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El gozo del mundo es pasajero y engañoso

Antonio Fernández.-San Pedro, el primero de los discípulos en reconocer y confesar a Cristo Nuestro Señor como Hijo de Dios vivo, manifiesta en su Cátedra cierta la invitación a las almas buenas como también a las difíciles reconocer la bondad de Jesucristo Nuestro Señor: “Para esto fuisteis llamados. Porque también Cristo padeció por vosotros dejándoos ejemplo para que sigáis sus pasos”.
Amar a Dios y al prójimo, esta es la respuesta que todo hijo creado por Dios debe corresponder y apreciar que no queda ahí, pues obras son amores y no buenas razones, cumpliendo los mandamientos de la Ley de Dios, donde radican las obligaciones y deberes del cristiano católico para con Dios.
Todos tienen como único fin el de la bienaventuranza eterna de fortalecer espiritualmente los actos, pensamientos y obras para vencer tentaciones y dudas, temores y debilidades; lograda la aspiración ayudará, si se quiere, a reconocer la convicción que desea Dios Nuestro Señor y no en el gozo del mundo pasajero y engañoso.
El amor de Dios Nuestro Señor a las almas creadas por Él no tiene medida ni límite de extensión, su vastedad infinita adiestra las almas a ser acreedoras del misericordioso amor anunciado desde siglos en el salmo: “Porque la Palabra de Dios es recta, y toda su conducta es fiel. Él ama la misericordia y la justicia, la tierra está llena de la bondad del Señor.”
Palabra de Dios confortante, consoladora y vivificante, por lo que comprende el pecador la necesidad de resolverse, pero cuando no lo hace las debilidades y falta de fe son impedimento para una resolución de corresponder al amor de su Creador.
La conciencia invita a ello, pero el impedimento no dejará surgir porque está lejos de avivar la fe anquilosada al interior del alma; las inclinaciones son estimulaciones que al principio melosas ataren y de no rechazarse se pasará a la incitación cautivante, prepara la caída que hechiza a quien atado no acepta que el gozo del mundo es pasajero y engañoso.
Por eso no hay que engañarse. En el mundo actual hay una sola realidad: ¡Soy hijo creado por Dios! Creerlo no solo de palabra sino de hecho, de ello se deriva el parteaguas donde los hijos del Señor deciden caminar teniéndolo en el centro de sus actos.
Pero aquellos que viven sin definirse viéndose envueltos en las cosas que los pierden siguen la vida indefinidos y su causa que saben está perdida los reúne para no “sentirse solos” cuando por sí mismos lo están, pasando la vida en ironías.
Otros discutidores de tener razón, es su error que no salen de lo mismo, el punto central de su vida es la indefinición: “Soy o no soy” de la afirmación “Soy” en pocos, significa que su existencia terrena es cumplir el mandamiento del Señor del que han hecho obligación atender con actos y obras al imperecedero fin de la salvación del alma.
La negación “No soy” significa ir tras las inclinaciones que en todo instante ofrece el mundo, cuyo fin es perecedero y de corta duración, al paso de los años se ha cultivado la costumbre de evitar y rechazar toda obligación para con Dios, no así con las cosas del mundo, nada hay que impida detener o dejar de hacer el gusto propio.
Nada detiene porque nada hay en el alma, corazón y la mente de temor de Dios, nula la fe nada puede inspirar para apartarse, cuando se llega a dejar este mundo camino a la eternidad, es cuando verán que los bienes obtenidos que se esforzó cada día, son nada y sin valor de salvación, pero sí de condenación.
El hijo creado por Dios que somos todos los que habitamos sobre el mundo habrán de tomar una decisión: ¿Quiero salvarme o no quiero salvarme? Entre estas divergencias incongruentes e irrazonables hacen que el congruente y razonable se pregunta: ¿Tanta ceguera y ceguera son capaces de cerrarlos a no ver la gravedad de su alma?
Perdiendo el tiempo en indefiniciones ilógicas en lo que debiera ser una continua definición del hijo hacia tan amoroso Padre, su conducta debiera ser limpia y generosa, fuera de todo egoísmo terreno aceptar de corazón lo que viene de Él.
A estas alturas de la vida eso de tener incertidumbres, dudas y temores es una mentira para justificarse porque se saben hijos indignos de tal Padre y no puede haber negación en la verdad eterna.
No obstante, la misericordia de Cristo Nuestro Señor es latente, evidente y notorio en cada alma, sabe que está en su mente y no lo puede apartar de ella, lo vive y ha experimentado en sus entrañas, y cuando se hayan avivado al interior las gracias, bienes y dones que recibe todo hijo y por sí mismo causa de salvación la luz de la fe en el Señor.
El efecto del arrepentimiento mostrará que la necesidad imperiosa de haberse definido ha fructificado gracias a haber comprendido de su palabra clara e indiscutible: “Quien no está conmigo, está contra Mí, y quien no amontona conmigo, desparrama”.
Pedir a Dios Nuestro Señor en tiempo ayude a tomar una definición por la fe y confianza en Él será insistirse a sí mismo no perder el valioso bien de su misericordia y tener el alma dispuesta a obrar en lo que es su deseo.

hefelira@yahoo.com