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De rasgos similares

Alejandro Zapata Perogordo.- No cabe duda, el sexenio echeverrista fue una época de cambio y transformación, desde su inicio la concentración del poder y el endurecimiento del régimen fueron signos distintivos de la gestión, adicionalmente los largos discursos e interminables peroratas presidenciales con un lenguaje sui generis, que abarcaba todos los temas, como dice don Daniel Cossío, el monólogo de un predicador y no de un estadista, esa historia se escribió con letras rojas.  

Se inclinó por la autosuficiencia económica, cuando los demás países se preparaban para incursionar al intercambio comercial y al inevitable proceso globalizador, no obstante, él optó por un diseño de políticas públicas cerradas, a la par que se crearon y consolidaron múltiples empresas paraestatales, los resultados fueron catastróficos.

Era intolerable a la crítica y a la disidencia, no soportaba ese tipo de posturas a grado tal que persiguió a célebres personajes de la época, entre otros a Julio Sherer, quien fundaría después la Revista Proceso, la libertad de expresión no tuvo cabida.

De tendencia populista y afín al corporativismo clientelar, mantuvo los controles del país sin importar la Constitución y las leyes, tomó distancia de la iniciativa privada e infundió temor, al concluir el sexenio los efectos fueron irremediablemente fatales, durante los siguientes periodos se padecieron las políticas públicas impuestas que provocaron retrocesos, devaluaciones, pobreza y desconfianza.  

Después de esa amarga experiencia es conveniente recordar la milenaria consigna de Tzun Tzu: “aquel que vive en el pasado no tiene presente, pero aquel que olvida su pasado no tiene futuro”. Aunque algunos analistas señalan divergencias entre Echeverría y López Obrador, a la par de que los tiempos y las circunstancias son diferentes, son de apreciarse muchas similitudes.

Sus características encuentran paralelismos: muy sobrados de sí mismos, sin ánimo de escuchar a nadie, el centralismo en su apogeo, la intolerancia, el discurso, abordar y resolver todos los temas, actuar al margen de la legalidad, sobre todo, implementar acciones a todas luces irregulares, inadecuadas y fuera de toda lógica, ya se comienzan a sentir los síntomas.

La imposición de políticas públicas bajo la consigna de primero los pobres, resultan claramente contradictorias al carecer de condiciones confiables en la reactivación de la economía y, por lo tanto sin incentivos para la inversión, lo que se refleja en la falta de empleos y, por ende, en la distribución de riqueza, así la recuperación será lenta y tortuosa.

Las proyecciones optimistas calculan que será hasta el segundo trimestre de 2025 cuando estemos igual a las condiciones económicas del 2019, conste además que en ese año la tasa de crecimiento fue cero, mientras tanto, la población económicamente activa y los que anualmente estén en posibilidad de integrarse, seguirán sufriendo las inclemencias de un régimen sostenido en modelos de los setenta.

Mientras en otras latitudes enfrentan la adversidad y los fenómenos modernos con mecanismos de unión en lo esencial, sin claudicar en las convicciones, buscando acuerdos y sumando esfuerzos, innovando, fortaleciendo las potencialidades desde lo local, impulsando cadenas productivas, generación de fuentes de energía renovables y economías solidarias, aquí se abren las puertas a la confrontación y el conflicto, sin diálogo ni entendimiento, a utilizar programas sociales con perspectiva clientelar y a lealtades ciegas.

Las políticas de exclusión reprimen a la sociedad y ahogan la democracia, alientan la tendencia centralista y la conservación de intereses personales e inclusive de grupo por encima de general, rompe los equilibrios y socava las instituciones, es preciso recuperar los principios en que se fundó la nación.

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