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Fe y confianza en la providencia de Dios

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Fe y confianza en la providencia de Dios

Antonio Fernández.- Es convicción del cristiano católico rogar constante y suplicante a Dios, su Creador, su protección, como consecuencia de ello debe luchar en todo el tiempo de su vida terrena por mantener en el alma y corazón como en las facultades del alma (memoria, entendimiento y voluntad) el reconocimiento de sus propias limitaciones.

De no controlarlas, los defectos, debilidades y miserias humanas enquistadas en la persona esperan el momento para desencadenar el rompimiento del orden espiritual en las almas, envolverlas al mal comportamiento a la persona hasta hacerle perder la gracia alcanzada.

La preocupación de todo ser humano es comida, vestido y disfrutar las cosas “fascinantes” del mundo, si fuera preocupación pasajera sería normal, pero no es así, eso de no tener para lo que se quiere es delirante y desesperante, por ello procurar tener una vida ordenada pesa por la ansiedad y la inquietud de las cosas del mundo terminando por realizar lo que no se debe hacer.

Es incongruente de muchos jugar dos cartas, la buena y la mala, ambas no darán el triunfo, solo una de ellas; en la vida de cada persona ser bueno y obrar con maldad no se puede unir, es como poner leche en un vaso con lodo que hace perder el efecto del primero, lo segundo destruye lo bueno del primero, sabiendo la consecuencia es resolverse en definitiva: voy a lo primero o me dejo en lo segundo y para nuestra realidad de hijos de Dios, esto es para salvarme o condenarme.

Es obligado en el cristiano católico contemplar en Dios Nuestro Señor al Padre amoroso que ve lo que no ven sus hijos, pudiendo de nuestra parte manifestarle de palabra, obra y pensamiento la fe y confianza en su providencia, valorando que sin su ayuda nadie podrá mantenerse firme.

Dios Nuestro Señor creó en la naturaleza del ser humano hacer el bien, ser bueno, bondadoso y caritativo con el prójimo como su Creador, para que toda alma se dirija a Él en orden a su salvación.

El Señor ve con anticipación la necesidad de dar su amparo y asistencia a que las almas se mantengan firmes y perseverantes en Él, venciendo lo nocivo de esas limitaciones para dirigirse al saludable y provecho bien del alma.

Como la memoria de los seres humanos es olvidadiza, aun padeciendo la opresión del alma por “aquello” que alteró la vida por mucho o corto tiempo, necesita tranquilizarse para volver la paz a su alma.

A pesar de haber vivido en carne propia el dolor, herido su corazón por la pena y el agobio, pero al tiempo olvida y vuelve al mismo camino que le trajo los problemas, no se recapacita en la causa que ha llevado a esa situación.

Si la persona preocupada por el mal estado de su alma no reflexiona en ese ahondar es porque esquiva recordar la amargura de su realidad y le manifiesta que todo se debió por haber perdido la fe y confianza en la providencia de Dios.

Si de corregir la vida se trata, es bueno atraer, profundizar y cimentar los sentidos del alma a la realidad de los males padecidos, expulsarlos y desenraizarlos del corazón o retornarán con más fuerza.

Es como cuando operan al que padece cáncer, extirparlo es podar, al abrir su cuerpo y ver que el cáncer ha invadido los órganos del enfermo, viene la impotencia en los médicos al no poder hacer nada, hacerlo será activar el mal agravando la salud.

Ante esta realidad irreversible buscan desesperados los suyos otro médico, pero del alivio del alma ante la caída del cuerpo la preocupación de la familia es lo primero y no lo segundo, como debería ser.

Exactamente es igual en los males del alma pecadora, el Señor enseña: “Cuando el espíritu inmundo ha salido del hombre, recorre lugares áridos, buscando reposo, pero no lo halla. Entonces se va a tomar consigo otros siete espíritus aún más malos que él; entran y se aposentan ahí, y el estado de ese hombre viene a ser peor que el primero.”

¡Esta es la lucha! Cada persona es un campo de batalla donde las fuerzas del bien contra el mal tienen como objetivo final apoderarse del alma, esto quiere decir que en este paso de la vida es definir si estoy con Cristo Nuestro Señor o estoy contra Él; soy hijo de Dios, pero no quiero serlo; sirvo a mis asuntos, porque eso de cumplir mandamientos contradice lo que me deleita y gozo dentro de mi persona.

Dios Nuestro Señor enseña a preocuparnos no de las cosas del mundo como el comer, beber, tener dinero, poder, autos y propiedades; esto se refleja al exterior con actitudes absurdas e inconcebibles porque la persona sumida en desesperada situación vive en tensión de no perder lo ganado.

Realiza acciones titánicas efímeras para acrecentar el poder temporal que a ese momento puede hacerlo más grande, pero no aprecia que el andar de la vida terminará mientras viva en el mundo falaz al que se ha acostumbrado.

hefelira@yahoo.com