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Jesús pide Fe y Confianza

Antonio Fernández.- San Pablo invita a ser virtuosos conservando y guardando la fidelidad a Jesucristo Nuestro Señor y perseverando en Él por la fe y confianza, se fortificará el alma porque teniendo vigor para creer en su divinidad de Hijo de Dios se tendrá el medio para vencer la tentación, los temores y las perversiones.

Dice a los Romanos: “Se cree con el corazón para justificarse y se confiesa la fe con la boca para salvarse”… La virtud es esa especial disposición del alma que induce a practicar el bien y desechar el mal, cualidad que por su naturaleza humana está diseñada a estar unida al bien.

Ahora bien, la virtud natural impulsa a realizar el bien, la sobrenatural no se puede adquirir por sí mismo, porque impulsa a practicar el bien por motivos de fe. ¿Y cuáles son las virtudes que impulsan al cristiano católico a practicar el bien y a evitar el mal?

Las virtudes sobrenaturales son las Teologales y las morales. Las primeras: La fe, la esperanza y la caridad. Las cardinales o morales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. A ello agregamos las obras de misericordia.

Todas ellas armonizan en las almas el orden espiritual que pide Jesucristo Nuestro Señor porque la virtud, cualquiera que sea, debe ser practicada, no pensada o memorizada o decir voy hacerlo.

De practicar las virtudes, bueno es tomar en consideración de las teologales si no son practicadas en el orden correcto de la caridad, las demás pierden el valor de lo que se haga ante Dios.

Por ello es dar el valor trascendente a la práctica de las virtudes por ser el apreciado bien depositado en el interior de cada persona al venir al mundo, bien que queda latente a la espera que las potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad), sean articuladas por el discernimiento de la verdad y las capacidades de la persona a mover el corazón a descubrir en el divino Maestro ser el camino, la verdad y la vida.

Por lo anterior, Nuestro Señor Jesucristo, quien es la virtud completa y abundante, nos mueve al preguntar: “Hijos míos, ¿Será difícil imitar mis virtudes?” La fe y confianza hizo que las almas de santidad que estuvieron en el mundo, salieran de él para imitarlo, valorando.

No fue una imitación de domingo, ni de ratos, ni de temporadas, ni cuando se viene la ocurrencia, fue en todos los instantes de sus vidas imitar al Señor, su vida fue sin pecado y sufrir en su corazón, lo que nuestro Salvador padeció en su pasión, crucifixión y muerte santísima. El amor a los hombres quedó manifestado en la Cruz del Calvario.

Esto conmueve a San Buenaventura a elevar sublime oración: “Donde toleraste por mi amor el ser crucificado para que yo me salvase”. Fue la virtud que afloró del corazón de Cristo Nuestro Señor sin mancha de pecado. ¡Claro, las almas de santidad batallaron mucho por conservarse y lo lograron!

El amor a Jesucristo Nuestro Señor va de su Sagrado Corazón al corazón del pecador y éste por la constancia, persistencia y firmeza conserva la pureza del suyo. ¿Por qué Jesús es imitado en su virtud por las almas de santidad? Porque al venir al mundo, Jesús dejó por amor y obediencia a la santísima voluntad de Dios su Padre el esplendor de su gloria, aceptando como Dios vestir nuestras miserias y como hombre llevar en su divino cuerpo las debilidades, que el demonio quiso aprovechar cuando intentó tentarlo.

Pero vencido y expulsado de su presencia nos enseñó que la vida es una batalla diaria contra toda acechanza del tentador que no cesa de buscar, atraer y seducir formas y maneras para perder el alma. De ahí que las almas santas durante su existencia vencieron y ganaron batallas y ganaron la guerra contra el tentador, como es deseo de Nuestro Señor: ”Si imitas mis obras, hijo mío, serás como Yo”.

El cuerpo del Señor sufrió y padeció como todos los hombres, pero en Él fue más porque entregó su cuerpo, sangre, alma y divinidad en pago adelantado por los pecados del hombre de todos los siglos, y por ella salvar la humanidad de los males pecadores que la alejan de Él.

Por eso, su misericordia es infinita en bienes, gracias y dones, su mano divina y providencial la tiende cuando en las borrascosas tempestades de nuestra vida vemos que todo está perdido y no encontramos salida.

Jesucristo Nuestro Señor pide fe y confianza o esperar el momento a que se calmen las penas y tribulaciones del corazón como lo hizo con Pedro en dos ocasiones: una al estar a punto de hundirse la barca con Jesús, cunde en los discípulos la desesperación, que apurados despiertan a su Maestro, al cual piden angustiados: ”¡Señor, sálvanos, que perecemos!”

Y otra es cuando Pedro al ver caminar a Jesús sobre las aguas del mar, le dijo: “Señor si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas. Él le dijo: ¡Ven! Y empieza a avanzar, viendo la violencia del viento se asustó, comenzó hundirse y gritó: ¡Señor sálvame! Al punto tendió la mano, asió de él diciéndole: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”

Pedro nos deja ver en sus dudas que nuestra salvación está en las divinas manos de Cristo Nuestro Señor, dueño de las ovejas de su redil, a ellas es el pasto de su doctrina, mandamientos, con la práctica de las virtudes, el alma encontrará al final del camino de la vida a Jesús Legislador y celebrar con el alma perseverante el triunfo de la guerra contra el mundo que, animado de tenerla en su posesión, dará la salvación, pues el alma perseverante no dejó de responder a su llamado.

hefelira@yahoo.com