora en el tejido social; que no es, sino, relaciones humanas de mejor calidad.

Lo que sucede cuando se privilegia la obra material sobre la social, es el desequilibrio de las relaciones humanas y el aumento en la marginación de la sociedad, en otras palabras, la falta de cumplimiento a los derechos a la ciudad. Esto vendrá a generar mayor precariedad y disfuncionalidad en el cumplimiento de los fines del orden jurídico, la seguridad jurídica, el bien público y la justicia social.

La política de la administración pública federal es el mejor ejemplo de incumplimiento de la congruencia entre obra pública y obra moral: ha dividido el país en sur y norte, en ricos y pobres, obras abandonadas y obras frustradas desde su inicio por falta de planeación y sobre todo por mantener una visión sesgada de la realidad nacional, anteponiendo el capricho personal a las necesidades sociales.

El dinero público no se regala como los emperadores romanos regalaban el pan y el vino a los habitantes del imperio, porque el erario público es resultado de las aportaciones de todos los habitantes de la república. Debe haber, sobre todo, planeación para resolver los grandes problemas nacionales, que son la fuente de la pobreza y la mala distribución de la riqueza.

Nada se va a solucionar, si en medio de las crisis económica, sanitaria, educativa y de inseguridad, se insiste en desmembrar la federación y se privilegia el centralismo y el autoritarismo; esta sinrazón solamente va a llevarnos al fracaso como país, como sociedad, pero sobre todo a un retraso que nos tomará décadas superar.

No se puede seguir apostando a la división y a la polarización de la sociedad, pues es misión fundamental del gobernante, mantener la unidad y velar por el interés general.

Quien confunde la lealtad con el servilismo, la realidad con los sueños, está condenado al fracaso.

Los buenos gobiernos son el resultado de la práctica cotidiana del sentido común y de la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace. Definir a quienes no están de acuerdo con lo que pienso como enemigos es, al final del día, la causa de la derrota personal.

Al juicio de la historia nadie se escapa, ahí en el sensato albedrío de la sociedad, estará el veredicto definitivo.

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