“Oísteis que fue dicho a los antepasados: «No matarás»; el que matare será reo de condenación” (Mt 5, 21)
Antonio Fernández.- San Pablo responde a las conciencias que no encuentran solución en su vida espiritual, que creen avanzar en ella permaneciendo en el mismo lugar. Conozcamos la pista que da el Señor en el pasaje de la curación del hijo del cortesano.
Este se acerca a Jesucristo Nuestro Señor pidiendo el favor para su hijo que estaba a punto de morir, profundizando al interior de su alma conoció que vino a Él movido por una fe incipiente buscando su misericordia.
Viendo Nuestro Señor el dolor de la pérdida que se le aproxima conmueven sus entrañas y se dispone ayudarle, para ello habrá el cortesano de esforzarse en aumentar su fe, esto se deduce por lo que le dijo: “¡Si no veis signos y prodigios, no creeréis!”
La palabra del Señor se escucha dura y áspera, pero no es así. Comprendamos. Creyendo en la palabra de Nuestro Señor que escuchamos en el corazón y no la percibimos porque nuestra fe es nula e incipiente.
Se dirigió al corazón del Cortesano para que acrecentando su fe en Él reconociera su divinidad de Hijo de Dios, y como a Dios no se le puede engañar, vio al interior del Cortesano que su fe se acrecentó a la altura que él desea para atender a su suplica. “Respondiole el cortesano: “Señor, baja antes que muera mi hijo”.
Esta es la expresión de fe que surgió de su corazón, a lo que Jesús le dijo: “Ve, tu hijo vive”. De donde es deber del cristiano católico mantener la obligación que mueve e impulsa al cumplimiento de sus obligaciones para con Dios su Creador, obligación que se impone a sí mismo como una exigencia.
¿Y cuál es ese deber que lo obliga a su cumplimiento? El deber de la caridad fraterna que radica en la legislación de la palabra de Cristo Nuestro Señor que por San Mateo da a saber a todos los tiempos para alcanzar la vida eterna.
“Oísteis que fue dicho: “Amarás a tu prójimo, y odiarás a tu enemigo. Mas Yo os digo: “Amad a vuestros enemigos, y rogad (Por ellos)”.
Recibe la humanidad el esclarecimiento que pasa, ha pasado y pasará lo que no se puede negar a través de todos los tiempos. San Juan revela la esperanza que por la fe y la caridad tiene el alma afligida a la inclinación misericordiosa de Nuestro Redentor: “Vosotros juzgáis carnalmente; Yo no juzgo a nadie”.
Dios Nuestro Señor no juzga a nadie, no es como el ser humano acostumbrado más a juzgar y criticar, Nuestro Señor Jesucristo hace justicia, ello es temer mantenerse en la vida golosa y pendenciera donde muchos se encuentran atados, que aprender a conocer su lección de justicia, amor y paternidad manifestada en su peregrinar por el mundo: “Yo no he venido para abolir, sino para dar cumplimiento”.
Quedó clarificado al sanedrín de su tiempo y sucesores, al igual que a todo incrédulo que no vislumbra detener la violencia escandalosa de la duda al inducir almas a la desconfianza e incertidumbre.
Por ello es reflexionar y profundizar el error de su engañosa equivocación, fijando la atención del corazón y los sentidos a su palabra: “y si Yo juzgo, mi juicio es verdadero, porque no soy Yo solo, sino Yo y el Padre que me envió”.
El amor paternal del Señor es incomprensible cuando la fe y la gracia no existen en el alma de la persona, pero aquella que se ha mantenido porque ha perseverado está enterada que si por un instante deja perseverar pierde lo ganado. Esto no sucede cuando la fe es firme y sólida.

San Pablo da a conocer dos situaciones de las actitudes del ser humano ante Dios Nuestro Señor: “El hombre espiritual es capaz de valorar las cosas profanas y las espirituales; el hombre carnal, empero, solamente puede discernir las cosas materiales; porque le falta el espíritu, la luz del Espíritu Santo”.
¿Entenderían los escribas, fariseos, ancianos y sacerdotes del sanedrín la legislación de Jesucristo Nuestro Señor? ¿Entenderán los incrédulos que han pasado por cada siglo y hoy proliferan como la cizaña en el mundo?
La palabra de Dios les es incomprendida, no lo vislumbra su inteligencia, no es menospreciar la condición de su entendimiento, conocimiento y razonamiento, sino apreciar que la esperanza es que pudieran ver por esa incomprensión la realidad del porqué su alma carece de la gracia santificante que han desechado y que por sí mismos se han impedido.
El error es no comprender la palabra del Señor, porque cuando se refieren a ella lo hacen como si fuera palabra impía, pregonándola como falsedad; por eso, están lejos de valorar espiritualmente y entender lo que da a conocer Jesucristo Nuestro Señor al decir que nada es propio de Él.
Y expone claramente todo lo que Él tiene lo recibe de Dios su Amado Padre, que definió en la respuesta de Martha, hermana de María Magdalena, a la pregunta de Cristo Nuestro Señor: “Y todo viviente y creyente en Mí, no morirá jamás. ¿Lo crees tú? Ella le respondió: “Sí, Señor. Yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene a este mundo”.
hefelira@yahoo.com