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En la Hoguera

Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira… Una gran controversia se ha levantado en el seno mismo de la política mexicana. La propuesta de llevar a cabo una muy necesaria reforma constitucional a la Ley Electoral ha levantado una fobia a nivel de pánico. Primero entre los que se dan la gran vida a través de la institución que regula la democracia en el país y que cuenta con secretarios, directores y magistrados que ganan todos unos sueldos injustificadamente altos. 

Segundo, entre los mandamases de los partidos que se han convertido en verdaderos parásitos del erario público y que exigen cada vez más dinero, sean tiempos electorales o no y tercero entre nosotros los votantes, que no sentimos confianza en ninguna de las promesas gubernamentales, pues todas resultan verdades a medias, lo cual indica que son medias mentiras y como esta es solo una expresión coloquial, terminan siendo en realidad mentiras disfrazadas como verdades. 

Nos queda muy claro que en cuestión de democracia, México es un país simulador, presentamos una fachada de sólida democracia, cuando estamos tan solo fingiendo ser democráticos, fingimos que existe la democracia para ocultar que somos una sociedad de castas y la de los políticos está muy por encima de los empresarios, obreros, religiosos y militares, tan solo por debajo de la de los narcotraficantes que son quienes controlan el destino del país, escondidos tras bambalinas al igual que Rasputín, Fouché y todos los que murmuran en los oídos de los gobernantes el rumbo en el que desean que marchen las cosas.

El problema sería muy sencillo de detectar y de corregir si verdaderamente hubiera la voluntad del pueblo de corregirlo.Pero en México al ciudadano no le da por meterse en problemas, quiere las soluciones hechas papilla y servidas en cucharones y se limitan a sugerir que alguien debiera hacer algo y alguien debiera decir: hágase la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre, porque no nos gusta dar la cara ni arriesgarnos a represalias por lograr beneficios para nuestro pueblo.

Preferimos la seguridad del anonimato y dejar pasar las cosas, que alguien más las solucione porque nosotros ya tenemos bastante con tratar de sobrevivir, pero esta actitud es precisamente la que ha permitido a una clase de “políticos” ir legislando cada vez más a su favor y en contra de los intereses del pueblo. 

Y la parodia de democracia que ostentamos es la mejor prueba de ello: el sistema político mexicano está agotado, al mexicano se le cargan impuestos que solo benefician a los partidos políticos y no a solucionar las necesidades y calidad de vida de los mexicanos. 

Es absolutamente cierto y necesario que las cosas deben de cambiar ya, las simulaciones de democracia tienen que parar, el sistema debe de ser reemplazado en su totalidad, la resistencia al cambio es originada por quienes se ven beneficiados con el actual sistema y la vemos con sospecha los ciudadanos porque quien la origina nos ha mentido y nos ha fallado constantemente. 

Así las cosas, estamos conscientes de que se necesita la reforma urgentemente, pero no todos los mexicanos confían totalmente en quién lo propone a las cámaras legisladoras. 

No es posible que un país tan pobre como el nuestro, esté gastando cientos de miles de millones de pesos al año en un órgano electoral que existe permanentemente haya elecciones o no, que reporte cientos de miles de millones de pesos entre los partidos políticos, bajo la excusa de que así se aseguran de que no les lleguen a los partidos participaciones económicas que los comprometan con el crimen organizado. Ese argumento hoy en día y después del Guacamaya leaks, ya es risible. 

Otra de las farsas de la democracia mexicana es sin duda la duplicidad de tener un órgano electoral federal y 32 estatales, se duplica el gasto inexcusablemente, sobre todo, cuando las elecciones no se llevan a cabo todos los años. 

Para la mayoría de los mexicanos el error que debe corregirse inmediatamente es el número de legisladores que llegan a las cámaras tanto de diputados como de senadores. Como representantes de los intereses ciudadanos de 32 entidades sólo debieran llegar un máximo de tres representantes por estado, así que imagínense el ahorro de cambiar de 500 diputados a 96 y un senador por estado nos reduciría el gasto de 127 senadores a 32, pero además de los legisladores, se reducirían los gastos de consejero, secretarias y demás chalanes de los que tanto disfrutan emplear, se reducirían los viáticos y las compensaciones. 

No hay justificación para un Congreso de la Unión tan extenso en un país tan pobre y de solo 116 millones de habitantes. Los órganos electorales y toda su parafernalia deberían también dejar de existir, pues al empatar las elecciones, solo un órgano sería necesario en toda la nación y sólo se justificaría su existencia 3 meses previos a la elección, para preparar el desarrollo de las mismas y tres meses posteriores para solucionar los conflictos que pudieran de ellas emanar y dar las constancias de mayoría a los ganadores. 

Después, aquí se rompió una taza y cada quien para su casa, no se vuelven a juntar hasta los próximos comicios electorales cada 4 o 6 años según se decidiera en la reforma. Los ahorros, los cientos de miles de millones de pesos de ahorro que este movimiento le provocarían al país, podrían perfectamente ser empleados en un verdadero sistema de salud eficiente y en una reforma educativa que verdaderamente prepare a los mexicanos para competir en la globalización y modernización tecnológica y científica. 

Por consiguiente, los partidos políticos tendrían que ser sostenidos por sus partidarios con cuotas o aportaciones y posiblemente nos quedaríamos con la existencia de dos o tres partidos solamente, pero el partido que no logre interesar a suficientes partidarios para que mantengan su existencia, no merece existir. 

Suficientes problemas tenemos los mexicanos para proveer una vida decente a nuestras familias, para que tengamos que mantener a organizaciones políticas de credos dudosos. Estamos convencidos que la reforma es súper necesaria y más en esta crisis económica que vive el país aunque la desconfianza de reemplazar al INE por el INEC es mucha, pues se teme que vaya a ser lo mismo pero con diferente nombre.

Pero si de verdad queremos progresar en nuestro sistema, es el momento de tomar el tema en serio y sacudirnos los excesos que solo entorpecen, abusan y desangran a nuestro erario. 

No es posible que cuando la economía flaquea, se espera que los empresarios grandes y pequeños sean obligados a adelgazar sus nóminas, apretarse el cinturón y sacrificarse, mientras que estas organizaciones autónomas (supuestamente) cada vez sean más caras y más espléndidas con sus integrantes.