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Creer, esperar y amar

Antonio Fernández.- San Agustín, Doctor de la Iglesia, confirma y esclarece la verdad revelada por Dios, la que esparce a los siglos demostrando que las virtudes teologales son el medio eficiente para salvación de las almas.El cristiano católico corresponderá agradecido de los bienes espirituales y por ellos rendirá culto a su Creador honrándolo, al interior de su corazón arrepentido con actos de adoración, y al exterior con obras al prójimo.
De esta forma demostrará con hechos cumplir las virtudes que conducen al camino expresado en el mandamiento de la Ley de Dios que reza: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.”
La palabra de Dios como siempre ha sido, es y será clara, nítida y sencilla que el Obispo de Hipona la exalta previniendo contra la vanidad de los actos exteriores ostentosos, falsos e hipócritas del ser humano contrarios a la verdad del mandamiento divino, que desmenuza para dejarla en el corazón.
“Dios debe ser adorado por la fe, esperanza y caridad, sin duda replicarías que esto es más breve de lo que tú deseas y pedirías que te explicara en pocas palabras lo que se relaciona con cada una de estas tres virtudes; es decir: qué se debe creer, qué se debe esperar y qué se debe amar.”
Las Cartas de San Pablo consolidan las almas por la doctrina que expone. Su propósito es anunciar el Evangelio de Cristo Nuestro Señor al que define como “Fuerza para la salvación de todo el que cree.”
Su definición da oportunidad para asimilar del mismo San Pablo la instrucción a que el cristiano católico de todos los siglos la convierta en divisa de salvación: creer, esperar y amar.
El Apóstol de los gentiles expone el valor que guardan las virtudes teologales, pero la actitud humana es indigna de un “cumplimiento”, lo hace a su gusto y cuando se refiere a Dios dice querer hacerlo en favor de la virtud que le sea más fácil cumplir, por lo que da interés a una y no a las otras.
Por ejemplo: tomó aplicarse por la oración y los actos de fe creyendo que de esa forma está bien con Dios, se le hace que es mucho y de las otras nada toca porque le será difícil, ya que es una persona temperamental y explosiva, excitada y desesperada sin paciencia y no es su intención controlarse.
Por otra parte, en sus relaciones con personas acostumbra de palabra, obra y pensamiento maldecir y humillar, ofender y aprovecharse de quien sea, no quiere esfuerzo ni sacrificio, quiere hacer las cosas a su gusto.
Por lo tanto quedó en nada, faltó a la caridad que es primordial, faltó en amar a Dios, de donde la doctrina de San Pablo ubica al cristiano católico a tener celo de cumplir y no perder los bienes de las virtudes teologales: “Al presente permanecen la fe, la esperanza y la caridad, de estas tres, la mayor de ellas es la caridad”.
Refiriéndose a está última, Santo Tomás ilustra: “La caridad es la que, mientras vivimos, da la vida a la fe y a la esperanza”, siendo por lo tanto que la divina caridad fecunda la gracia.
¿Qué encontramos en lo anterior? Las virtudes que Jesucristo Nuestro Señor en su peregrinación por el mundo encontró en pocos, en el pueblo no descubrió ni fe, ni la esperanza y menos la caridad.
Su venida era para el sanedrín la llegada del libertador que vencerá y echará el poder romano que los tenía sometidos a su Imperio, querían un mesías humano, pero al verlo, escucharlo y conocer sus prodigiosos milagros y su mandamiento de amor, los sacerdotes del templo entendieron que en realidad era el anunciado de siglos.
Pero los del sanedrín en secreto lo negaron y expusieron ante el pueblo a su propio Mesías y Dios Nuestro como hombre falso, que estaba en secreto contubernio con el demonio e intrigas de toda índole para desprestigiarlo ante el pueblo que se iba inclinando a reconocer que Jesucristo Nuestro Señor es el Mesías esperado.
Pero su doctrina contradecía los intereses del sanedrín, sus planes que ya desde ese tiempo tenían que tener el poder del mundo, el dominio material no en función de lo divino, no a lo espiritual sino en lo material.
Del pueblo viciado de que mejor es obtener las cosas del mundo, pudo venir una pregunta en el Señor: ¿Dónde está el fruto de la buena nueva anunciada por los profetas? ¿Qué se sembró del amor de mi Padre?
Los enviados fueron perseguidos, atormentados y asesinados, su muerte fue semilla que fructificó en pocos. ¿Qué diferencia de ese ayer al de hoy? Las cosas siguen igual, pero son hoy más graves.
Cristo Nuestro Señor murió en la cruz por nuestra salvación, siendo toda alma objeto de su amor, ésta le persigue, rechaza y desprecia su mandamiento, su evangelio y doctrina con actos y acciones de pecado injustas y contrarias a las virtudes teologales; no creer en Él, no esperar de Él y no amarle solo a Él.

hefelira@yahoo.com

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