Dr. Arturo Castro.- La política es el arte de tragar sapos sin hacer gestos, es la hoguera permanente que quema casi siempre, rara vez alguien sale tiznado y mucho menos ileso, es la función de aguantar voluntariamente y al azar, es lo máximo para los políticos.
Los individuos y la sociedad la traen en forma innata, sin querer queriendo participan con conocimiento e ignorancia, con deseos y rabia, con preguntas sin respuestas.
Imagina un escenario por la que pasan políticos que ofrecen la luna y las estrellas a la sociedad, provocando ilusiones de batallas épicas que le dejen un mejor bienestar en los hechos y no en la palabra de aquel mesías evangélico o no y que solo miente por mentir.
El político evangélico de hoy, pasó de chairo a fifí, con nueras miss de cualquier país, negocios familiares y amigos de vida que les llama equipo, de una transformación fantasma que nunca llegará, al menos en la forma planteada en 18-24.
El desarrollo individual lo da la educación, el empleo bien pagado y una buena comunicación en todos los sentidos, la prueba es de los lectores, que seguramente no forman parte de un pueblo inculto y pobre, todo mundo es aspiracionista, no solo la clase media, aunque pocos alcanzan las metas de tales aspiraciones.
La riqueza se concentra en unos pocos, tal vez un dos por ciento de la sociedad, es igual con el PRI, el PAN o Morena, con revolución o sin ella. Es el sistema político adoptado como tal.
Descansa el mexicano en su desgracia, decía Octavio Paz en su libro El Laberinto de la Soledad, que describe al mexicano feliz en su pobreza, con una vida normal por el entorno ofrecido. Hoy, en una segunda versión, sería la transformación de la soledad a través de unos cuantos pesos más que regala el programa de bienestar.
Pesos, como moneda de cambio que le permiten viajar en camiones ruidosos, comprar fruta en el mercado, pagar los servicios mal prestados y abonar a Coppel o Elektra por semana, la vida común es que somos lo que somos, dicen por ahí.
La hoguera presume un fuego que calienta, que quema por doquier, los políticos traen cenizas propias o salpicadas, la sociedad también, ya que el ejercicio de la democracia le hace copartícipe de todo lo bueno y malo que pasa, aunque lo ame momentáneamente a través del espejo de la esperanza.
Los políticos buenos se hacen malos, no por la maldad explícita en su acción, sino por creer que el poder no se debe compartir, provocando la avaricia y el egoísmo de compartir los bienes y recursos públicos en favor de la sociedad, sin mirar a cada quien.
La política deja una experiencia plagada de manchas provocadas por la hoguera, cuyo combustible es la participación social, el espíritu de servicio se transforma en interés personal o de grupo propiciando maldad y corrupción.
La política debe ser limpia, la provocación también, los adjetivos negativos deben desaparecer para tener un buen sistema político, la sociedad lo merece aquí, allá y en acullá. En política la teoría es virgen, su aplicación parece sumamente violada.