Dr. Arturo Castro.- Toda sociedad tiene la necesidad imperante de querer ser lo que se quiera ser, aunque no se pueda ser; es un deseo que encuentra una legitimidad alejada de la democracia autoritaria que conduce a la imposición y al desconsuelo.
El derecho al bienestar personal y social debe estar presente en todo momento, representa aquella lucha por mejorar las condiciones de vida en base a la cobertura de necesidades, evitando así el aguacero de problemas recurrentes.
La esperanza recorre cada rincón de los escenarios sociales, es el alimento de un pueblo acostumbrado a los espejos que ofrecen las promesas políticas y que no alcanzan a germinar, convirtiendo los cambios ofrecidos, en más de lo mismo.
Más de lo mismo al pasar el tiempo, con políticas públicas que se adecúan a las nuevas realidades, sin alcanzar algún cambio significativo en las mayorías sociales, pero sí privilegiando decisiones imperativas y selectivas.
El carácter político suele estar presente en la toma de decisiones fundamentales en las que se busca convocar a la participación social a través de temores infundados como aquellos de controles de salud que en semáforo verde es necesario tomar medidas extremas de protección.
Todo ello, a pesar de la aglomeración pública que producen los eventos musicales y deportivos en los que la sana distancia es solamente un letrero ilustrativo.
El carácter público es fuerte cuando se conoce el rumbo, llámese como se llame, a pesar de la esperanza de una sociedad que en forma continua sigue vitoreando a los políticos de cualesquier clase y procedencia.
La esperanza finalmente muere al último, así que el seguimiento parece permanente, se conocen las razones del poder público para actuar sin las mismas y solo ofrecer aquel show que a la gente le gusta.
El poder público no le pertenece al pueblo, pero el pueblo sí le pertenece a él, porque permite que se ejerza el poder por el poder mismo.