Dr. Arturo Castro.- Nadie existe como un hombre común de la comunidad, desarrolla sus actividades de manera ejemplar, es un símbolo del esfuerzo de vida que ofrece el ejemplo a seguir. En anteriores entregas se ha descrito algo de su pasado y de su porvenir, hoy se somete al escrutinio ingrato de un jurado popular que no sabe que es un político diferente.
La sociedad define a los políticos como iguales, corruptos, incapaces y sectarios, que ven sus propios intereses por los de la población, los ama y los odia al mismo tiempo, hasta que se den cuenta de que tal polarización sólo provoca desdicha y desventura, generación tras generación.
La dedicación al ámbito social puede venir de las aulas o de la práctica, los criterios para decidir incursionar en este difícil arte de tragar sapos sin hacer gestos es tan antiguo como placentero; el poder tiene muchos niveles, desde aquel que manda en el barrio hasta el que llega a la administración gubernamental definiendo la aplicación de los recursos públicos.
Los políticos seleccionados por los partidos políticos van a los poderes establecidos para generar una normatividad necesaria de la vida en sociedad, se ayudan unos a otros mostrando a la vez un abierto egoísmo a pesar de ser parte del mismo pueblo.
Nadie es un político que está en todos lados, dedica las horas en servir lealmente a ciudadanos comprometidos con el desarrollo integral de la comunidad, la tragedia no existe hasta que aparece el juicio de sus contrincantes que se convierte en bandera para tratar de incidir en esos otros que aplauden sin cesar.
El juicio social no es tonto, se encuentra lleno de verdades y mentiras que van de la misma mano, aun sin mencionarse, ni mostrarse prueba alguna de ese cuestionamiento de todos que se le aplica en forma personal.
Si se toma la decisión de estar en el ejercicio del poder público, entonces porqué no aguantar el enojo de la gente, aun y cuando sus acusaciones sean frágiles, sin aquellas bases para decidir entre el bien y el mal en ese cumplimiento del pacto social.
El juicio de Nadie se ve todos los días, son varios Nadie que parecen muchos, dependen de la aplicación de aquel contrato social de Juan Jacobo Rousseau, refiriéndose a las responsabilidades del gobierno y de la sociedad.
Nadie no quiere acuerdos especiales respecto a la evaluación de su trabajo, sólo la suma de acciones y decisiones tomadas como base para el reconocimiento público, en ese pacto aparece la voz infalible de sus detractores cual base es la ideología, el interés o la sinvergüenza de acusar sin ver que son la ocasión, diría una famosa frase poética.
La sociedad hace trampa a través de las voces que realizan su propia traducción de lo que pasa, líderes de colectivos, de empresarios, de partidos políticos se enfrascan en palabras que difaman, sabiendo que los ciudadanos están ocupados en sus tareas personales.
Nadie sólo está dedicado a trabajar, ventilando lo mejor de sí mismo, estudió Ciencias Políticas o en la Universidad de la Vida, no se conoce su origen, sólo su presencia en el presente en el que sobresalen los pecados sin el aprecio de las acciones positivas que dieron origen al esplendor de su nombre.
Nadie tiene como apremio ser un buen hombre dedicado a las causas sociales, producto de la selección popular que lo impulsó a no pasar desapercibido, ¿entonces por qué culparlo en ese juicio social de ser o parecer ser igual que los demás?
El pueblo no actúa en contra de Nadie, pero sí en contra del político que es, es esa alianza de uno y todos que presenta rupturas que no se notan hasta que llega un contrario para dibujarlas y hacer creer lo que no es, magnificando el error sobre el sentido real de la productividad que produjo cambios en la colectividad.
No se conoce un político personal, todos son públicos, por lo que el juicio a que son sometidos no tiene ninguna purificación ya que se repite la historia constantemente referida en aquel famoso grito de “Muera el Rey, Viva el Rey”. Nadie entonces tiene nombre, representa a ese hombre que observó y participó en contiendas de poder propias y ajenas.
Imaginemos que Nadie en su tarea política es un líder que debe tomar una decisión, construir una escuela o un hospital tan necesarios uno como el otro para curar la mente y el cuerpo, seleccionar la idea parece algo muy personal, pero el sentido social imperará sin variar el resultado.
La sociedad entonces presenta la ingratitud de reclamar el vacío de la otra idea sin llegar a reconocer las bondades de la decisión, por ello a veces es mejor quedarse callado hoy y siempre: en boca cerrada no entran moscas. Ante la falta de acciones no hay errores, ni crítica porque no existen.
El juicio de Nadie es perenne, la sociedad es una corte que impone un autorrefugio en caso de vacas flacas. Nadie podría construir un muro frente a sus detractores, pero no lo hace porque es parte de su vida. Nadie el político llega y se va, aunque siempre estará presente en el imaginario histórico de la sociedad.