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La Cimiente es la Palabra de Dios

“Y lo caído en la buena tierra, son aquellos que oyeron el corazón recto y bien dispuesto y guardan consigo la palabra y dan fruto en la perseverancia” (Lc. 8, 15)

Antonio Fernández.- Reza San Pablo: “Dios dio el crecimiento”. ¡Sí!, dio el crecimiento de la espiritualidad al cristiano católico, la predicación evangélica impartida en el mundo por Jesucristo Nuestro Señor, segunda persona de la Santísima Trinidad.

Fue Él quien cumpliendo la misión encomendada por Dios, su amado Padre, sembró la semilla de la verdad eterna en todo hijo creado por su divina voluntad, a todos los que han pasado, los que vivimos y los que vendrán al mundo.

Dejará que fluya su misericordia, virtud que le inclina en todo momento a compadecerse de los sufrimientos y miserias que envuelven a las almas agobiadas por el pecado.

La semilla de la fe es la fuente que no cesa de derramar en cada uno su palabra divina, es la cimiente que abriga en el corazón su abundancia y riqueza espiritual, su palabra que convierte a las almas en la tierra fértil dispuesta a recibir la semilla de la gracia santificante.

La obra de Dios siempre será la del sembrador pertinaz, que nunca deja de sembrar en el interior de las almas la necesidad de su salvación, y para que ésta sea obtenida, aunque el pecador no quiera aceptar la obligación, es deber de todo ser humano creado por Dios salvarse. La salvación del alma es de todos y para todos.

Ninguna persona debe negarse su salvación porque ésta de darse es eterna, aunque no se comprende en este mundo lo que significa para siempre, por lo tanto no hay justificación que Dios acepte cuando dice el escéptico: “Yo no quiero tener problemas para tener que salvar mi alma, mejor déjenme fuera de sus cosas”.

A pesar de esa incomprensible actitud y comportamiento de la miseria humana, el auxilio no se detendrá por parte de Dios, porque entrega los bienes para la salvación de las almas en todo momento a las criaturas que pasan por el mundo.

Es para quien es débil en la fe y no tiene confianza en el Señor, da su confianza para que él tenga confianza en su Señor; ayuda a razonar el error en que se ha caído, anima a no despreciar su benevolencia, sino a ganarla.

Lo es con aquel que no queriendo quedarse solo en ese rechazo a Dios viene en ese temeroso la acción que inspira el diablo expulsado del alma limpia, que vuelve con otros siete peores que él para apoderarse de esa alma.

Así, el incrédulo busca otros como él que carecen de fe y se den a quitar el valor divino de la obra de Dios en otras almas desprestigiando su divinidad irónicamente como si su doctrina fuera cosa de los seres humanos.

Con escarnios y mofas levantan ámpula, levantan por la murmuración que escandaliza, exaltan la frivolidad en los vacíos de fe, así van engrosando las filas de incrédulos, descreídos e impíos.

Al voltear al mundo vemos muchedumbres de ellos, todos hacen causa común creyendo que siendo muchos han constituido una fuerza contra Dios. Conozcamos lo que guarda la incredulidad en su mente y en su corazón.

¿Cómo es posible que en la inmensa cantidad de millones de personas que habitan el globo terráqueo se siembre su doctrina y conozca si la cumplen? ¿Cómo es posible que tenga conocimiento de lo que piensan o han hecho de bueno o malo tantas personas?

Se invita a razonar y recapacitar, Dios es una realidad que se impone, Dios es omnipotente, y la definición nos explica de ello que todo lo puede, y que por lo tanto es atributo solamente de Dios.

Y aquel infeliz que comentó “por favor a poco tanto control, no es cierto”, muestra la insensatez irreflexiva de una conducta perversa. La duda es la tentación que desconcierta los principios espirituales, morales, personales y todo lo que es bien en la persona.

Al tolerarse será como bola de nieve que conforme avanza cuesta abajo crece hasta que choca y las consecuencias no son de mucho imaginar, por ello, la duda envuelve cuando la semilla depositada por Dios no se quiere enraizar en el corazón.

Se prefiere continuar con la irrealidad que distorsiona las convicciones por su fragilidad, al incrédulo se le recomienda hacer lugar en su entendimiento a la sentencia del Hijo de Dios: “Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada”.

¿Cómo enseñó Jesucristo Nuestro Señor a sembrar su palabra en las almas? En el pasaje evangélico del mandamiento principal está su Cátedra: “Uno de ellos, doctor de la Ley, le propuso esta cuestión para tentarlo”.

Deteniéndose un poco a pensar la actitud irreverente de los integrantes del sanedrín que con intención actúan para ver si podían hacerle contradecir y así desprestigiarlo ante el pueblo.

Pero eso de intentar tentar a Dios, de entrada es una atrevida actitud contradictoria por parte de este sacerdote y de todos aquellos que intentan lo mismo de seducir al error a Dios.

La triste realidad que vemos en este hombre, también se ve en todo ser humano al creer que sus actos malos nadie los ve ni los conoce, que los engaños nadie los nota.

La infidelidad es creer que nadie se dará por enterado, el hijo que a escondidas toma dinero de la cartera de sus padres creyendo que nadie lo ve; todo el que obra de esta manera debiera detenerse, porque si cree que nadie le ve lo que hace de palabra, obra y pensamiento, entienda que Dios ve todo y ve cómo va al camino de perdición eterna.

La enseñanza de Dios da cosas buenas, o sea, de la incredulidad da la credulidad, que el afectado acepte o no, es cuestión de conciencia; si la toma y se arrepiente es porque reconoció su error y aunque no lo rectifique o se retracte el libre albedrío le inclinará a lo correcto o seguirá en el mismo camino.

hefelira@yahoo.com

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