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El necesario diálogo entre los intelectuales y la ciudadanía para el resguardo de la democracia

Soc. Omar Jesús Gómez Graterol.- Una de las cualidades que destaca a México en el ámbito internacional es la talla de numerosos intelectuales (de diferentes corrientes ideológicas y filosóficas) que hacen vida en la nación y que con sus agudos análisis son capaces de advertir posibles escenarios para el país en sus múltiples dimensiones.

Sus interpretaciones de la realidad son agudas e incisivas y, en ocasiones, dan la impresión de que hasta poseen el don de proyectarse al futuro antes de que cualquier acontecimiento se suscite.  Evidencia de lo señalado son sus programas, sus columnas o editoriales en los diversos medios de comunicación, tanto impresos como electrónicos, que sirven de testimonio de los contenidos que con gran profesionalismo exponen.

De acuerdo a lo indicado, no es fácil comprender cómo contándose con este recurso el colectivo mexicano siga tan vulnerable a ciertas prácticas que han recorrido y recorren el continente seduciendo a multitudes con ofertas engañosas sin que al parecer nadie le pueda colocar un coto efectivo a esto. Procedimientos que culminan en vicios como: el culto a la personalidad de los líderes, la perpetuación en los cargos públicos de los dirigentes, el autoritarismo, el centralismo, el intento de concentración de la autoridad en pocas manos, los atentados contra las organizaciones democráticas y su autonomía, entre otros.

Muchas de las acciones políticas y proyectos de ley que se están proponiendo o discutiendo en la actualidad, se encuentran plagadas de fórmulas que tienden a reproducir dichos males y que ya han sido ensayadas o aplicadas en contextos foráneos con resultados nefastos.

Por lo expuesto, estamos siendo testigos de métodos que en vez de contribuir a acercarnos o fortalecer la democracia nos alejan más de ésta. Evidentemente, esto no tiene que ver con un error, pues cuando no interviene la casualidad, difícilmente alguien puede beneficiarse de una equivocación. Más bien se trata ya de iniciativas orquestadas que apuntan a un reacomodo de actores en el poder y no a la construcción de sociedades más justas además de humanas. Y de esto, los analistas, que están fungiendo como una suerte de profetas en esta época, nos están advirtiendo. Pero, necesariamente hay que hacer más.

De algún modo, el esfuerzo de los grandes pensadores (mujeres y hombres) se está diluyendo al quedarse solamente entre iguales y no alcanzar a permear en los sectores populares, porción mayoritaria de la población que, demás está afirmar, es la que cuantitativamente pesa en las elecciones al momento de encaminar los destinos patrios.

Aquí no se habla de un tema de inteligencia, pues, en la capacidad de responder a los retos de su cotidianidad se puede observar que al grueso de la gente le sobra este atributo. Sin embargo, hay una falla que es necesario superar y radica en la dificultad para dialogar entre los eruditos y los no eruditos. Da la sensación de que los conocimientos que unos tienen se han vuelto obstáculo para un encuentro con quienes no disponen o no manejan los mismos. Por ello, el reto está en lograr exponer lo que un grupo sabe, al otro, de una manera que sea compatible para todos. Lo que resulta perentorio en circunstancias que se orientan a cercenar libertades en nombre del pueblo.

Se requiere poner empeño en un suceso comunicativo más sencillo y que, en esta coyuntura, se deslinde de excesivas formalidades académicas. Es decir, apelar más al lenguaje coloquial y de códigos, así como canales, que permitan el intercambio de ideas entre emisores y receptores. Asimismo, recurrir a mensajes más breves. 

El sacrificio vale la pena por resguardar un modelo de convivencia ciudadana que está en riesgo de perderse, de forma tal que, si no logramos una interlocución social, tristemente terminaremos replicando vivencias ya experimentadas por otras naciones de América Latina y del mundo.

La exhortación es para intelectuales, tanto de derecha como de izquierda, o que se pretenden neutros en una tercera vía. Lo anterior, porque muchos de estos personajes que están emergiendo, aunque dicen ser democráticos y seguir la voluntad de las mayorías, pronto terminan apartándose de sus propuestas ejecutando actos que distan de lo que ofertaron. Ciertamente, hay bastante trabajo que realizar para mejorar a la sociedad mexicana, el funcionamiento del Estado y sus instituciones, así como para corregir las desigualdades e injusticias que existen, pero fuera de un marco genuino de democracia será algo casi imposible de hacer.

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