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Hambre de Dios

Alejandro Cortés González-Báez.- En una ocasión encontré a una señora que paseaba con tres pequeñas. Conviene anotar que todas ellas iban con la cabeza descubierta al mediodía, cuando aquí en Chihuahua los rayos del sol caen como si fuera lumbre.

Me acerqué a ellas y les pregunté si conocían la diferencia entre deshidratación e insolación. Respondió que no. Le comenté que la deshidratación se presenta cuando nuestro organismo pierde una proporción alta del agua que necesitamos; en cambio, la insolación consiste en el calentamiento del cerebro por una exposición prolongada a los rayos del sol, por eso le recomendé que procuraran usar gorras, y de preferencia mantenerlas mojadas, pues esto marca una gran diferencia, tanto previniendo un peligro que puede ser grave, como de la sensación del calor agotador. Me respondió que así lo harían en adelante.

Una experiencia semejante, aunque en un asunto completamente distinto, la tuve hace muchos años cuando viajando en un autobús de pasajeros mi compañero de asiento, al reconocerme como sacerdote por mi forma de vestir, quiso entablar una conversación para poder resolver algunas dudas sobre la fe y la posición de la Iglesia Católica con respecto a algunos temas.

En aquel momento me vino a la mente la idea de aprovechar para tratar de dar doctrina fundamentada no solo a ese señor, sino también a otros pasajeros, pues el recorrido exigía un tipo de convivencia de varias horas. Por eso me esforcé en hablar con un volumen alto, de forma que pudieran escucharnos quienes estaban cerca de nosotros.

Una vez que le resolví las dudas a aquel buen hombre, sucedió lo que yo esperaba, y así, quien iba sentado del otro lado del pasillo volteó hacia mí diciendo: Perdóneme padre, pero sin querer escuché su conversación; yo también tengo una duda, y con toda sencillez me hizo una pregunta facilitándome abordar temas en relación a la fe y a la moral.

Al terminar, las dos personas que iban detrás de nosotros se asomaron por encima de los respaldos, y con el mismo argumento, me plantearon otras inquietudes. Todo esto sucedió dentro de un ambiente muy agradable y respetuoso que me permitió confirmar, una vez más, cómo la gente tiene hambre de conocimiento y, de forma especial, en los temas que tienen relación con Dios.

En nuestra época ha ido creciendo la idea de que todo es opinable, pero en la práctica descubrimos que las personas suelen poner especial atención cuando descubren que quienes hablan de algo lo hacen con conocimiento de causa, es decir, con personas que han estudiado seriamente los diversos asuntos.

Tristemente nos topamos con quienes, hablando con tono de conocedores, opinan sobre todo tipo de temas. Es muy sano entender que para hablar sobre la fe católica es indispensable estudiar seriamente lo que el mismo Dios ha revelado a su iglesia. Las enseñanzas de Dios no son “opinables”, no son un punto de vista de un comentador. Jesús dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida.

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